No es Estados Unidos. Ni Panamá, Colombia, Brasil o la Argentina. Ni siquiera Europa, todavía más lejos. Para cada vez más jóvenes -y no tan jóvenes- venezolanos, la mejor salida de la crisis que se acrecienta en el país es un pasaje aéreo Caracas-Tel Aviv, sólo ida.
Con el recrudecimiento del conflicto político y el empeoramiento de las condiciones de vida para millones de venezolanos, el fenómeno de la emigración se coló en los sumarios de muchos medios internacionales en los últimos meses. En ellos se habló de la “fuga de cerebros” que está sufriendo la nación sudamericana (en un reporte en el sitio de internet de NPR, la radio pública estadounidense). O se citaron encuestas que muestran que “Venezuela corre el riesgo de perder una generación entera” (de un artículo de Business Insider).
Esos sondeos señalan que alrededor de la mitad de los venezolanos quiere dejar el país, un promedio que crece en los segmentos de la población más joven. Y un estudio de la Universidad Central de Venezuela, citado por el Miami Herald a mediados del año pasado, estimó que alrededor de un millón y medio de venezolanos, la mayoría de ellos profesionales, habían abandonado el país para el 2015, 260.000 con destino a Estados Unidos y 200.000 en dirección a España.
En comparación, la inmigración venezolana a Israel es diminuta, pero llama la atención por el contexto (Caracas rompió relaciones diplomáticas con el gobierno de Jerusalén en el 2009, a causa de la guerra en Gaza) y por las importantes barreras de idioma y costumbres que deben afrontar los recién llegados.
Como ocurre en todos los casos de inmigrantes, provengan del país que sea, las puertas de Israel se abren para aquellos que puedan probar su pertenencia a la religión judía, sea tanto por lazos de sangre como por conversión. Para ellos, el estado ofrece numerosos incentivos, que van desde asistencia financiera a cursos gratuitos de hebreo.
También como de costumbre, el gobierno israelí no difunde cifras de inmigrantes por país. Y menos todavía en un caso como el de Venezuela, donde no existen los lazos diplomáticos, el gobierno es abiertamente hostil a Israel y recientemente se registraron casos de ataques contra instituciones judías en Caracas.
“La situación en Venezuela es complicadísima para todos los venezolanos, y por supuesto para la comunidad judía” en aquel país, señaló Igal Palmor, vocero de la Agencia Judía (o Sojnut, en hebreo), la organización con base en Jerusalén que gestiona los procesos migratorios hacia Israel. “La Agencia Judía está atenta y cercana a la comunidad judía en Venezuela”, le dijo Palmor a Infobae. Pero, teniendo en cuenta la volatilidad del conflicto, “hacemos la menor cantidad posible de declaraciones al respecto”, completó.
A pesar del hermetismo oficial, algunos datos informales afirman que cuarenta y ocho inmigrantes venezolanos llegaron a Israel solamente entre enero y julio de este año. Guillermo Anderson Benaim es uno de esos inmigrantes recién arribados desde Caracas. “Llegué hace tres meses. Nunca en mi vida pensé que iba a venir a Israel”, confesó.
Este biólogo de 26 años vive en Haifa, adonde está haciendo el curso acelerado de hebreo para inmigrantes, lo que aquí se llama ulpán, pero conversó con Infobae en Tel Aviv, adonde viajó para hacer trámites para arrancar con una maestría en Zoología en la universidad de esta ciudad.
“A mí me despidieron del trabajo un martes, por problemas de dinero, en una ONG de preservación de la naturaleza -relata-. Después de hacer el miércoles el luto por el empleo perdido, el jueves ya estaba abriendo carpeta de aliá“, la palabra hebrea que significa “subida” pero también mudarse a Israel.
Según Guillermo, “buscar empleo nuevo en Venezuela es una cuestión muy difícil, no hay dinero, no hay trabajo”. También cita reportes recientes según los cuales, “en promedio, el venezolano perdió el año pasado ocho kilos” a causa de la escasez de alimentos. “Yo perdí cuatro, y aquí los recuperé, aunque sigo super flaco“, asegura risueño.
Antes de tomar el vuelo de Turkish Airlines que lo dejó en el aeropuerto Ben Gurión, con una escala en Estambul, Guillermo tuvo la chance de mudarse a Alemania, adonde una universidad lo había becado para estudiar Ecología Molecular.
“‘Vente para Alemania’ suena fácil en un email, pero para mí era inimaginable comprarme un pasaje de avión”, explicó. Estaba también la posibilidad de viajar “a Colombia en autobús y trabajar para ahorrar, que es lo que hacen muchos venezolanos, pero no me servía porque los alemanes no me iban a congelar la beca tanto tiempo”, señaló el biólogo.
“Si bien podría haberlo hecho, si me partía el lomo trabajando en Colombia y viviendo miserablemente, la opción más fácil era hacer aliá”, dijo Guillermo, en referencia a la práctica de la Agencia Judía de pagar el pasaje (de ida) a la mayoría de los emigrantes decididos a marchar hacia Tierra Santa.
En la misma oleada llegó Marilyn Annicchiarico, de 34 años y licenciada en Periodismo. Para ella, la primera opción era Estados Unidos, pero después de invertir tiempo y dinero en el proceso, el consulado le negó la visa. “Podría haber vuelto a España, adonde hice una maestría, porque tengo pasaporte comunitario, pero me dije: Israel es un país joven, adonde hay muchas cosas para hacer”, le contó Marilyn a Infobae.
Charlando en una de las aulas del ulpán Etzión, en el barrio Armon Hanatziv de Jerusalén y uno de los más reconocidos del país, Marilyn contó que empezó sus averiguaciones en la comunidad judía de Caracas “y me enteré de todos los beneficios que el gobierno de Israel otorga a los inmigrantes menores de 35 años”. Entonces “me pregunté qué voy a hacer yo como ciudadana de cuarta en Estados Unidos si aquí voy a ser un ciudadano como cualquier otro, salvo la barrera idiomática”, recordó.
Cuando vió todo todo el apoyo que le daban en Israel, Marilyn se decidió a viajar y llegó el 18 de julio de este año. Pero, además de las promesas de un nuevo comienzo y los beneficios para los inmigrantes, “yo ya estaba en un punto muy desesperante en Venezuela, encerrada, con las protestas, y desilusionada de abrir un negocio”, rememoró.
Marilyn había probado con una pequeña tienda y también trabajando como representante de una empresa, en el rubro de la cosmética. En Caracas tenía también su departamento propio, pero el declive económico pudo más.
Aquí, en Israel, “estoy contenta, me encanta ver a la gente joven en los locales consumiendo, las construcciones, ese progreso“, dice. Y si alguien le pregunta por los riesgos de los ataques terroristas en Israel, “le digo que no me importa: sobreviví a Venezuela y me siento Wonder Woman“.
La crisis económica fue uno de los “detonantes” de la decisión de Eduardo Milman, de 30 años y también residente en Jerusalén. Este licenciado en Computación llegó en el 2016, movido por la posibilidad de un futuro mejor pero también impulsado por sus creencias religiosas, ya que pertenece a una rama del judaísmo muy compenetrada con la existencia de Israel.
Eduardo comparte un tranquilo apartamento en el mismo barrio adonde se encuentra el ulpán Etzión, en la cima de una colina atravesada por largas escalinatas de piedra. Desde su balcón se pueden ver los edificios y negocios de este vecindario residencial, a una media hora en autobús de la ciudad vieja, y en el horizonte se recorta además la silueta de una barriada árabe, con el delgado minarete de la mezquita y todo.
“Los mejores años de mi vida los pasé en Venezuela, los peores también. Ahora, Israel para mí es mi nueva casa, y espero que vengan los mejores momentos”, se esperanza Eduardo mientras comparte un café con Infobae en su apartamento.
De más joven, en Caracas, “pensaba que en un país rico como Venezuela iba a poder hacer una carrera profesional, todo normal, tener un trabajo, un carro, una casa”. Pero la realidad de la crisis golpeó más fuerte que las ilusiones del estudiante.
A los 27 años, cuando comenzó a tomar en serio la posibilidad de emigrar hacia Israel, Eduardo tenía que vivir con su madre porque no le alcanzaba el dinero para alquilar un apartamento. “Todo lo que ganaba se me iba en mantener el carro, un Seat Ibiza” que lo llevaba a todas partes.
Para aquel momento, muchos amigos de Eduardo se estaban yendo del país, casi todos con destino a Miami. Pero “Estados Unidos no es mi país favorito, y además no me gustaría estar ilegal o tener problemas con la ley”, así que las chances de marchar hacia el norte no avanzaron en su caso.
El futuro de Eduardo, al parecer, estaba hacia el Oriente.
Como Marilyn y como Guillermo, comenzó su papeleo a través de la Agencia Judía y a los 28 años estaba en Israel. “Llegué en enero del año pasado”, y el Seat Ibiza se quedó en Caracas. “No me arrepiento, me quedo aquí, por lo menos por algunos años”, adelantó Eduardo.
La inmigración de venezolanos hacia Israel no está formada solamente por jóvenes profesionales como Eduardo, Marilyn y Guillermo. En el medio de este pequeño éxodo se coló una organización liderada por un controvertido rabino estadounidense que, al revés de lo que hace la Sojnut, impulsa los viajes a Israel con un perfil muy alto, brindando información en alta voz y repartiendo a los medios de comunicación emotivas fotografías de familias recién arribadas al aeropuerto Ben Gurión.
Y son esas fotos y esas historias las que, como era de esperarse, despertaron el interés de los periódicos israelíes.
Detrás de estos otros inmigrantes se encuentra la International Fellowhsip of Christians and Jews (IFJC por su sigla en inglés, o Fraternidad Internacional de Cristianos y Judíos) que, según una gacetilla de prensa en su propio website, promovió la llegada de 153 venezolanos en los últimos dieciocho meses.
La Fellowship es conocida por su intensa labor de recolección de fondos a través de donaciones, las que solicita a través de videos y folletos con muchas fotografías emotivas de ancianos y niños en países adonde la población judía puede estar en peligro.
Hasta hace poco, el principal foco de atención de la Fellowship era Ucrania. Pero con el recrudecimiento de la crisis, la organización hasta abrió una “hotline” telefónica para que se comuniquen con ellos los potenciales emigrantes venezolanos.
“La comunidad judía de Venezuela se siente cada vez más amenazada y la gente está sufriendo económicamente”, señaló en aquella gacetilla el rabino Yechiel Eckstein, fundador de la Fellowship. “Cada vez más venezolanos nos están pidiendo poder empezar una nueva vida en Israel, y nosotros le prometemos que los ayudaremos y que estaremos con ellos en cada paso de ese camino”, añadió.
Hasta aquí no habría mayores problemas. Pero la costumbre de la Fellowship de publicitar la llegada de inmigrantes viene provocando mucho enojo entre las autoridades de Jerusalén, en especial por la tensa relación (o falta de relación) con Venezuela, país además muy cercano a Irán, uno de los principales enemigos de Israel.
Como ejemplo, esas autoridades se quejan porque el arribo en julio último de un contingente de estos inmigrantes fue acompañado desde la Fellowship con una reseña de prensa y fotografías que encontraron eco en varios medios israelíes o judíos, entre ellos los periódicos Haaretz, Jerusalem Post y Times of Israel, que hablaron de “judíos que escapan del caos” y de la “revuelta”.
Más allá de las polémicas, conversaciones informales con inmigrantes que llegaron a Israel de la mano de la Fellowship mostraron que son en general personas adultas o familias con hijos pequeños, muchos no profesionales que necesitan de las ayudas extra.
El otro lado del perfil de los inmigrantes venezolanos son aquellos jóvenes profesionales como Marilyn, Guillermo y Eduardo, para quienes la llegada a Israel representa una movida importante, pero eventualmente reversible.
¿Qué pasaría si la situación cambiara en Venezuela? ¿Si cambiase el gobierno, o la crisis amainara, y la debacle económica llegara a su fin?
En este momento, “Israel es mi casa”, afirmó Eduardo, quien se siente cómodo en esta “tierra irrenunciable” para los judíos. Sin embargo, “si las cosas mejoraran, me gustaría ir más” a Caracas, “hacer algo, porque hay mucho potencial para reconstruirse”. Yendo y viniendo sería lo ideal, completó, porque “Israel tiene mucho que ofrecerle a Venezuela” y le gustaría ser parte de ello en un posible futuro.
“Yo creo que ya no me volvería a Venezuela“, dice por su lado Marilyn, porque para ella venirse a Israel “no fue solamente un cambio económico” sino también dejar atrás un país que ya no reconocía como tan propio, adonde se “perdieron muchos valores”. A Caracas, afirmó, “iría de visita”.
A Guillermo, por su lado, la pregunta le dispara “un sentimiento de culpa”, por “no estar allí para ayudar a que las cosas mejoren”.
Como a sus compatriotas aquí, al biólogo le da “mucho orgullo decir que soy venezolano, y que la gente se sorprenda, que eche una broma o se sonría, que diga que las playas y las mujeres son bellas… y también que la situación es un caos”.
“Yo espero que la Agencia Judía no me castigue por esto -comenta con una sonrisa-, pero mi corazón siempre va a estar en Venezuela, y si la situación se recompone, si se va el gobierno y las cosas mejoran, me encantaría volver, porque es mi tierra, simplemente“.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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