Una relación a distancia y la urgencia por pasar del sexteo al sexo: así empieza “Tu cruz en el cielo desierto”

Carolina Sanin - Tu cruz en el cielo desierto
A fines de 2022, la editorial mexicana Almadía canceló el contrato con Carolina Sanín para la publicación de su novela “Tu cruz en el cielo desierto” después de que la escritora colombiana cuestionara las “políticas identitarias” y el “dogma de género” en uno de sus monólogos. Leamos, el sello editorial de Infobae, acaba de publicar de manera gratuita este libro para todo el territorio mexicano.

La escritora colombiana Carolina Sanín no es ajena a la controversia. Su nombre suele llegar a los titulares de medios de toda Latinoamérica a causa de sus constantes declaraciones para las que no le tiembla el pulso, incluso a pesar de haberle valido insultos, cancelaciones y hasta amenazas de muerte.

En noviembre de 2022, uno de sus monólogos semanales en el medio colombiano Cambio -en el que cuestionaba las “políticas identitarias”, el “dogma de género” y el “borrado de las mujeres”- hizo que la editorial mexicana Almadía cancelara su contrato y suspendiera la publicación de su libro Tu cruz en el cielo desierto que Leamos, el sello editorial de Infobae, acaba de publicar de manera gratuita para el territorio mexicano.

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Tu cruz en el cielo desierto, cuyo comienzo puede leerse a continuación, es “la historia de una seducción, o es una historia de la seducción”. En esta novela que coquetea con el ensayo, la narradora se enamora de un poeta chileno que vive en China, con el que empieza una complicada relación a distancia que, a pesar de los deseos de quien la narra, nunca llega a pasar del mundo virtual al físico, del sexteo al sexo.

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¿Puede el amor romántico prescindir del contacto físico? ¿Es posible amarse sin nunca llegar a tocarse? ¿Qué puede aportarnos el amor, por más incompleto que pueda parecer? En Tu cruz en el cielo desierto, Sanín construye, con la impecable arquitectura de lenguaje a la que ya tiene acostumbrados a sus lectores y lectoras, una historia basada en hechos reales en la que el romance -correspondido o no, real o impalpable- es el combustible máximo necesario para afrontar la vida y nunca perder el espacio para la curiosidad. Como escribe la autora: “Cuanto más creces en mí, más me engrandezco yo para albergarte”.

Así empieza “Tu cruz en el cielo desierto”

Carolina Sanin - Tu cruz en el cielo desierto

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Fui a Oaxaca porque me invitaron a una feria del libro y también para buscar la penúltima noticia de un amor mal olvidado. Eran las vísperas del Día de Muertos. Mi amor vivía en China, y yo le había propuesto que nos encontráramos en México para que nos viéramos por fin en la carne, pues solo nos habíamos visto en la pantalla del teléfono. Él no me había dicho que sí, ni estaba invitado a esa feria, y además dejamos de hablar un mes antes de mi viaje. Aunque yo sabía que no iba a verlo, esperaba recibir en México un silbido suyo, algo, una constancia de su ausencia. O tal vez quería verme pensar en él en un lugar que él amaba, según dijo, y sobre el que había escrito un libro de poemas que yo no había leído.

No dormí la noche anterior al viaje porque debía estar temprano en el aeropuerto; iba a dormir en el avión. Siempre duermo en los aviones. Las cinco horas de recorrido mañanero de Bogotá a México estarían en el lugar de mi noche anterior. El transcurso sería un tránsito, más que un recorrido: de la vigilia a la vigilia. La llegada sería despertar. El despertar es siempre la llegada al mundo siguiente.

Hoy, después del regreso de Oaxaca, me he dicho dos veces –no con la lengua, sí con el oído–: “Te llegó la hora”. No me lo he dicho refiriéndome a la hora de mi muerte, que es la hora que será llegada, sino a la hora de esto. He necesitado decirme que me llegó la hora que no trae ninguna cosa desde afuera, que a lo mejor no es lo mismo que decir la hora del olvido ni la del recuerdo.

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Tal vez “Te llegó la hora” significa “aquiétate”.

Tal vez significa “únete”.

O significa que te volvió el espíritu.

Tal vez la hora inmóvil –vínculo entre un instante y el siguiente– es el espíritu.

Entonces el espíritu es también el movimiento, el paso.

¿Y el alma? ¿Es una médula lumínica?

¿Es el eco de aquello que te dice que te llegó la hora?

¿Tu alma es otro en ti? ¿Es todo en ti?

El alma está quemándose. Es el ardor.

Mi alma: yo por estos días no tengo. Tengo más bien una apremianza de mi corazón. Una idea fija.

Mi corazón late desacompasado. El corazón en el que pienso –el que ahora no tengo adentro y sin embargo tanto insiste– es un renegado, que en la cabeza prueba a quedarse quieto para demostrarme que no puedo hablar sin su salud; que tengo que componerlo, arreglar mi corazón.

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No podría decir esto en voz alta.

El corazón estallaría en sollozos si sintiera que se habla así de él.

“Te llegó la hora” significa, tal vez, “Detén el ruido: escribe”.

Mi corazón ya no está yendo hacia otra parte, que es como está cuando busca su deseo. Le he oído que está ocupando el lugar de cámara de mi muerte. Y yo, acurrucada en un nudo de dolor, en el instante de empezar a nacer, ocupo el lugar del corazón roto de mi corazón.

Tengo una presión de aire caliente donde debería respirar: estoy desairada.

Carolina Sanin - Ponque
Carolina Sanín escribió libros como “Somos luces abismales”, “Los niños”, “Tu cruz en el cielo desierto” y “Nueve noches para la Navidad”.

Imagino mi corazón como un cuerno: aquello que sale de mí hacia los otros y que yo misma no veo. Él se ha convertido en protuberancia de mi cuerpo, en marca en mi frente, que solo otra podría ver. O es un cuerno en la frente de otra, donde ella no puede verlo ni yo puedo decírselo. Luego nos lo cortan a ambas. Y entonces tenemos en la frente, como la cruz de ceniza, la cicatriz del cuerno que nos defendía.

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Eso fue, hace un momento, mi corazón: el cuerno del rinoceronte o el del unicornio medieval que atraían usando como carnada a una virgen. Molían luego el cuerno en un mortero y preparaban con él un remedio para los hombres impotentes; para que un rey estéril lo bebiera con la tristeza y la vergüenza de no tener entre las piernas el cuerno requerido. Mi corazón pulverizado y desleído se convirtió en el sueño de un rey sobrepasado.

Y mi cuerpo: ha habido últimamente horas en que tampoco su imagen comparece. Se deshizo en una fiebre, convertido en la humedad del deseo por mi amor. Ahora su líquido tendría que descomponerse: leche fermentada para que una recién nacida, que soy yo, la beba y crezca emborrachada.

O a lo mejor mi cuerpo se recompone en estas páginas que escribo con el corazón afuera, pidiendo estar en ellas y de ellas recibir una palabra resistente.

¿De dónde me sale esta perseverancia para escribir sin impulso? ¿Sale del tiempo mismo, que me requiere que lo llene?

Escribo esto como una cabeza delante de mi cuerpo, mi corazón y mi alma, en mi casa, al regreso de un viaje, descorazonada en una y otra parte.

Mi corazón no está averiado: está quitado, afuera de mi pecho. ¿Entregado? ¿Aún ofrecido, entre mis manos?

Mi corazón, que se hace el quieto, sigue averiguando.

Mi corazón averiguador es mi mente, que da vueltas en mi pecho, entre rayos. Es un engranaje entre rayos. Chirría y chisporrotea.

Y ese enredo de ruedas, ese corazón de cerebro que da vueltas sobre sí y cuyo sonido, fuera del pecho, se oye como un cabalgar rabioso y dolorido, esa yegua, es el lenguaje demasiado: el lenguaje que trata de hacer algo por mí y por el que doy la vida.

¿El lenguaje es el registro de la esperanza, o de la desesperanza? ¿Es el testimonio de que hay un mundo que sí puede habitarse?

Deseo al lector con tanto ardor. Siempre estoy queriendo ver un país nuevo para allí volver a desearlo a él; para querer que él vea la imagen que yo esté viendo y en la imagen vea la cosa que yo no sabré jamás. Quiero ese jamás. Ese no poder saber. Quiero que el lector mire, desde su propio tiempo –que es mi más allá, que es la salvación–, la hora por donde yo transcurro sin poder llegarme. Tan pronto como intuyo que piso un nuevo país imaginario, deseo allá la compañía de él. Enseguida, sin embargo, sé que él ya llegó en mi barco a un país más nuevo todavía. Persigo al lector, de país en país. Tan apasionadamente.

Mi amor malogrado fue, durante un tiempo, todo mi lector.

Quién es Carolina Sanín

♦ Nació en Bogotá, Colombia, en 1973.

♦ Es escritora, columnista y docente.

♦ Escribió libros como Somos luces abismales, Los niños, Tu cruz en el cielo desierto y Nueve noches para la Navidad.

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