Pánico y terror en la ruta: la cronología y los detalles jamás contados del accidente de Huracán en Venezuela

Se escuchó un estallido. Volaron vidrios del parabrisas roto. El micro empezó a circular marcha atrás y los gritos de desesperación no se hicieron esperar: “¡Volcalo, volcalo!”.

El siguiente relato es casi novelesco, como sacado de un guión cinematográfico. Pero no, no pertenece a una nueva serie que emitirá Netflix ni será exhibido en Hollywood.

Resulta escalofriante escuchar los detalles de un viaje que casi termina en tragedia hace justamente dos años, el 10 de febrero de 2016, cuando Huracán se trasladaba hacia el aeropuerto de Caracas para volver a Argentina, tras disputar el repechaje clasificatorio a la zona de grupos de la Copa Libertadores.

El equipo dirigido por Eduardo Domínguez había logrado la clasificación agónica por el descuento de Diego Mendoza, quien sería uno de los protagonistas principales de esta historia de terror. El otro fue Patricio Toranzo, otro de los futbolistas del plantel. Pero el más comprometido fue Pablo Santela, preparador físico del Globo e hijo del histórico Julio, quien acompañara a Carlos Bianchi en la época dorada en Boca.

LOS INDICIOS

De entrada, algo no andaba bien. La locura al volante de los venezolanos fue un mal augurio para el continente de Huracán que el martes 9 de febrero de 2016 iba a defender el 1-0 conseguido en Parque Patricios por la ida del repechaje, ante el Caracas Fútbol Club. Cambiaban de carril inesperadamente y conducían traspasando los límites de velocidad.

Leonel Prepotente, kinesiólogo del plantel, reveló que llegó descompuesto al hotel donde se concentraron los jugadores debido a los sacudones del vehículo que los trasladó. Y si bien el hospedaje era cinco estrellas, llamó la atención lo remendado y emparchado que estaba.

Cuando se dirigieron al estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela para realizar el reconocimiento del campo el día anterior, el micro que los llevaba casi choca a una moto de la Policía que los escoltaba. Pero no fue la única maniobra que casi termina en choque: otro de los buses que transportó a la comitiva quemera casi mete una rueda en el precipicio en otro de los viajes internos.

La luneta por la que salieron los pasajeros del ómnibus estrellado (AFP)

EL MICRO DEL TERROR

Con la alegría por haber obtenido el objetivo, Huracán se subió al ómnibus que lo dirigiría desde el hotel hasta el aeropuerto para retornar a Ezeiza. Antes de partir, Carlos Araujo, uno de los más experimentados, se sentó y abrochó el cinturón de seguridad. Dos compañeros lo vieron y lo cargaron, pero lejos de cambiar de postura, advirtió: “Yo con este tipo me pongo dos cinturones”.

Tal como había sucedido durante toda la estadía en suelo venezolano, el vehículo iba a alta velocidad por la carretera. Se notaba en el andar. Justo cuando pasó por un túnel se oyó un ruido que trascendía lo normal. A los pocos segundos, un acompañante de la delegación recorrió el pasillo de adelante hacia atrás con una recomendación para todos los pasajeros: “Vayan para el fondo porque rompimos los frenos”.

Varios tomaron el recado con sorna, pero no era un chiste: el micro ya no podía controlar su velocidad ni detenerse y el chofer, en su intento por hacer rebajes, rompió la caja de cambios.

Prepotente, el kinesiólogo, recordó: “Apoyé mi hombro izquierdo dándole la espalda a la ventanilla, en el respaldo de adelante. Iba mirando todo lo que pasaba entre los cabezales de los asientos de adelante”. El bus tomaba cada vez más velocidad en bajada, a lo largo de un camino de montaña. La travesía a unos 120 kilómetros por hora duró unos dos minutos y medio, pero parecieron una eternidad.

Con su mano derecha, el conductor maniobraba y, con la izquierda, hacía ademanes por la ventanilla para avisar que se habían quedado sin frenos. Pedía auxilio ante el desconcierto generalizado dentro del vehículo. De un lado la montaña; del otro el precipicio.

Entonces la van de la utilería, que tenía el mismo destino, se puso adelante y trató de amortiguar el impulso, pero la dimensión del micro casi le hace perder la estabilidad con dos impactos. El chofer de la camioneta saca su brazo y señala hacia la derecha: allí había una rampa reductora de velocidad, algo habitual en las carreteras de Venezuela.

El bus lucía en malas condiciones, según los pasajeros (AFP)

El conductor del micro pegó el volantazo y llegó a direccionarlo sobre la pendiente, sin haber recorrido los 100 metros de pedregullo previos que hubieran sido de más ayuda. El vehículo saltó, se sacudió y continuó su marcha, por la inercia, hacia arriba. Llegó hasta arriba de todo y el parabrisas estalló. Quedó frenado unos segundos y comenzó a rodar en bajada.

Fue el instante de más miedo y tensión, ya que la luneta trasera estaba tapada, no se veía hacia dónde se dirigían pero conocían el recorrido y era seguro que ingresarían otra vez a la carretera, donde circulaba una gran cantidad de coches. “¡Volcalo, volcalo”!, le rogaron al chofer, que pegó nuevamente un volantazo. El micro golpeó su parte trasera con la montaña y volcó en cámara lenta. Derrapó unos metros hacia abajo y se detuvo.

“Vi la cara de mi hijo más grande y pensé ‘Dios, por favor, no'”, contó con angustia Prepotente, que estaba ubicado dos asientos por delante de Patricio Toranzo. El kinesiólogo sintió el impacto de su lado y vio cómo los compañeros que iban del otro, quedaron suspendidos por estar abrochados a los cinturones de seguridad. Él, previo al choque, había decidido no ponérselo por miedo a quedar encerrado.

Una grúa se acercó al lugar para llevarse al micro volcado (AFP)

DESPUÉS DEL PÁNICO, EL SHOCK Y EL ESCAPE

Una zapatilla de Patricio Toranzo estaba rota y llena de sangre. “¡Hijo de puta, me cortaste los dedos!”, exclamó el volante que había jugado los 90 minutos la noche anterior. Mientras todos se disponían a salir por la puerta de emergencia del techo del ómnibus, el uruguayo Mario Risso vio que algo estaba goteando, advirtió que se trataba de combustible y que podía explotar, por lo que todos aceleraron el paso.

Prepotente y Araujo llevaron en andas a Toranzo, que iba saltando en un pie. El kinesiólogo se dio vuelta, vio el micro volcado y le dijo a Pipi: “No puede ser que no haya muertos”. Se quedó con el Pato y le pidió a Araujo que se cerciorara de que todos estuvieran bien.

“Te pido por favor que no me corten el pie. Decime que voy a volver a jugar”, fue lo primero que se le cruzó por la cabeza a Toranzo, que miraba intimidante al colaborador técnico. “Pato, quedate tranquilo que vas a seguir jugando”, le respondió Prepotente.

Los efectivos venezolanos realizando el peritaje (AP)

Con el roaming desactivado y sin wifi, la primera comunicación con Buenos Aires fue entre Ramón Ábila y Fernando Locaso, médico del plantel, quien ya se había enterado de lo sucedido. Wanchope me contó llorando del accidente y le pedí que me hablara Eduardo Domínguez. Ahí los trasladaron al hospital”, relató Locaso.

Una camioneta que parecía tener aspecto de ambulancia arribó al lugar con dos paramédicos. Le hicieron un vendaje compresivo a los heridos para que no perdieran sangre y la situación bajó revoluciones hasta que se puso en marcha el vehículo, que en la parte de atrás no tenía completos los cinturones de seguridad. Prepotente acompañó a Toranzo y le rogó al auxiliar médico que redujera la velocidad, pero fue en vano.

“Se lo pedí tres veces, pero no me dio bola. Fuimos a los sacudones otra vez”. La pesadilla parecía no tener fin. La pequeña camioneta tomó una callecita y el conductor apagó el motor mientras tomaba una rampa e iba frenando el envión. Había gente parada en el frente del hospital, que tuvo que correrse velozmente para no ser arrollados por el vehículo.

El contingente “quemero” después del accidente (AP)

PERSONAJES INESPERADOS E INTERNA POLÍTICA VENEZOLANA

El lugar era muy precario, reinaba el desconcierto y la descofianza. Por eso, Prepotente tomó los objetos de valor de Toranzo y comenzaba a realizar un recuento de los heridos. Además del Pato, Diego Mendoza tenía una herida grave en un talón, Pablo Santella un fuerte dolor en su pelvis, Pedro Di Spagna uno lumbar y Lucas Villarruel un corte en una rodilla.

Di Spagna era el médico encargado, pero no podía moverse: tenía dos vértebras fracturadas. Prepotente entonces tomó las riendas -sin aclarar que era kinesiólogo, por temor a que lo desautorizaran en la clínica- junto a Locaso, que se informaba vía celular desde Argentina. Acordaron que después de curar las heridas, los trasladaban a Buenos Aires y se definía allí cuáles serían los pasos a seguir.

Toranzo, Mendoza, Di Spagna y Santella se hicieron radiografías. Los dos primeros tenían heridas graves de pie con exposición ósea. El tercero se había fracturado dos vértebras y el preparador físico padecía una fractura de pelvis y tobillo, más una sección de la uretra.

El avión presidencial venezolano que trasladó a los argentinos

Los futbolistas tenían que entrar al quirófano para ser sometidos a un toillete quirúrgico. Debían limpiarles las heridas que podían tener tejidos sucios, por lo que los médicos venezolanos barajaban la posibilidad de amputarles las extremidades. Prepotente se los prohibió y permaneció como una especie de veedor durante el procedimiento.

Entre la operación de Toranzo y Mendoza, el kinesiólogo de Huracán salió del quirófano y se encontró con Eduardo Domínguez (entrenador) y Alejandro Nadur (presidente), que le presentaron a una mujer: era la doctora personal de Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, que se puso a disposición.

“Acá ni siquiera podemos hablar mucho porque no sabemos quién está de un lado y quién del otro”, le dijeron por lo bajo al kinesiólogo en uno de los pasillos, por la división política que existe. Mientras tanto, el resto del contingente era revisado en otro hotel al que había sido derivado y Santella había sido trasladado a otra clínica, a la que se dirigieron.

Eduardo Domínguez y prepotente, rumbo a Argentina

La médica de Maduro confesó que desde la asunción de Macri las relaciones entre los países estaban rotas. “Fuimos favorecidos por esa situación, era un país devastado que no tenía recursos y gracias a eso nos pusieron todo a disposición. Llegaron cosas que estaban guardadas, escondidas, que no eran de acceso común”, contó Prepotente.

En medio del caos, Prepotente discutió con un dirigente del Caracas que había dado un parte médico público sin haber consultado a nadie, echó al embajador argentino en Venezuela que pretendía sacarse una foto con Toranzo para sacar provecho de la situación e impidió que un supuesto médico le ofreciera un tratamiento de rehabilitación con algas a Diego Mendoza. Y varios indiscretos apostados en el lugar tomaban fotos de los heridos.

El servicio no era bueno. Toranzo y Mendoza respondían bien a los antibióticos, pero Santella había levantado fiebre y Prepotente, junto a Domínguez y Nadur, decidieron que lo mejor era marcharse cuanto antes porque si la situación empeoraba, se podía complejizar.

El regreso a Buenos Aires en el avión sanitario

EL REGRESO: ANGUSTIA, DESAHOGO Y EMOCIÓN

Pasadas las 48 horas del accidente, dos vuelos salieron desde Caracas hacia Aeroparque. El avión sanitario que había pertenecido al presidente venezolano, en el que los pasajeros (Prepotente, Toranzo, Mendoza, Domínguez y Santella -acostado con una sonda puesta-) dispusieron de wifi durante todo el viaje, y otro que había conseguido Nadur, con el resto de los dirigentes que lo acompañaban.

Remontaron a las 6 de la mañana del viernes 12, después de luchar y poder adelantarlo, ya que cada 48 horas había que volver a hacer una limpieza a los heridos y en caso de llegar por la noche, como pretendían los venezolanos, Locaso no iba a disponer de quirófanos en Buenos Aires. El trayecto demoró unas cinco horas.

Prepotente les masajeaba las pantorrillas a Toranzo y Mendoza porque se les entumecían las piernas. Pero estaba más preocupado por Santella: “Tenía el culo en la mano porque yo había decidido que nos volviéramos e iba a sentir una gran culpa si le pasaba algo en el vuelo”. El profe se mantuvo estable y el kinesiólogo se alivió cuando fue derivado al Hospital Italiano para ser revisado. Toranzo y Mendoza fueron trasladados a la Clínica San Camilo.

El kinesiólogo de Huracán junto a Mendoza y Toranzo, en casa del “Pato”

Recién cuando empezó a respirar aire porteño, Prepo -como lo llaman en confianza- se percató que los golpes y dolores que le había generado el accidente. Al margen de varios traumatismos, tenía un corte en un hombro y un esguince cervical, con dos hernias de disco cervicales. La vorágine y la adrenalina lo habían mantenido ocupado y anestesiado durante dos días.

Después de un abrazo interminable con su esposa, que lo estaba esperando en el aeropuerto, le hizo un pedido: “Dejame, manejo yo”. Todavía tiene una sensación extraña cuando va como acompañante en un auto, por la traumática situación vivida. Antes de llegar a su hogar rompió en llanto; se desahogó para que sus hijos de 1 y 3 años no tomaran dimensión de lo que había ocurrido, aunque el mayor había preguntado mucho por él.

El día que Toranzo volvió a jugar profesionalmente

TORANZO, MENDOZA Y SU EMOTIVO RENACER PROFESIONAL

Antes del partido en Venezuela, en el que Mendoza entró en el complemento y fue héroe por convertir el gol de la clasificación, Prepotente y el delantero cruzaron miradas.

-“¿Necesitás algo?”

-“Sí, dos goles”

-“Con uno me conformo, quedate tranquilo.

Antes de la última y más importante intervención a Toranzo, Prepotente se hizo presente sin aviso en la Clínica. Camino al quirófano, el Pato lo distinguió entre camillas y médicos y se puso a llorar y le extendió la mano: “No me dejaste nunca solo, no lo ibas a hacer hoy”.

No hay registros de un jugador con amputación de pie que haya vuelto a jugar profesionalmente. A los tres meses, Toranzo lo logró. El día que Domínguez lo convocó para ir al banco, el Pato le pidió a Prepotente que le tuviera la camiseta número 18 hasta que le tocara ingresar. Cuando el entrenador lo llamó, se dirigió velozmente hasta la zona de relevos y ninguno de los dos pudo contener las lágrimas.

Toranzo y Prepotente, durante la recuperación

10 DE FEBRERO: UNA FECHA MUY ESPECIAL

Leonel Prepotente estaba deseoso por llegar a Argentina. Quería disfrutar el triunfo de Huracán, club del cual es hincha, junto a su familia. Pero también planeaba una salida junto a su mujer e hijos. Casualmente, el día del accidente cumplían aniversario de casados. “Vas a ver noticias, creeme lo que te digo, volcamos con el micro y hay chicos lastimados, pero estamos bien”, le aseguró a su señora. Desde ese día, un cúmulo de sentimientos encontrados lo invaden cada 10 de febrero.

EL DEJA VU CON EL TURCO MOHAMED

En la temporada 2005/2006, Antonio Mohamed llevó a Prepotente a Huracán. El kinesiólogo que hoy tiene 46 años y casi veinte como profesional trabajó con el Turco y se marchó del club cuando el DT dejó su puesto (recién volvió en 2012). Durante el Mundial de Alemania, el actual técnico del Monterrey mexicano sufrió un accidente automovilístico en el que perdió a su hijo Faryd de 9 años y por el que casi le amputan una pierna.

Mohamed dirigiendo a Huracán tras su accidente en 2006 (NA)

Requerido por Mohamed, Prepotente estuvo a punto de viajar para asistirlo, aunque finalmente no sucedió. El fallecido Edgardo Locaso, histórico médico de Huracán y padre de Fernando, operó al Turco y luego él se encargó de la recuperación kinesiológica.

Hubo diez años de diferencia entre un episodio y otro. “Cuando sucedió todo, me resonó en la cabeza. Un ídolo del club (Mohamed-Toranzo), un accidente por un partido internacional, un Locaso resolviendo y yo rehabilitando”.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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