Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. (Artículo 19 de la Constitución de la Nación Argentina)
Si Juan Bautista Alberdi viviera, sería tan liberal como cuando murió, en 1884, en Neuilly-sur-Seine, con casi 74 años de edad. Preocupado por que su Constitución expresara “las necesidades del día presente”, seguramente llamaría a actualizar el texto del artículo 19. Y no solamente porque los derechos que consagra se aplican a todos los sexos, a agnósticos y ateos, a ciudadanos y extranjeros, sino también porque el orden y la moral públicos se aseguran hoy en día en el marco de la gobernanza ética, la supremacía del derecho y la supervisión y el control ciudadanos de los actos de gobierno.
Es casi redundante señalar que los funcionarios públicos, por el hecho de serlo, renuncian a una parte sustancial de su privacidad, aún más allá de lo que la ley exige. Y sus familias también. Es la idea de escrutinio, el examen exhaustivo de las acciones y los procesos, como el resultado de las elecciones o la ocultación de riqueza imponible, que nos viene de la Roma clásica, la búsqueda que hacían los recaudadores de tributos de efectos valiosos en la basura (scruta en latín). Que esa pérdida se compense con los privilegios y las oportunidades que se les ofrecen o se agrave por los riesgos que afrontan los acerca a las reflexiones en torno a la felicidad familiar de León Tolstoi en su novela Ana Karénina, publicada en 1877.
Para esa época, Alberdi, de vuelta de Europa y diputado por Tucumán, ya se había reconciliado con Sarmiento, pero no con Mitre, que concentraba todo su arsenal para destruirlo. Alberdi estaba tan enfermo que el 24 de mayo de 1880, al recibir su doctorado honoris causa de la Universidad de Buenos Aires, no pudo leer su alocución acerca de la omnipotencia del Estado como negación de la libertad individual. ¡Qué impotencia sentirían Alberdi, el vizconde Tocqueville o el barón Acton al comprobar que sus fórmulas para luchar contra el despotismo ya no alcanzan para contrarrestar el empobrecimiento de las conciencias privadas!
El común de la gente no tiene por qué resignar su privacidad y mucho menos gratis y sin consentimiento. Tanto la democracia liberal como el capitalismo de libremercado se basan en niveles altos de confianza pública. La intromisión indebida en los procesos de decisión de los particulares mediante la manipulación algorítmica de ingentes volúmenes de información reservada atenta contra la legitimidad sistémica. No es nuevo que la publicidad comercial adopte tácticas propias de la propaganda totalitaria y que haya agentes de inteligencia que abusen de su autoridad en beneficio propio. Pero esta es otra dimensión cibernética.
Por ejemplo, numerosas empresas al servicio de intereses velados diseñan y dirigen millones de mensajes electrónicos, a menudo engañosos, a electores individualizados para que reorienten sus selecciones (microtargeting). Determinan así, subrepticiamente, el resultado de votaciones reñidas, como la elección presidencial de noviembre de 2016 en Estados Unidos, donde Donald Trump obtuvo 2,9 millones de votos menos que Hillary Clinton, o el referéndum de junio de 2016 por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, donde el Brexit ganó por 1,3 millones de votos sobre un total de 33,55 millones de votos emitidos, menos del cuatro por ciento.
No es cuestión de poner palos en la rueda de la innovación tecnológica sino de analizar la naturaleza profunda de esta etapa de un orden social y económico basado en la distorsión de la comunicación y la compulsión al consumo. Se trata de la utilización no autorizada de excedentes de información reservada (data exhaust) para diagnosticar comportamientos, desarrollar productos predictivamente y crear sustitutos ajenos a la selección racional individual. La inteligencia artificial, un estadio superior de la ciencia de la computación de los big data, serviría no solamente para plantar noticias tendenciosas y colocar bienes y servicios en los mercados, sino también para promover candidatos, temas y predilecciones. ¿Queda espacio para el libre albedrío y la democracia agonal dentro de ese orden político y económico?
Si algo ha caracterizado la década que se inició con la crisis económica de 2007-2008, ha sido la desaceleración del proceso de globalización por la intervención en los mercados de los gobiernos nacionales, notablemente los de Estados Unidos, China y Alemania, para recuperar puestos de trabajo. Otro tanto deberá pasar con la supervisión y el control de los depositarios de información privada en internet, especialmente en las redes sociales. Es una cuestión de gobernanza global para incorporar a la agenda del G20, no solamente del G7 como promueve Emmanuel Macron.
El autor es profesor de Economía y Gobernanza Internacionales, Escuela de Diplomacia y Relaciones Internacionales de Ginebra.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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