Naciones Unidas, 15 dic (EFE).- El uruguayo Julio Pereyra hizo este viernes una encendida defensa del mundo rural latinoamericano al recibir uno de los cinco premios anuales de derechos humanos que concede la ONU y que hoy recogió en una ceremonia en la sede central de Nueva York.
“En los lugares que habito no solo matan las armas, mata un mosquito. Pero más genocidas son la corrupción, la desidia, la incompetencia y la ignorancia en zonas donde no hay guerras pero sí desnutrición, mortalidad infantil y trata de personas”, dijo en su discurso, uno de los más aplaudidos.
Pereyra se instaló hace más de diez años en la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil, donde su organización Caminos de Tiza se centra en integrar en la escuela a niños en extrema pobreza, discapacitados o procedentes de pueblos originarios, así como en luchar contra fenómenos como la desnutrición y los embarazos precoces.
“Elegí mi forma de activismo convencido de que cada escuela que fundo es una cárcel que no se construye, y cada tiza que gasto, una bala que no se dispara -dijo Pereyra ante la Asamblea-. Mi andar pone nombres, historias, rostros y lugares a lo que para otros son solo datos, números, una estadística”.
“Alzo la voz por lo que todos saben, pocos dicen, y nadie escucha”, resumió.
En posterior entrevista con EFE, Pereyra, que con solo 34 años ya acumula seis premios internacionales, dijo que para él este premio significa la posibilidad de “dar visibilidad al interior profundo de América Latina”, donde el trabajo infantil, el analfabetismo y la marginación de los pueblos indígenas no se conocen por no haber detrás un conflicto abierto.
Y explicó gráficamente cómo los turistas van a ver el paraíso en las cataratas de Iguazú y desconocen que a pocos kilómetros hay niños que mueren por enfermedades relativamente simples como la parasitosis y la tungiosis, y donde la población vive “en casas de cartón y nailon”.
Lo que Pereyra hace con Caminos de Tiza es integrar a los niños más excluidos en la escuela porque esa es la mejor manera de hacer “que vuelvan a existir”: un niño en la escuela significa un niño documentado, que puede ser vacunado, recibir un tratamiento médico y optar a una beca.
Lo que de verdad busca Caminos de Tiza es sacar al niño de “la pobreza cultural”, esa que consiste en no tener herramientas para hacer reclamos y reivindicaciones y somete a la población al clientelismo político cuando desconoce sus derechos y no sabe ni cómo rellenar un documento ni cómo tratar un simple accidente doméstico.
Las escuelas que ha fundado son a veces fijas y otras ambulantes, porque en ocasiones la población está tan desperdigada que no es posible exigir a un niño que camine horas y horas para llegar a su escuela.
Y pone el acento en que no se dedica simplemente a traer una escuela: actualmente -se queja- la escuela está “llena de analfabetos funcionales” pues la educación es vista como una forma de tener a los chicos encuadrados en una estructura en lugar de dotarlos de competencias para la vida.
Parte del problema -lamenta- es la bajísima formación de muchos maestros de primaria, por ser la carrera de maestro una de las peor valoradas en la sociedad, y en particular los maestros rurales.
Pereyra señala que Caminos de Tiza ha tenido en 10 años 7.000 beneficiarios en la provincia de Misiones, extremo norte de Argentina, pero aun así se encuentra con una gran incomprensión que se ha agravado desde la pandemia y se traduce en amenazas para él y su entorno y un constante hostigamiento en redes sociales, o en forma de lo que llama “violencia institucionalizada”, que considera más dañina.
Se queja, por ejemplo, de la cantidad de denuncias que ha puesto y que no han sido tramitadas por el funcionario correspondiente, la quema de escuelas suyas por desconocidos, ataques a sus redes sociales hasta dejarlas inutilizadas; pero lo peor -dice- es que esa violencia haya saltado a su entorno, con amenazas concretas a su pareja, la activista guaraní Yanina Rossi.
A Pereyra le sorprende que el gobernador de Misiones no haya aceptado recibirlo ni una sola vez, o que ningún medio argentino lo haya entrevistado al conocerse el pasado junio que recibiría este premio de Naciones Unidas.
Pero no busca notoriedad ni protagonismo. Su petición es mucho más básica.
“Yo quiero que no me maten”, concluye.
Javier Otazu
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