Arturo Larena
Madrid, 20 nov. Cada vez que termina una Cumbre del Clima la tentación es calificarla de fracaso y no es que sea un recurso fácil, sino que responde a una sensación de muchos negociadores y de una inmensa mayoría de los observadores: la COP27 lo ha esquivado, in extremis, gracias un acuerdo sobre pérdidas y daños.
La inclusión de este mecanismo para compensar a los países menos favorecidos por los impactos catastróficos causados por el cambio climático supone un paso adelante y establece como meta acordar su estructura de apoyo financiero para los más vulnerables antes de la próxima COP28 en Emiratos Árabes en 2023.
“Claramente esto no será suficiente, pero es una señal política muy necesaria para reconstruir la confianza rota”, ha dicho el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
En Egipto se ha rozado el retroceso, pero la organización de estos foros anuales, discutible en su forma y procedimiento, supone un éxito de la multilateralidad, aunque los pasos son cortos y la velocidad de los avances resulta para muchos desesperante ante la magnitud de los efectos de la crisis climática.
Han pasado tres decenios desde la aprobación de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) en 1992, 27 cumbres desde la COP1 de Berlín de 1995, y aún se sigue discutiendo.
La COP27 de Sharm el Seij (Egipto) se presentaba en su arranque como una reunión de “perfil bajo”, pues la situación geopolítica derivada de la invasión rusa de Ucrania y la crisis energética “devaluaron” el punto de partida y las metas de las delegaciones,
La ausencia de líderes de grandes potencias contaminantes como Rusia y China (primer emisor de CO2 en términos absolutos) o India, convertidos en gigantes económicos, también han devaluado este foro en el que las cuestiones financiera desempeñan un papel clave.
Ausente la activista Greta Thunberg, para denunciar lo que considera falta de derechos y libertades en Egipto, la “estrella” ha sido el presidente electo de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, que confirmó al mundo el regreso de su país -el mayor custodio de la selva amazónica- a la senda de la lucha contra el cambio climático tras cuatro años de un gobierno anclado en el “negacionismo climático”.
Y aunque el negacionismo se ha rearmado de la mano de algunos populismos políticos, también se ha incrementado la conciencia de la sociedad ante una realidad que se plasma en fenómenos meteorológicos extremos cada vez más habituales como sequías o lluvias torrenciales, olas de calor o grandes incendios forestales.
La Unión Europea, impulsor histórico de las políticas climáticas ha sido especialmente activa abogando por aumentar los objetivos de descarbonización pero, como apuntó el vicepresidente del Ejecutivo de la Comisión Europea, Frans Timmermans, seguirá quemando carbón y buscando suministros de gas durante tres años para ayudar a hogares e industrias tras la crisis desatada por la invasión rusa de Ucrania.
Y nuevamente la vicepresidenta tercera y Ministra para la Transición Ecológica de España, Teresa Ribera, ha desempeñado un papel especialmente activo en unas negociaciones en las que la propuesta en lo relativo a mitigación, si bien “no da un paso atrás” respecto a lo acordado en Glasgow, “tampoco avanza”.
La ambición climática, reclamada en anteriores Conferencias de las Partes, ha quedado en un segundo plano, al igual que las propuestas para poner fin al carbón, pero se ha avanzado frente al “greenwahing” o lavado de cara verde.
La meta de limitar el calentamiento global en 1,5 grados centígrados parece pues cada vez más lejana, en un contexto en el que los científicos han dejado claro que los compromisos de reducción de emisiones (Contribuciones Determinadas Nacionales) de los países son insuficientes para reducir casi a la mitad los gases de efecto invernadero en 2030 y la descarbonización en 2050.
El tiempo se agota para evitar los fenómenos más adversos y la sociedad reivindica un mayor compromiso con protestas cada vez más directas, como las recientes acciones de algunos activistas contra el patrimonio artístico.
Entre los temas “olvidados” está la biodiversidad, cuya COP15 de la Convención sobre Diversidad Biólógica, otro de los grandes acuerdos de la Cumbre de la Tierra de Río 92, se celebra el próximo diciembre en Montreal (Canadá).
La transición justa sigue siendo una asignatura pendiente, así como la financiación, una vez que se ha incumplido el acuerdo para aportar 100.000 millones de dólares anuales, adoptado en 2009 en la COP15 de Copenhague y que debía haberse cubierto en 2020.
Sobre la mesa queda además la propuesta de “mecanismos innovadores”, como la tasa global sobre los beneficios de las empresas de combustibles fósiles, que propugna el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.
La COP27 no será especialmente recordada en la historia de la lucha climática pero su celebración en el contexto actual no deja de ser un avance, porque -como en los cumpleaños- la alternativa a no poder celebrarlos es peor.
El año próximo la cita sera en Emiratos Árabes, cuya delegación ha sido la mayor en Sharm el Seij, una cumbre en la que el numero de lobistas vinculados a las energías fósiles ha sido un 25% superior al de Glasgow.
Así, que “ni tan mal”. EFE
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