Se defiende la libertad de prensa o se está en contra de ella

Sí, lo sabemos todos: cada fecha internacional que se celebra algo relevante para la humanidad suena a repetición, a consigna o algo así. Lo comprendo perfectamente, pero algunas de estas recordaciones son imprescindibles, porque no ha sido suficiente lo que hemos avanzado como humanidad en la obtención de algunos derechos. Por eso, son fechas para saber en qué estamos mal, para desafiarnos en superar esos obstáculos y celebrar algo de lo avanzado.

Lo conquistado lo conocemos todos, lo que falta es lo principal.

Todos los comunicadores, los periodistas y los librepensadores que escribimos lo hacemos partiendo de ciertas premisas: obtener la verdad (la mejor verdad posible), alcanzar justicia (la mejor justicia posible), impulsar las democracias como espacios de libertad de expresión (¿dónde escribiríamos si no fuera en ellas?) y algunos objetivos morales que cada uno produce desde su visión axiológica.

En realidad, la libertad de expresión es imprescindible para el ser humano y con ella viene concatenada la libertad de prensa. Cuando Naciones Unidas instala esta visión, lo hace sabiendo que se requiere este principio como garantía para que el que escribe, el que emite su voz en torno a lo que piensa, no sea jamás sometido a privaciones de libertad, torturas, discriminaciones o muertes. Parece mentira que haya que consagrar en los principios internacionales del mundo y en las legislaciones internas, de las democracias, a estas normas. Pero es así. Lo que sucede es que son demasiados los países que los declaman pero no los cumplen. Y son muchos los países que con sutileza saben “incidir” sobre la libertad de prensa para irla acotando de diversas formas. No tengo que explicar nada de las publicidades del Estado y su presión, la de los recursos de los amigos del poder y unos cuantos métodos que se utilizan, en buena parte del planeta, para desvanecer la libertad de prensa o difuminarla. No siempre es fácil defenderla. Es una tarea ciclópea en muchos casos.

Convengamos lo siguiente: los que escribimos y estampamos nuestras miradas en los medios de comunicación solo somos personas que tenemos el derecho a leer, interpretar, mirar, analizar y escribir sobre lo que vemos. Estamos lejos de las posturas heroicas que algunos se creen para sí. Solo somos voces dentro de las muchas voces del conglomerado social. Punto. Algunos lo harán mejor, otros, peor, pero es un derecho que tiene todo ser humano para emitir su visión y que la prensa, o los medios de comunicación, lo repliquen. Hoy, además, cada uno de nosotros, en el mundo en redes en que vivimos, puede hacer uso de la libertad de prensa de manera útil a la humanidad. Por eso, en parte, nos hemos enterado de violaciones de derechos humanos que sin los sistemas tecnológicos del presente jamás hubieran sido noticia hace pocos años. No es poco eso.

O sea, lo voy a escribir claro: todos somos la libertad de prensa; lo que antes era un derecho para algunos inteligentes, iluminados, sólidos escritores o periodistas afamados, hoy, la verdad es que es un derecho que se pegó al de la libertad de expresión y van de la mano. Todo ser humano con un teléfono inteligente puede ser un comunicador, con lo cual son miles de millones los individuos que “son la libertad de prensa”. Se murió la teoría de las élites en este asunto. ¿Está claro semejante salto cualitativo del presente? ¿Se entiende que la revolución no vendrá sino que ya está entre nosotros?

Ya sé que más de algún periodista de la vieja guardia no piensa así. Lo lamento, soy de los que creen que hay escritores, comunicadores, impulsores de las verdaderas democracias en cualquier lado del planeta, escribiendo notas en sus blogs, subiendo a sus redes sociales información valiosa para todos y denunciando lo que es infamante para la humanidad en el 2018. Esa es la evidencia empírica. Si quieren, la debatimos, pero en esa estamos.

Nunca me olvidaré del caso Cabezas en la Argentina. Sigue siendo una vergüenza que la historia lo dejó a un lado y solo sea una referencia para los que nos acordamos del sacrificio de su vida. Claro, la vida siempre puede más, pero la muerte, cuando llega de esa forma, impacta, asusta, estremece y hace pensar que hay que seguir luchando cada día más. Por eso el día de la libertad de prensa tiene nombres y apellidos. Recordemos eso siempre.

Está lleno, repito, de países que no tienen libertad de prensa. A ellos hay que denunciarlos y ponerlos en la picota, y corretearlos con la denuncia internacional. Para eso sirven las organizaciones internacionales de prensa y para eso están los verdaderos organismos globales del planeta. Es más, si no están para eso, no están para nada central. Eso es lo que hay que promover. Y sin temerle a los grandes, eso es la esencia de la libertad de veras: no se achica delante de nadie.

Los Estados democráticos requieren también estar a la altura de las circunstancias y no ser cómplices, por razones de interés propio, de las dictaduras o los regímenes que acotan la libertad de prensa. Y hay países gigantes que siguen siendo una vergüenza aunque sean potencias mundiales. Hacernos los tontos con ellos es ser cínicos.

Son tiempos bisagra los del presente, dicotómicos o binarios: o se defiende la libertad o se está contra ella. No hay espacio para el gris.

Es una de las ventajas de la posmodernidad, viene acabando con los que no entienden el desafío de la hora actual. Y eso es bueno porque, en el mundo de hoy, si algo se puede afirmar a viva voz, es que al final todo se sabe. Y siempre habrá algún periodista que nos contará toda la verdad. Siempre.

El autor es escritor, periodista y abogado. Ex diputado por el Partido Colorado de Uruguay.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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