Macondo, el hijo del general, Boca campeón, y la elección más loca del mundo en Tucumán

Necesitado de personajes diferentes debido a la omnipresencia política del amado-odiado gobernador Bussi ‒electo por los votos hacía pocos meses‒, el dominical El periódico de Tucumán sorprendió con una tapa irónica, algo burlona, donde presentaba públicamente a Ricardo Argentino Bussi, su hijo menor nacido en Kansas City, Estados Unidos, el 24 de abril de 1964.

Utilizando la técnica del fotomontaje, algo muy novedoso en el año 1996, la foto mostraba a Ricardito sentado en las rodillas de su papá, con sus ojos celestes saltones, una sonrisa más que inocente y un enorme chupetón en la mano. El título, en tipografía grande, completaba el gag: El pequeño Bussi. Nadie, en ese momento, creía seriamente en su futuro político. Los hechos desmentirían aquel escepticismo inicial.

Más allá de mostrarlo como un posible heredero político, o algo así, la idea era provocar algún tipo de movimiento interno en Fuerza Republicana que diera más tela periodística para cortar. El partido era tan hermético y ultra vertical, que hasta tenía sus cuentas bancarias a nombre de Antonio Domingo Bussi. El viejo general se movía más como un dueño de empresa que como un líder político.

Como tantas otras veces en estas pampas de crisis, el chiste funcionó y se convirtió en realidad. El 6 de junio de 1999 Ricardo Bussi era el candidato del partido de su papá, que no podía presentarse a la reelección porque, en ese momento, la Constitución provincial lo prohibía.

Ricardito tenía el apellido y con eso bastaba, opinaba su padre y el coro griego que solía decirle sí a todo. Su rival era el peronista Julio Miranda, un sindicalista petrolero que había sido diputado nacional, convencional constituyente, dos veces senador y también presidente de Atlético Tucumán.

Antonio Domingo Bussi
Antonio Domingo Bussi

En boxeo la llamarían una pelea 50-50. El novato cargaba con la mochila de la oscura historia de su padre en la espalda, lo que podía ser muy bueno o muy malo, según quién fuera el que votara. Miranda era un político clásico, con experiencia, muy profesional pero para nada carismático como para captar el voto independiente. A priori, no había un favorito.

El día de la elección fue muy tranquilo. Este periodista esperó en el hotel hasta las seis de la tarde, hora en que terminaba el escrutinio y ya podía haber alguna boca de urna, alguna idea de quién picaba en punta. Entonces decidió salir, para sentir el clima político y la opinión de la gente. No estaba trabajando. Había viajado solo por su eterno amor a ese manicomio con fronteras donde había vivido y trabajado.

Una multitud se apretujaba alrededor del televisor de uno de los bares cercanos a la Plaza Independencia. Hacia allí caminó, decidido.
‒¿Y? ¿Quién gana?
‒Independiente. Pero igual Boquita sale campeón. ¡No te hagás problema, papá!
‒Pero, ¿y las elecciones?
¡Qué sé yo de las elecciones! ‒dijo, molesto, moviendo hacia atrás su brazo derecho, como tirando sal para la mala suerte.

El que aparecía en primer plano en la pantalla del televisor no era Bussi ni Miranda. Era Carlos Bianchi, el técnico de Boca, algo abrumado, tocándose la corbata. Independiente terminaría ganando 4 a 0 y rompería la racha invicta de 40 partidos invictos, pero el equipo de Riquelme, Palermo y Barros Schelotto, efectivamente, se consagraba campeón del torneo Clausura 1999 ese mismo día.

Cómo nadie hablaba de las elecciones sino del partido de Boca, del invicto, la vuelta olímpica y los festejos, el periodista se resignó y decidió esperar un par de horas. A eso de las nueve de la noche, pasó por la sede de ambos partidos. Todos decían que Bussi ganaba cómodo.

Ricardo Bussi
Ricardo Bussi

La sede de Fuerza Republicana en Laprida 850 era una fiesta. Guirnaldas, luces de colores, cumbia, la cara sonriente del vice de Bussi, Raúl Topa, y de muchos simpatizantes con banderas que daban vueltas alrededor del local en sus autos, tocando bocina.

En la sede del PJ los ánimos estaban muy caldeados. Julio Miranda reconoció enseguida la derrota y desapareció. Nadie sabía dónde estaba. Sixto Terán, su candidato a vice, atendía a la prensa como en un velorio, mientras la ex senadora Olijela Rivas, la histórica ‘Mamila’ que había perdido la elección contra Bussi padre en 1995, maldecía en voz alta y juraba que Miranda le ponía más atención a Atlético Tucumán que a la campaña.

El periodista de CQC Daniel Tognetti daba vueltas pero nadie tenía ánimos para hacer chistes. Ricardo Campero, el candidato radical, se adjudicaba el segundo puesto. Peor, imposible.

La cosa parecía definida. El periodista caminó, algo incrédulo, pensando en aquella tapa que hizo, presentando al Pequeño Bussi y en las extrañas paradojas de la vida. Cuando llegó a Plaza Independencia, no podía creer lo que veía. Una multitud en éxtasis festejaba, cantaba, saltaba eufórica. La plaza estaba llena.

‒¿De dónde sacaron tanta gente, éstos? ‒se preguntó en voz alta el periodista y enseguida calló. Ojos muy abiertos. Las banderas no eran las azules y blancas de Fuerza Republicana. Las banderas eran azules y amarillas. No gritaban “¡Busssiiiiiigoobernadoooooo…! Gritaban “¡Bianchiiiiigampeóóóó…!
Era todos hinchas de Boca.

Habían copado la plaza y el frente de la Casa de Gobierno, la escalinata y el acceso principal para festejar el nuevo título.
Adentro, Ricardito Bussi le daba notas a los medios locales y nacionales como nuevo gobernador electo. Los asesores querían que saliera al balcón a saludar. Era “la” foto.
Imposible.

Debajo del balcón que soñaban triunfal, una docena de desmesurados hinchas de Boca danzaban la danza del fuego y quemaban varios afiches de campaña de Bussi hijo y, para hacerla completa, un poster gigante del general. Cada vez que algún asesor o funcionario se asomaba por alguna ventana, los muchachos de abajo les mostraban alguno de sus numerosos tetrabriks de tintorro o blanquete, y se aferraban los genitales, de arriba hacia abajo, arqueando hacia atrás sus torsos desnudos con un equilibrio envidiable, dadas las circunstancias.

Dicho en francés: c’est ne pas le moment. En la comparación Macondo, el pueblo ficticio de Gabriel García Márquez, parecía Manhattan.

Ricardito no pudo tener su foto saludando a la multitud desde el balcón de la Casa de Gobierno, pero terminó la noche satisfecho y feliz. Finalmente había cumplido el sueño de su vida: ganar en nombre de su padre.

A la mañana siguiente, los diarios nacionales anunciaban su triunfo electoral. Clarín tituló: “Bussi ganó en Tucumán y pelean por el segundo lugar la Alianza y el PJ”. La Nación fue escueto y a los bifes: “Tucumán: continuará gobernando el bussismo” y Página 12 intentaba responder, perplejo: “Por qué los tucumanos votaron a Bussi”. Solo La Gaceta de Tucumán, en una segunda edición, abrió el paraguas y habló de resultado abierto: “Bussi y Miranda festejaban a la madrugada con cifras provisorias”. Fue el único diario del país que se permitió dudar del triunfo del chico de Kansas City.

Esa mañana, a más de uno se le atragantaron las medialunas. Funcionarios del gobierno que ya se veían en el gabinete de Ricardito, por ejemplo, y los jefes de redacción de los diarios que se habían comido los amagues, como el pobre Goycoechea contra Colombia el día del 5 a 0.
¿Qué había pasado?

Hay un aluvión de votos que llegan desde el oeste de la provincia y pueden dar vuelta la elección“, alertaba sin disimular su gesto de asombro a las 3.30 de la madrugada el periodista Claudio Maxud, desde los estudios del Canal 8. Cuanto más se acercaba el amanecer, más votos sumaba el ex derrotado Miranda.

¿Dónde estaba Miranda? Nadie sabía. Como Campero, aceptó rápido la derrota y desapareció. Con el ánimo por el suelo, había buscado refugio y consuelo, lejos del bullicio. En la sede peronista la tragedia había mutado en euforia. La Mamila Olijela había recuperado la sonrisa. Terán, el vice, con cara de no haber podido pegar un ojo, parecía un hombre nuevo.

Un cruce de llamados logró el milagro y el que parecía el nuevo gobernador fue contactado. “¡Despabilate negro, dale, veníte para acá que parece que ganás vos…!”, le gritaron varias veces. No lo podía creer. Una ducha fría hizo el resto. Ya era de día cuando apareció, disimulando el mal trago previo y la sorpresa que casi lo infarta a la madrugada. Parecía ganador, seguro de sí mismo.

Ricardito se había dormido orgulloso, en paz, después de haber tenido el día más feliz de su vida. Los números eran contundentes y las encuestadoras de boca lo daban ganador por lejos: IBOPE 37% a 29, y Nahuz 39,8% a 30. Pero su despertar fue lo más parecido a una pesadilla.

‒¡Cómo que ganó Miranda! ¿Están locos? ¿Qué dicen? ¿Es broma, no?

No, no era broma. Los votos de los que hablaba Maxud por Canal 8 a la madrugada, habían dado vuelta la historia. Las cifras oficiales terminaron de esta manera:
Miranda: 36,45% (224.900 votos),
Ricardo Bussi: 35,77% (220.695),
Ricardo Campero: 22,43% (138.398).
Los bussistas no querían saber nada con este nuevo resultado. Lo negaban, indignados. En poco tiempo una frase ganó la boca de todos ellos:
‒¡Hicieron fraude! (queja oficial para los medios y las manifestaciones públicas)

‒¡Nos cagaron! (en la intimidad, sin filtros).Los bussistas, que ya sostenían el mito del fraude en la elección que su líder máximo perdió con Ramón Ortega en 1991 por cinco puntos (50,55% a 44,30), no podían pensar en otra cosa, sobre todo tomando nota de lo exiguo de la derrota de Bussi hijo ‒solo 4.000 votitos, un mísero 0,68%‒, y la remontada de madrugada de sus rivales. Nadie los iba a convencer de otra cosa.

El lunes 7 no hubo siesta para nadie. El partido del viejo general denunció fraude electoral a la Justicia y exigió la apertura de todas las urnas para realizar un recuento, voto a voto.

Mientras la denuncia era recibida, el peronismo celebraba la victoria e invitaba a Mercedes Sosa para cantar en los actos celebratorios. Cada minuto valía oro.

Los grupos belicosos de peronistas y bussistas se enfrentaron frente a la Casa de Gobierno. Cada grupo llevó sus bombos, sus banderas, y también algunos palos y cascotes.

Todos temían un choque sangriento. El periodista porteño de visita también. Mirando hacia un costado y hacia otro, se acomodó entre las dos parcialidades, junto a un móvil de Crónica TV que transmitía en directo.

Cuando se prendió la luz roja de la cámara, los dos bandos avanzaron decididos, uno en busca del otro. “¡Genocida, hijueputa!”, gritaban unos, “¡Gatos corruptos, tramposos!”, contestaban los otros. Hubo empujones, palazos, alguna naranja voladora arrancada de los árboles de la plaza, más insultos en riguroso slang tucumano: “¡La ura e’ tu máma, púhto…!”.

De pronto la luz roja de la cámara se apagó y los contendientes, como los boxeadores al sonido de la campana, se calmaron y se retiraron a sus respectivos lugares, al extremo de la explanada. Algunos se refrescaban tomando algo, otros se arrojaban agua en la cabeza, se curaban algún raspón, o conseguían más piedras o naranjas para lanzar.

Aire de nuevo. Otra vez enfrentados. ¡Graves incidentes en Tucumán!, decía el enviado de Crónica. Caras desencajadas. Alguien que cae, otro que lo patea, golpes, cosas que vuelan, insultos. Corte. Paz. Otra vez al rincón. Y así.

Internet había llegado a la Argentina en 1995, pero en aquel fin de siglo las redes sociales eran inimaginables. Sin embargo, los choques frente a la Casa de Gobierno respondían a una lógica virtual. Desataban su furia solo para ser mediatizados.

Por supuesto las cosas no suelen ser tan amables en Tucumán, una provincia fascinante, enamoradora y loca como ninguna. El enfrentamiento no era solo virtual, había mucho en juego y en puntos de la provincia hubo tensiones al límite. Pero el agua no llegó al río.

Los choques transmitidos en directo por la tele continuaron durante un largo rato, hasta que las salidas al aire se espaciaron. Los manifestantes, agotados, bajaron su nivel de agresión y prefirieron esperar las novedades más quietos, tensos y en silencio. Poco a poco se fueron yendo. Atardecía, cuando los camiones de exteriores abandonaban su puesto en la plaza.

La justicia finalmente desestimó la denuncia por fraude electoral de Fuerza Republicana y el ganador formal, Julio Miranda, asumió el 29 de octubre de 1999. En el país gobernaba la Alianza, y el nuevo mandatario provincial decidió hacer un guiño táctico: nombró al radical José Alperovich en el ministerio de Economía. Pronto Alperovich dejaría la UCR para pasarse al peronismo y ser quien lo suceda en el cargo, en 2003.

Furioso por la derrota de su hijo Ricardo, Antonio Domingo Bussi se llenó la boca hablando de justicia, ética, democracia. Justo él.

Todo tan increíble, pero real.
Only in Tucumán. Only in Argentina.
Only en el país profundo, el real; el que no usa el delicado make up de Buenos Aires, tan chic, tan propio de la gran ciudad que parece europea, pero no.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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