
Marcos Peña siempre tuvo claro que la sociedad argentina -muy distinta en eso a la norteamericana- tenía un resentimiento especial con los ricos y que el hecho de que Mauricio Macri llegara a la presidencia formaría parte de una excepcionalidad. También que era imposible alcanzar ningún resultado favorable en términos electorales con una imagen negativa que superara el 50%. Por eso trabajó incansablemente para limar ambos límites. Logró que ganara primero en la Ciudad y también en la Nación.
Sin embargo, siendo el coordinador de los ministros, no hizo ningún esfuerzo por integrar un Gabinete con diversidad de cuenta bancaria y jamás se pudo sacar el mote de “Gobierno de CEOs”, elitista y uniforme. Ni variedad de corbatas supieron exhibir.
Es verdad que no alcanza con cantar la marchita y pontificar en nombre del pueblo para resolver los problemas de los que menos tienen. Basta recorrer los barrios 22 de enero, Gauchito Gil y Tierra y Libertad, en La Matanza (municipio que es gobernado por el PJ desde 1983), para constatar la incapacidad que tuvo el peronismo para solucionar los problemas que produce la pobreza, arrancando por lo elemental: condenándolos a la exclusión y sin facilitarles el ingreso a una clase media integrada social y culturalmente, que les permita a cada uno encontrar sus propios caminos de realización.
Hasta allí fue Juntos por el Cambio a poner cloacas, caminos de concreto para poder salir sin importar si llovía o había quedado barro, luces LED’s, les acercaron el transporte de calidad con el Metrobus, se buscó desterrar el clientelismo llevando el Estado a los barrios y sin mediadores. No cabe dudas de que los vecinos y las vecinas valoraron ese esfuerzo, porque fue donde Macri y Vidal sacaron los mejores porcentajes de todo el distrito, pero no movió el amperímetro. Tal es así que los porcentajes totales fueron similares a los del 2015 e incluso en el 2017.

Como dijo el politólogo Luis Tonelli, en estas elecciones volvió a verificarse el voto histórico de la Argentina. Alberto Fernández sacó en las PASO lo que Daniel Scioli obtuvo en el ballotage en el 2015, una cifra bastante parecida a lo que suele sacar el peronismo, que está en el orden del 48%. El Frente de Todos fue muy eficiente en juntar a casi todo el peronismo bajo una misma fórmula.
En cambio, Juntos por el Cambio sólo a último momento incorporó a alguien distinto, Miguel Angel Pichetto. Hasta ese momento, se había concentrado en sus puros PRO, ignorando los resultados electorales que se daban a lo largo y ancho del país. Al final, la fórmula oficialista empezó a subir y puso superar el resultado de las PASO en el 2015 en cuatro puntos, pero no lograron el efecto ballotage que sí logró el peronismo unido, a pesar de que lo buscaron. Su propio voto se dispersó entre otras candidaturas.
Tonelli dice que hubo una competencia entre un blend diseñado para las necesidades de la etapa con elementos reconocibles para distintos gustos y un varietal puro que no ofreció nada nuevo, aunque a último momento haya buscado darle una innovación. Finalmente, no hay segmentación que valga si la estrategia es equivocada y ningún sistema algorítmico evita que el electorado exprese su frustración.
La política que dejó de hacerse apenas se aterrizó en la Casa Rosada, cuando se encerraron en sectas y se prefirieron funcionarios sin experiencia de gestión, no podía tener un final feliz. Aunque todavía queda la instancia verdadera, el domingo hubo una sanción clara a un Gobierno que defraudó porque “no pegó una en materia económica”, como el Presidente sabía que se comentaba en los focus group. Claro que estaba convencido que, “entre la hija de p….. y el bolu…, van a terminar eligiéndome a mí”. Pero se equivocó.

En marzo, un argentino que es experto en comunicación política pero vive en San Pablo le dijo a Infobae, en un largo WhatsApp, que “en las elecciones de 2019 se enfrentarán dos miedos, el miedo a la arrogancia de Cristina, a la venganza, a la impunidad, versus el miedo a Macri, a perder el empleo, al ajuste permanente, a que nunca encuentre el camino para sacar el país de la crisis”.
Y anticipó que para el Gobierno “puede no ser suficiente recordar el miedo a Cristina, sería como llover sobre mojado. El problema estratégico de Macri es convencerlos de que los próximos cuatro años no serán como los últimos cuatro años, y que ahora sí se están resolviendo los problemas de fondo, lo que tampoco es demasiado consistente con los bajos niveles de credibilidad del Presidente”.
El equipo de comunicación oficial lo tenía claro. Por eso, al final de la campaña, lo hizo sobreactuar a Macri con los gritos de “no se inunda más, no se inunda más, no se inunda más, carajo”, para ejemplificar la necesidad del tiempo que lleva alcanzar las verdaderas transformaciones.
Fernández también estaba al tanto de lo que decían los grupos focales y estiró su oferta electoral, aceptando en un reportaje que se podía decir que Cristina era soberbia y cerrando su discurso de victoria en las PASO prometiendo que no habrá venganza ni persecuciones y que, finalmente, “nosotros fuimos el cambio”.
Con solo repetir el resultado del 11 de agosto, Fernández será presidente. Ni siquiera necesita ampliar su techo lo que, de todas maneras, podría lograr con solo mantener controladas a las fieras de su espacio. Macri no tendrá problemas en aumentar el porcentaje de votantes, pero no le alcanza con eso. Para seguir en carrera, debería bajar a menos del 45% de los votos la fórmula del Frente de Todos y así pasar al ballotage. Ahí sí podría repetir la hazaña del 2015, lo que hoy parece muy difícil.

Pero Macri tiene una inesperada ventaja al ser un perdedor con los recursos del Estado. Es decir, no está obligado a ser excesivamente responsable. Perdido por perdido, se puede dar el lujo de lanzarse a un “macri-populismo”, aunque tal vez ni así lo logre. Sin embargo, sus enemigos vuelven a estar sorprendidos por su excepcional resiliencia.
La periodista Natasha Niebieskikwiat, que para escribir El Secuestro leyó los extensísimos volúmenes de la causa judicial, siempre quedó impresionada por la manera en que Macri actuó en ese episodio que le marcó la vida para siempre cuando tenía 32 años, según el testimonio de los propios secuestradores. “Si lo obligaban a comer, comía, si le decían que se arrodille, se arrodillaba, si tenía que acostarse, se acostaba, pero nunca se mostró quebrado y mantuvo la calma, mientras sostenía con habilidad el hilo de conexión con su padre y sin salirse de eje”, resume.
Algo similar destacó María Eugenia Vidal en la reunión de Gabinete ampliado que se realizó en el CCK. “En la derrota del 2003, fue el último en irse del búnker y al otro día, fue el primero en llegar y hablar con cada uno para ver cómo seguíamos adelante”, aseguró.
Los expertos en autoayuda dicen que se aprende más de los fracasos que de los éxitos, que las derrotas son otra forma de ganar. Conociendo su historia, es difícil que por estos días Macri confíe en lo que le dicen aquéllos que lo trajeron hasta aquí. Como en 2003, pragmático, está oteando por un nuevo sistema de creencias que le permita pasar a la próxima etapa. No tiene mucho tiempo y nada indica que podrá lograrlo. Solo podemos pronosticar que no se dará vencido mientras todavía tenga alguna chance.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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