El precio del humo

Los tiempos se acortan. En 20 años las consecuencias del cambio climático serán catastróficas. Lo reafirman los 91 científicos de 40 países que analizaron más de 6.000 estudios ambientales y que firmaron la semana pasada el último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas. Incluso, bajaron el grado de aumento de la temperatura por encima de los niveles preindustriales sobre el que se producirían las mayores calamidades.

En los informes anteriores, los científicos habían puesto esa marca en los 2 grados centígrados. Ahora, lo redujeron a 1,5 grados. Describen un mundo con escasez de alimentos, incendios forestales, la muerte masiva de los arrecifes de coral y una enorme pobreza para el 2040 si no se toman medidas. Dicen que para evitar el daño se requiere transformar la economía mundial a una velocidad y escala que “no tiene precedente histórico”. E insisten en un remedio amargo para muchos que podría mitigar el desastre: poner un precio a las emisiones de dióxido de carbono. Cobrar por el humo.

En los años 70, el profesor William D. Nordhaus, de la Universidad de Yale, en New Heaven, realizó la primera revisión detallada de los daños económicos que el calentamiento global podría infligir a la humanidad. Coincidió con sus colegas que comenzaban a encender las alarmas sobre el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. En ese momento, argumentó que las empresas que queman combustibles fósiles deberían pagar impuestos a una tasa que refleje los daños que están infligiendo al resto del mundo.

Casi medio siglo más tarde, el lunes pasado y en simultáneo con el informe del IPCC lanzado desde Corea del Sur, el profesor Nordhaus recibió el premio Nobel de Economía por su investigación. Las conclusiones de su trabajo fueron traducidas en la práctica como el “cup-and-trade”, un sistema por el que las empresas compran y venden derechos de emisión que les permiten lanzar a la atmósfera solo una cierta cantidad de gases regulados por la oferta y la demanda que fijan el precio. De esta manera, los gobiernos ofrecen a las empresas un fuerte incentivo para ahorrar dinero al reducir las emisiones de la manera más rentable. Si se contamina se paga muy caro. Y para sobrepasar los niveles de contaminación, las industrias tienen que transar los permisos entre ellas para mantener siempre un promedio por rubro y por país.

Claro que también están los negacionistas del cambio climático, los que quieren seguir lanzando carbono a la atmósfera porque están convencidos de que todo es un invento de científicos locos y del Weather Channel. El presidente estadounidense, Donald Trump, está entre ellos. Su colega chino Xi Jinping, también está en la lista. Ahora se le suma Jair Bolsonaro que, salvo que se vea afectado por uno de los devastadores huracanes que están azotando en los últimos años el norte de su país, se convertirá en el próximo presidente de Brasil. Y no están solos.

Xi Jinping y Donald Trump (AP)
Xi Jinping y Donald Trump (AP)

China, el mayor contaminante del planeta, insiste en su teoría de que no se puede castigar con el corte de emisiones a los países en desarrollo cuando las naciones ya desarrolladas contaminaron sin ninguna restricción en los últimos 150 años. Este argumento -y su espejo en el que se observan los negacionistas- es el que hasta ahora hizo fracasar los intentos por alcanzar un acuerdo global para prevenir las cada vez más frecuentes catástrofes climatológicas. La última vez que se estuvo cerca de un acuerdo para acercar a las partes fue en la cumbre de Cambio Climático de Copenhague, en diciembre de 2009, cuando parecía que Barack Obama iba a cumplir su promesa de campaña de reducir los niveles de emisión a los de 1990. No lo logró. Estaban allí, en la capital danesa, los máximos líderes del mundo. Hubo reuniones de último momento y un acuerdo insulso impulsado por Brasil e India pero con la disidencia de China. Obama se retiró por la puerta trasera y terminó dando de apuro una breve conferencia de prensa en el aeropuerto.

Desde entonces, el único acuerdo básico fue el de cobrar impuestos directos sobre los combustibles fósiles o mediante programas de límites máximos a las industrias contaminantes. Lo pusieron en práctica informalmente más de 40 gobiernos de todo el mundo, incluida la Unión Europea y el estado de California a pesar de que el resto de los Estados Unidos no lo adoptó. Pero a muchos les está resultando políticamente difícil establecer un precio lo suficientemente alto como para generar reducciones realmente profundas en las emisiones de carbono. “Creo que es justo decir que las diferentes políticas de fijación de precios del carbono fueron las que impulsaron la mayoría de las reducciones de emisiones hasta el momento. Es la única herramienta utilizada hasta ahora y que probó ser eficiente”, aseguró al New York Times, Jesse Jenkins, investigador de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard.

Un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la OCDE, indica que el precio promedio del carbono en 42 de las economías más importantes del mundo fue de alrededor de 8 dólares por tonelada, muy por debajo del nivel que la mayoría de los expertos considera necesario para combatir el cambio climático. El IPCC de las Naciones Unidas recomiendan a los gobiernos imponer precios de entre 135 y 5.500 dólares por tonelada de contaminación de dióxido de carbono en los próximos diez años para mantener el calentamiento global por debajo de 1.5 grados centígrados o 2.7 grados Fahrenheit. Algunos países ya están apuntando en esa dirección, aunque la marcha es tan lenta como el tránsito de una autopista en el regreso de las vacaciones. Portugal lanzó con cierto éxito su propio impuesto al carbono en 2015 y Chile siguió su ejemplo en 2017. China tiene un programa de comercio de carbono en varias de sus provincias. California recientemente amplió su propio programa de límites máximos y comercio que ahora alcanza al 85% de las emisiones en todo el estado. En noviembre, los votantes del estado de Washington decidirán si promulgan su propio impuesto estatal al carbono.

“Para acercarse a los altos niveles de precios del carbono previstos por los expertos de la ONU se deberían encontrar estrategias más creativas”, comenta el profesor Jenkins de Harvard. Apunta a incentivar el uso de energías renovables y el uso de vehículos eléctricos, (“que son bastante populares entre los votantes”, dice), con subsidios que se obtengan de la recaudación de impuestos a las industrias contaminantes.

Autos eléctricos
Autos eléctricos

Otros científicos creen que sin un impulso político concreto a nivel global nunca se va a llegar al recorte de las emisiones que se necesita para detener, o al menos desacelerar, el cambio climático. El doctor Nordhaus se mostró bastante pesimista en las entrevistas que dio tras recibir el Nobel. “La verdad es que estoy muy preocupado por el hecho de que estamos haciendo tan poco. Estamos sumamente retrasados, a miles de kilómetros de lo que la ciencia nos indica que debemos hacer. Así, vamos a ver como se desmorona nuestra propia casa mientras miramos algún sitio de Internet y creemos que las inundaciones, los incendios o las sequías sólo matan en otros lugar, en otro continente”, sentenció ante las cámaras de una cadena de televisión estadounidense.

Sin embargo, muchos prefieren seguir viendo en una pantalla el deslave provocado por las lluvias bíblicas o los vientos destructores de los huracanes que dejan cientos de miles de víctimas mientras toman una cerveza y piensan que a ellos nunca les va a suceder algo así. No están dispuestos a aceptar que deben pagar más por la energía que consumen para intentar evitar mayores desgracias. El impuesto al carbono aumenta directamente el precio de la gasolina y la electricidad, algo que pone de muy mal humor a los votantes. Los políticos también prefieren seguir tomando de la botella mientras se ven una buena serie en Netflix, antes de enfrentar la ira de sus seguidores por los aumentos en las tarifas de la energía. Un ejemplo de esto es la furia que provocó en 2012 el gobierno de Australia cuando aumentaron la luz, el gas y los combustibles después de imponer un precio al carbono de 23 dólares por tonelada. Las emisiones cayeron a uno de los niveles más bajos del planeta. Pero también cayó al piso la intención de votos del gobernante partido Laborista. Un año más tarde la coalición Liberal-Nacional ganó las elecciones y rápidamente revocó la ley del impuesto a las emisiones.

Para evitar llegar al grado y medio de aumento de la temperatura global en veinte años, de acuerdo al panel de Naciones Unidas, habría que reducir las emisiones de gases contaminantes en un 45% con respecto a los niveles de 2010. Y, al mismo tiempo, las energías renovables, como la eólica y la solar, que ahora representan aproximadamente el 20% de la producción de electricidad total, deberían llegar a ser más del 60%. Unas metas que sólo se podrían alcanzar con voluntad real de cambio. Algo que por ahora sigue siendo lejana. La mayoría de los políticos y votantes del mundo prefieren continuar viendo a la chica del tiempo hablando de la catástrofe del día mientras piensan: “¡Pobre gente…Cómo se les voló el techo de sus casas!”.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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