Postales de un encuentro mágico en La Cumbre

Juan Forn inauguró el encuentro

La Cumbre, especial. Juan Forn inauguró el encuentro del FILBA Nacional en La Cumbre, la bella ciudad del Valle de Punilla en Córdoba. Durante la noche del jueves Juan leyó un texto en el que nos llevó por un recorrido de su trayecto como lector; como escritor formado desde la lectura. La lectura, según Juan, como el evangelio del escritor. “Se escribe leyendo” nos dice y enumera a todos los autores que de una u otra manera configuraron su perfil de escritor. Estoy ahí: resulta una velada inolvidable. Quiero que me dé un minuto para salir a tomar agua, servirle un vaso a él y que lo vuelva a leer. Eso siento.

En su charla inaugural deja sentadas las bases para el resto del encuentro. Su mirada y su escritura nos condicionan y quedamos todos íntimamente armando nuestros caminos lectores. Pero, sobre todo, al leer su texto demuestra de qué está hecha la buena literatura, la literatura que no es grandilocuente sino que se sabe parte pequeña de algo superior, que la precede. Y aun así es nueva, es la misma historia vuelta a contar.

Saber contar historias que son las mismas, que son simples, que perduran en la memoria y que uno quiere volver a leer precisamente por cómo fueron narradas. Hay algo de lo sublime en este momento que vivimos los que pudimos escuchar a Juan Forn hablar de la literatura que lee. Habla por él y por todos los lectores; ojalá que por muchos autores también.

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Eugenia Almeida con lectoras jóvenes

La mañana de viernes en La Cumbre amaneció nublado y lluvioso. Repetimos algo que ya parece un ritual.  Todos los asistentes al FILBA estamos alojados en el Palace, un hotel inmenso, detenido en el tiempo y amable, y vamos llegando al hall de entrada minutos antes de cada evento. Hay una familiaridad extraña. Nos conocemos. Creo que los conozco porque los he leído y es en muchos casos la primera vez que nos vemos. Desayuno con Eugenia Almeida, que se va a un encuentro a una escuela en la que ella no sabe que un grupo de alumnos hará una adaptación de su libro El colectivo en versión teatral. Y también está Betina González en el desayuno: ella parte hacia Los Cocos a recorrer el laberinto y a escribir sobre él. Lo que no sabe todavía es que el famoso laberinto va a estar cerrado y tendrá que esperar y que se cansará de intentar salir del laberinto y se rendirá y volverá sobre sus pasos. Y me aventuro a pensar que va a escribir sobre esa imposibilidad de los laberintos a veces.

Betina González

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Juan Sasturain, atento

Prestos a partir hacia la segunda charla de Juan Forn, Juan Sasturain y Mario Castells buscan abrigos y salimos todos caminando hacia un edificio cuya fachada, todos coincidimos y charlamos sobre el tema, recuerda a un cine de los años cincuenta. Luego comprobamos que efectivamente había sido un cine. Postales repetidas de otras ciudades. Conversamos sobre los nombres de las calles en La Cumbre y sobre un misterioso edificio que planeamos visitar, que se encuentra cuesta arriba y que promete historias demoledoras. Y nos contamos historias, todos todo el tiempo contamos historias. Llega, por ejemplo, Leticia Obeid, fascinada por una visita a una reserva de monos y se detiene en el detalle de un mono rompiendo una nuez con una piedra… Y Cuqui habla poco y nos dibuja, dibuja, se dibuja.

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Pero no es de eso de lo que quiero hablar. Quiero hablar de la memoria. Entramos a la segunda charla de Juan Forn en el FILBA de La cumbre. Y entonces comienza un ida y vuelta entre las preguntas que el público ya ha enviado y las respuestas que hilvana Juan en el aire, como entretejiendo una trama que vuelve a ser la escritura y se ve como un friso que forma parte de la muestra de arte que se exhibe en el salón y que rodea al público. Cómo escribimos, las lecturas inhóspitas que le debemos a nuestra propia escritura, nuevamente los libros y las lecturas. Escribir poco pero leer mucho y desconfiar del autor que escribe más de lo que lee.

Hotel Palace, en La Cumbre

Hay algo incómodo en las preguntas que el público hace en los encuentros de todo tipo. Es algo de lo que no se habla pero que se sabe. Está la pregunta que quiere y necesita una respuesta premeditada presente en la pregunta misma. Están las preguntas que ya fueron contestadas de manera extensa y acabada hace cinco minutos. Las hay que definitivamente no son preguntas sino apreciaciones personales que el que consigue el micrófono necesita desesperadamente compartir, como si alguien le hubiera preguntado. Están las preguntas que buscan complicidad, demostrar a toda costa que el entrevistado es uno de los nuestros, que nadie se confunda.

Forn y Gabriela Adamo, directora del FILBA

Y está Tununa Mercado. Juan Forn escribe sobre La Cumbre. Su obra pivota de manera peligrosa en el mar de su memoria y mucho de lo que recuerda sucedió en La Cumbre o en los momentos en los que no estaba en La Cumbre. Hay mucho de lo familiar y de lo íntimo que cruza la obra de Forn y vuelve de una u otra manera a La Cumbre. Nos lo contó ayer en la apertura del festival y en las charlas privadas que tuvimos con él en las que, como un niño travieso, relataba una y otra vez a quién quisiera escuchar cómo había ido a visitar la casa en la que había vivido “cuatro veces al año desde los 4 a los 25”. Los árboles, la vista del golf. Y Tununa lo sabe. Y sabe todo porque es sabia y hermosa. Y también sabe que hay más que esa anécdota. Entonces, con un tiro por elevación, Tununa levanta su mano, pequeña, tímida, y pregunta delicadamente, como una abuela a su nieto, “Juan, yo leía el otro día Corazones y pensaba… ¿qué significa para vos volver a La Cumbre?, contános qué sentís, qué te pasó…”

Y Juan infla el pecho y exhibe el mismo gesto aniñado con el que repitió mil veces la anécdota florida de la visita a la casa… y no puede. No salen palabras. Lo invade la memoria, que es el refugio adonde van los escritores, y dice “bueno, yo ayer cuando leí el texto de apertura, suena extraño pero no se lo leí a la gente, se lo leí a La Cumbre” y se quiebra. Se quiebra y llora y lloramos todos y lloro mientras lo revivo en estas líneas porque vimos al niño del escritor, cargada su memoria de una infancia tan particular que por más que quiera no puede abandonar y que se registra o bien por presencia abrumadora o por ausencia artificial en toda su obra y entonces finalmente entendemos todo lo que nos quiso decir en estos dos días.

Los nombres de los árboles que poblaron tu infancia pueden ser una novela.

 

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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