Una nueva versión, aún más fantástica, de un cuento clásico de los hermanos Grimm: “Seis grullas”, de Elizabeth Lim

Elizabeth Lim - Seis grullas

Es fantasía, sí, pero la voz de Elizabeth Lim sabe acoger, incluso, a esos lectores que se resisten al género, porque su escritura es un poco como ella, curiosa.

Lim, que supo crecer en la bahía de San Francisco, rodeada de la lectura de cuentos de hadas, mitos y canciones, antes de convertirse en escritora, se dedicaba a las películas y los videojuegos. Era compositora profesional de melodías y, aún hoy, muchas de sus ficciones surgen luego de una sesión junto al piano. Estudió en Harvard e hizo parte de la Academia Juilliard. Actualmente, reside en Nueva York con su marido y sus dos hijos. Es autora de la bilogía Blood of Stars y colaboradora de la serie A Twisted Tale, que ha sido bestseller de The New York Times.

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En su más reciente novela, la autora narra la historia de una princesa exiliada, un dragón que cambia de forma, seis grullas encantadas, y una maldición inquebrantable.

Seis grullas

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Shiori’anma es la única princesa de Kiata, y tiene un secreto. Una magia prohibida corre por sus venas. En la mañana de su ceremonia de compromiso, pierde el control. Lo que al principio parece ser un error que le permite evitar la boda que nunca quiso, termina por ser el evento capital que llama la atención de Raikama, una poderosa hechicera y, además, su madrastra.

Raikama destierra a la joven princesa y convierte a sus hermanos en grullas, advirtiendo así a Shiori para que no hable de ello con nadie. La maldice con la prohibición de la palabra, por cada una de ellas que salga de sus labios, uno de sus hermanos morirá.

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Sola y sin voz, Shiori emprende la búsqueda casi imposible de sus hermanos y descubre una turbulenta conspiración de Raikama para quedarse con el trono.

La princesa será la única que podrá hacerle frente a la hechicera, solo ella puede salvar al reino. Antes, sin embargo, deberá confiar en un pájaro de papel, un dragón, y en el mismo chico con el que tanto luchó para no casarse. Shiori abrazará la magia que le han enseñado a suprimir toda su vida, sin importar lo que aquello le cueste.

“Seis grullas”, traducido al español por Álvaro Garat, es un retelling del cuento clásico “Los seis cisnes”, de los hermanos Grimm. En alrededor de 496 páginas, los lectores asistirán a esta historia ambientada en el este asiático, escrita con una velocidad particular. No es un thriller, pero avanza de manera vibrante, casi tanto como uno.

A continuación, vía grupo Planeta, compartimos el inicio del libro:

El fondo del lago sabía a barro, sal y arrepentimiento. El agua era tan densa que mantener los ojos abiertos era una agonía, pero gracias a los dioses que lo hice. Si no, me hubiese privado de ver al dragón.

Era más pequeño de lo que había imaginado. Del tamaño de un bote de remos, con brillantes ojos de rubí y escamas verdes como el jade más puro. No se parecía en nada a las bestias del tamaño de una aldea que contaban las leyendas que eran los dragones, tan grandes como para tragar barcos de guerra enteros.

Se acercó nadando hasta que sus redondos ojos rojos estuvieron tan cerca que reflejaron los míos.

Estaba observando cómo me ahogaba.

—Ayuda —le supliqué. Se me agotaba el aire y apenas me quedaba un segundo de vida, antes de que mi mundo se plegara sobre sí mismo.

El dragón me miró, levantando la ceja plumosa. Por un instante, me atreví a esperar que me ayudara. Pero rodeó mi cuello con la cola, quitándome el último aliento. Y todo se volvió oscuro.

Mirando en retrospectiva, sin duda no debí haberles comentado a mis criadas que iba a saltar al lago Sagrado. Solo lo dije porque el calor de esa mañana era insufrible —hasta los arbustos de crisantemos se habían marchitado—, y los pájaros que volaban por encima de los árboles de cítricos estaban demasiado acalorados para cantar. Sin mencionar que sumergirme en el lago parecía una opción perfectamente sensata para no tener que asistir a mi ceremonia de compromiso o, como me gustaba llamarla, el lúgubre fin de mi futuro.

Por desgracia, mis sirvientas me creyeron, y la noticia llegó muy rápido a oídos de Padre. En cuestión de minutos, envió a uno de mis hermanos a buscarme, junto a un séquito de guardias de rostro severo.

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Así que aquí estaba yo, siendo conducida a través de los pasillos de palacio, en el día más caluroso del año. Hacia el fin de mi futuro.

Mientras seguía a mi hermano por otro pasillo bañado por el sol, jugaba con mi manga, fingiendo que cubría un bostezo mientras me asomaba al interior.

—Deja de bostezar —me reprendió Hasho.

Dejé caer el brazo y volví a bostezar.

—Si los suelto todos ahora, no tendré que hacerlo delante de Padre.

—Shiori…

—Prueba a que te despierten al amanecer para que te cepillen el pelo mil veces —contesté—. Intenta caminar con tanta seda encima. —Levanté los brazos, pero las mangas me pesaban tanto que apenas podía mantenerlas levantadas—. Mira todas estas capas, podría equipar un barco con velas suficientes para cruzar el mar.

El rastro de una sonrisa tocó la boca de Hasho.

—Los dioses están escuchando, querida hermana. Si sigues quejándote así, tu prometido tendrá una marca de viruela por cada vez que les faltes al honor.

Mi prometido. Cualquier mención de él me entraba por un oído y me salía por el otro, mientras mi mente se desviaba hacia pensamientos más agradables, como engatusar al cocinero de palacio para que me diera su receta de pasta de alubias rojas, o mejor aún, embarcarse en un navío y viajar por el mar de Taijin.

Al ser la única hija del emperador, nunca se me había permitido ir a ningún sitio y, menos aún, viajar fuera de Gindara, la capital. En un año, sería demasiado vieja para una escapada así. Y demasiado casada.

La indignación que me generaba me hizo suspirar en voz alta.

—Entonces estoy condenada, será horrible.

Mi hermano se rio y me empujó hacia delante.

—Vamos, no te quejes más. Ya casi llegamos.

Puse los ojos en blanco. Hasho empezaba a sonar como si tuviera setenta años, no diecisiete. De mis seis hermanos, él era el que más me gustaba: era el único con un ingenio tan agudo como el mío. Pero desde que empezó a tomarse tan en serio lo de ser príncipe y a malgastar ese ingenio en partidas de ajedrez en lugar de travesuras, había ciertas cosas que ya no podía contarle.

Como lo que guardaba dentro de mi manga.

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