La falacia de los robots y la futura falta de empleos

Está claro que la raza humana es absolutamente inútil para predecir el futuro. No nos sale. Deberíamos entenderlo de una vez y dedicarnos a navegar las olas del progreso con la alegría del pescador que sabe que –porque lo hizo mil y una vez- va a llegar a buen puerto haya vientos huracanados o mares planchados.

Cuando tratamos de imaginar el futuro lo hacemos con los parámetros de la mente del presente. Por supuesto que podemos leer todos los números de Wired, seguir estudiando siempre y peregrinar una vez por año a conferencias de innovación y tecnología (básicamente ese soy yo). Podemos hacer estas cosas y subidos a nuestro falsa confianza, como si fuéramos un San Martín del espacio-tiempo, señalamos con el dedo hacia el mañana y nos descerrajamos un: “en el futuro…”.

De la misma forma que no pudimos entender el impacto del teléfono cuando hizo su entrada en escena o incluso los transistores, estoy convencido que tampoco podemos entender la llegada de la IA y la consecuente “pérdida de miles de puestos de trabajo” y los escenarios a la Mad Max donde en mayor o menor medida, los humanos viviremos en un futuro dominado por las máquina o la pobreza.

Solamente mirando para atrás, podemos decir que es cierto que el señor que hacía velas fue extremadamente feliz hasta 1879, cuando llegó la lámpara eléctrica. “¡Es el fin!”, debe haber gritado a viva voz. “¡Cuántos de estos nobles trabajadores no tendrán cómo llevar el pan a sus hijos!”. Y probablemente, algo de razón tenía. Pero la verdad es que, por cada fábrica de velas que se cerraba, aparecía una fábrica de bombitas. Y de cables. Y de generadores. Y apareció una nueva profesión, que se llama “electricista”, que si bien en un comienzo era algo más parecido a un hacker que a un ingeniero, derivó en una industria que dio trabajo a más gente que lo que las fábricas de velas jamás lo hicieron.

Es por eso que reportes como el que reportes como el que hace pocas semanas presentó el McKinsey Global Institute, el think tank de la consultora McKinsey, donde dice que “los robots eliminarán 800 millones de trabajos a nivel mundial” son definitivamente exagerados. No en el sentido de que el número será menor, sino que no podemos pensar en los empleos que se crearán.

En el año 1811, en Inglaterra los tejedores de medias (pensemos en alguien del 1800 y lo vamos a imaginar con esas calzas blancas que –por suerte- nunca más volvieron a estar de moda) se oponían a la llegada de los telares mecánicos impulsados a vapor. A tal punto se oponían que liderados por un tal Ned Ludd, por las noches iban a romper las fábricas en resistencia a la mecanización indiscriminada (les suena “¿Fuera Uber?”). Es así que –por lo general- a todos aquellos que se oponen al avance de la tecnología, hoy se los llama “Luditas” o “Neoluditas”.

De la misma forma que en el 1800 la gente temía que la industria textil desapareciera y que los tejedores quedaran en la calle, hoy están quienes temen quedarse sin trabajo en 10 o 15 años.

Es probable que tengan razón.

Es probable que el tipo que remacha en la fábrica de autos se quede sin trabajo. O mejor dicho, ya se quedó sin trabajo en la década de los 80. Y lo mismo va a pasar con los choferes de camiones y muchísimas tareas que no podemos imaginar hoy. Pero lo que es importante, es que no podemos imaginar cuáles son las tareas que se van a crear. De la misma forma que el fabricante de velas no podía imaginar la industria de los aislantes eléctricos, ¿qué nuevos puestos de trabajo no podemos imaginar para los próximos años? El remanido ejemplo de que “community manager” no existía como posibilidad de empleo hasta hace unos 5 años atrás nos tiene que servir de muestra que, para entender el futuro y el impacto en el empleo, somos malísimos.

En definitiva: señora, señor, en este fin de año que se acerca, en las fiestas y reuniones de oficina, le pido que hagamos un pacto. Cuando alguien diga que “los robots nos van a dejar a todos sin laburo”, no discutamos. Ni asintamos ni neguemos. Simplemente recordemos que no podemos ver futuro, que no entendemos el impacto de las tecnologías actuales y que lo mejor que podemos hacer, es brindar por el amigo Ned Ludd y entender que –como decía una conocida tarantela de los años 50 en la Argentina y que cantaba en “cocoliche” un tal Nicola Paone, el futuro: “cata vece más lindo, cata vece e mecore, mecore”.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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