En Birmania, los voluntarios ayudan a transportar los cadáveres de víctimas del covid-19, cuyas familias no quieren velar ni enterrar, por miedo a un contagio, en un momento en que la pandemia castiga al país.
Con monos protectores, guantes y mascarillas, Thar Gyi y su equipo desinfectan el cuerpo de un monje, que presuntamente habría muerto por coronavirus, para luego introducirlo rápidamente en un féretro y transportarlo al crematorio de Taungoo, una pequeña localidad a 200 km al norte de Rangún, la capital.
Por la noche, una veintena de voluntarios regresan a descansar en un edificio ruinoso.
“Mi familia me pidió que no volviera por casa y me enviaron mis cosas aquí”, tienen muchísimo miedo, comenta a la AFP Thar Gyi, quien soñaba con ser marinero antes del comienzo de la pandemia.
El sistema sanitario es disfuncional desde el golpe de Estado militar del 1 de febrero, que derrocó al gobierno electo de Aung San Suu Kyi.
Los habitantes tienen miedo de trasladarse a los hospitales, que actualmente se encuentran bajo control militar.
Y, centenares de médicos y enfermeras se declararon en huelga en protesta contra la junta de los generales y su sangrienta represión (más de 950 civiles muertos hasta ahora).
Muchos, con órdenes de arresto en su contra, son considerados como “enemigos del Estado”, por lo que han huido o están en la clandestinidad, en tanto los altos funcionarios de la salud trabajan obligados, encargándose sobre todo del programa de vacunación en el país.
De esta manera, de repente, los voluntarios asumieron el control ante el rebrote epidémico sin precedentes que azota a este país del sureste de Asia, donde faltan camas, hospitales, medicamentos, oxígeno y vacunas.
Transportan los cadáveres de pacientes infectados o enfermos que han fallecido en sus hogares y son discriminados por el resto de la población.
“En los comercios, la gente me da la espalda o se niega a atenderme puesto que saben que soy un voluntario de covid-19”, explica Thar Gyi.
“A la gente no le gusta que las ambulancias estacionen ante sus casas”, destacó el monje Kumara, quien abandonó su monasterio en junio pasado para unirse a este pequeño equipo. “Escapa y se tapa la nariz”, añade.
Pese a tanta discriminación, los voluntarios han prometido continuar ayudando.
No obstante, reciben muy poco apoyo y se encuentran extenuados.
Birmania registra actualmente miles de casos diarios, contra sólo menos de 50 a comienzos de mayo. Han muerto 12.000 personas, cifra que, sin lugar a dudas, está muy por debajo de la real.
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