Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 30% de los niños a nivel mundial ha experimentado acoso escolar en alguna forma. En América Latina, los datos varían, pero en general, muchos países tienen tasas altas de acoso escolar, aunque no son las cifras reales porque sigue siendo un tema que se oculta.
La violencia escolar se ha convertido en objeto de preocupación tanto de la comunidad educativa como de la sociedad. Hoy, los episodios de este fenómeno en las escuelas y en las redes sociales son un asunto de interés general. A veces, está centrado en la erradicación de esta problemática y otras veces es utilizada de manera sensacionalista.
La mayoría de las investigaciones sobre violencia en la escuela se han centrado fundamentalmente en torno al fenómeno conocido como bullying y sus consecuencias en las víctimas. Pero también cabe destacar que hay numerosos estudios realizados sobre el tema de la agresión escolar y los niños agresores. Las investigaciones han explorado diversas áreas, incluyendo causas, efectos a largo plazo, intervenciones efectivas y estrategias de prevención.
También, otros estudios se han dedicado a investigar las consecuencias en la vida adulta tanto en las víctimas como en los victimarios.
La definición de bullying más citada y aceptada por la comunidad científica es la de Dan Olweus (1989), pionero en el estudio de esta forma de violencia. El psicólogo sueco-noruego definió el bullying afirmando que “un alumno está siendo maltratado o victimizado cuando él o ella está expuesto repetidamente y a lo largo del tiempo a acciones negativas de otro o un grupo de estudiantes”.
Esta definición de bullying ha sido revisitada a lo largo de los años y con ello hoy se ha ampliado el conocimiento acerca de lo que se considera acoso. Este concepto engloba diferentes prácticas: por ejemplo, decir cosas desagradables, poner sobrenombres hirientes o humillantes, ignorar, excluir, golpear, burlarse, amenazar, etc.
Este fenómeno no solo no es reciente sino que ha acobardado y criminalizado a los niños y niñas desde antes que fuera conceptualizado. Olweus, definía el bullying sobre tres ejes: intencionalidad, persistencia en el tiempo y abuso de poder. Otros autores como R, Ortega (”El Proyecto Antibullying en la Escuela de Sevilla”, 2000) explican el maltrato entre escolares bajo la supremacía de dos leyes : la ley del silencio y la del dominio-sumisión.
Es decir, para que el acoso escolar se mantenga se necesita que las personas implicadas de manera directa e indirectamente no cuenten lo que está sucediendo y al mismo tiempo las personas implicadas directamente mantengan un vínculo por el cual uno aprende a dominar y otro a someterse a esta dominación.
Lo cierto es que niños y niñas participan de diferentes formas y grados del acoso y todas tienen efectos tanto en el presente como en la vida adulta.
Las consecuencias del bullying
Los estudios han demostrado que los niños que son acosados tienen más probabilidades de experimentar depresión, ansiedad y otros problemas de salud mental. También el bullying afecta su rendimiento académico y su autoestima se daña profundamente.
Existen numerosos estudios e investigaciones que han examinado las secuelas psicológicas del bullying en la edad adulta. Uno de los más citados es el realizado por Takizawa et al. (2014), publicado en la revista JAMA Psychiatry.
Este estudio encontró que las personas que habían sido víctimas de bullying en la infancia tenían un mayor riesgo de trastornos psiquiátricos en la edad adulta, incluyendo la depresión, la ansiedad y las tendencias suicidas. Otro estudio de 2012 confirma que la victimización por bullying en la infancia está fuertemente relacionada con problemas de salud mental en la edad adulta, incluyendo síntomas de ansiedad y depresión.
Los niños agresores
Los estudios han explorado diversas áreas relacionadas con la agresión escolar. Estos han revelado información importante sobre los factores de riesgo que contribuyen al comportamiento agresivo en los niños, como la exposición a la violencia en el hogar, la falta de habilidades sociales adecuadas, los problemas familiares, el acoso y el abuso, entre otros. También han identificado las consecuencias a largo plazo de la agresión escolar tanto para las víctimas como para los agresores.
Estos estudios han contribuido en la comprensión de la intimidación, resaltando la necesidad de intervenciones tempranas y estrategias de prevención interdisciplinarias que aborden tanto las causas como las consecuencias a largo plazo del bullying. Un ejemplo de ellos es el que mostró que el bullying tiene consecuencias a largo plazo tanto para los agresores como para las víctimas. Además, indicó que los roles de agresor y víctima pueden cambiar con el tiempo (María M. Ttofi, David P. Farrington, Friedrich Lösel, School bullying as a predictor of violence later in life: A systematic review and meta-analysis of prospective longitudinal studies,Aggression and Violent Behavior,Volume 17, 2012).
El impacto en la edad adulta de las víctimas
La victimización por bullying en la infancia puede tener efectos a largo plazo. Con la proliferación de la tecnología, el ciberacoso se ha vuelto un problema aún más grave porque el daño además deja una huella digital indeleble. Un recuerdo atroz tanto del padecimiento como de quien lo infringió.
Los estudios indican que muchos niños han experimentado algún tipo de ciberacoso, ya sea en forma de mensajes amenazantes, difamación o divulgación no consensuada de información personal y también que muchos niños han agredido de alguna forma a otros niños.
Las personas que han sido víctimas de bullying pueden experimentar traumas emocionales duraderos. Esto puede llevar a problemas de autoestima, ansiedad, depresión y trastornos del estado de ánimo en la edad adulta. Las experiencias de bullying pueden afectar la confianza en uno mismo y las habilidades sociales, lo que puede influir en las relaciones personales y profesionales en la vida adulta.
Las personas que han sido víctimas de bullying pueden tener dificultades para confiar en los demás, lo que puede llevar al aislamiento social. Eso lleva a tener dificultades en las relaciones personales y de pareja debido a problemas de confianza y autoimagen.
El bullying puede afectar la confianza en el lugar de trabajo, que influye en el desempeño laboral y las oportunidades. Las personas que han sido acosadas pueden tener problemas para lidiar con ambientes laborales que sean hostiles, competitivos o intimidantes.
El estrés crónico causado por el bullying puede contribuir a trastornos de salud física, como dolores de cabeza, problemas gastrointestinales y cardíacos.
Los niños agresores escolares también padecen secuelas psicológicas. A menudo también pueden sufrir dificultades para controlar su comportamiento impulsivo y enfrentar problemas de conducta en el hogar y en la escuela.
Pueden experimentar emociones intensas como la ira, la frustración y la falta de empatía. Estas emociones mal gestionadas pueden llevar a problemas emocionales más graves a medida que crecen.
Los agresores escolares pueden tener dificultades académicas debido a su comportamiento disruptivo en el aula y a la falta de concentración en los estudios. A medida que su comportamiento agresivo aliena a sus compañeros, los agresores pueden volverse socialmente aislados y tener dificultades para hacer y mantener amistades.
La agresión escolar no tratada puede aumentar el riesgo de que los agresores participen en actividades delictivas a medida que crecen. La culpa y la vergüenza asociadas con el comportamiento agresivo pueden llevar a una baja autoestima en los agresores escolares.
El bullying puede distorsionar la autoimagen y llevar a una percepción negativa de uno mismo en la vida adulta. En algunos casos graves de bullying, las víctimas pueden enfrentar secuelas legales, como la necesidad de obtener órdenes de restricción o presentar denuncias criminales.
El comportamiento agresivo durante la infancia siempre es una señal de alarma. Según los estudios, las secuelas pueden variar en función de varios factores, incluyendo la gravedad del comportamiento agresivo infringido, el tiempo que se haya practicado el acoso, la presencia de intervenciones efectivas durante la infancia y la adolescencia, así como el apoyo de los entornos familiares y sociales.
Los antecedentes de comportamiento agresivo pueden afectar las oportunidades de empleo, especialmente en trabajos que requieren habilidades sociales y trabajo en equipo. Los problemas académicos y de comportamiento en la escuela pueden traducirse en dificultades para acceder a una educación superior o formación en la edad adulta. Algunos agresores escolares pueden replicar en la adultez patrones de violencia en sus relaciones familiares y de pareja, perpetuando ese ciclo en generaciones futuras.
Es importante destacar que, aunque el bullying puede tener un impacto duradero, muchas personas encuentran formas de superar estas dificultades con el tiempo. El apoyo emocional, la terapia y las redes de apoyo desempeñan un papel crucial en la recuperación de las víctimas y de los agresores en la vida adulta.
Además, la conciencia pública, la visibilización de la problemática, los programas de prevención y las intervenciones efectivas en las escuelas y en la sociedad son esenciales para prevenir el bullying y minimizar sus impactos a largo plazo.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.
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