MANILA, Filipinas (AP) — Cientos de miles de personas en Filipinas, el país de mayoría católica romana más grande de Asia, celebraban la Navidad el sábado sin techo, suministros adecuados de comida y agua, electricidad o señal de celular, después de que un poderoso tifón dejara al menos 375 muertos la semana pasada y devastara provincias insulares en el centro del archipiélago.
Los neozelandeses, por su parte, celebraron la Navidad con el clima cálido del verano y pocas restricciones, en uno de los pocos países del mundo que apenas se han visto afectados por la variante ómicron.
Australia llegó a las fiestas en medio de su peor brote de COVID-19 desde el inicio de la pandemia. Los estados del país han recuperado las normas sobre mascarillas y otras medidas preventivas.
Y para agravar las complicaciones para los viajeros, aerolíneas de todo el mundo cancelaron cientos de vuelos conforme la nueva variante desbarataba planes y provocaba bajas de personal.
El viernes y el sábado se cancelaron más de 3.900 vuelos, según FlightAware, casi la mitad en aerolíneas chinas. En torno al 30% de los vuelos afectados -más de 1.100 tenían origen, destino o ambas cosas en Estados Unidos. Aun así, esto suponía una pequeña parte de los vuelos en todo el mundo. FlightAware dijo haber registrado más de 100.000 llegadas en 24 horas.
La tormenta que se abatió sobre Filipinas el 16 de diciembre dañó o destruyó más de 371.000 casas. Antes de eso, millones de personas habían regresado en las últimas semanas a centros comerciales, parques públicos e iglesias tras un alarmante repunte de contagios de COVID-19 en septiembre. El aumento de las vacunaciones y medidas más ligeras de cuarentena habían limitado los casos de ómicron en el país a apenas tres por el momento.
Arthur Yap, gobernador de la afectada provincia de Bohol, donde el tifón dejó más de 100 muertos y unos 150.000 hogares dañados o destruidos, pidió el sábado a las agencias humanitarias extranjeras que ayudaran a proporcionar refugios temporales y sistemas de filtrado de agua para reforzar la asistencia del gobierno filipino.
“Me niego a creer que hoy no hay espíritu navideño entre nuestra gente. Son católicos practicantes. Pero obviamente está muy apagado. Hay un miedo abrumador, no hay regalos, no hubo cenas de Nochebuena, hoy no hay nada de eso”, dijo Yap a The Associated Press por teléfono.
Yap dijo alegrarse de que muchos filipinos pudieran celebrar las fiestas con más seguridad por el descenso de contagios de COVID-19, aunque pidió que “por favor, no nos olviden”.
En Manila, que no se vio golpeada por el tifón, los católicos regresaban con alivio a las iglesias el sábado, aunque sólo se permitía un aforo parcial y los feligreses debían llevar mascarilla y mantener el distanciamiento social.
En otros lugares de Asia y Oceanía, las celebraciones navideñas se celebraron entre diversos niveles de restricciones contra el virus.
Corea del Sur mantuvo las normas más estrictas de distanciamiento social. Las iglesias podían recibir a un 70% de los feligreses que cabían sentados y los asistentes debían haber completado su vacunación.
El país sufre un auge de las infecciones y muertes por COVID-19 desde que relajó de forma drástica sus medidas preventivas a principios de noviembre, dentro de los esfuerzos por volver a la normalidad. Las autoridades surcoreanas se vieron obligadas a restaurar más tarde sus recomendaciones más estrictas, como un límite de cuatro personas en las reuniones sociales y un toque de queda a las 21:00 para restaurantes y cafeterías.
Los festejos navideños eran discretos en gran parte de India, con más adornos que multitudes debido al temor a que la variante ómicron golpee el país en las próximas semanas con una nueva ola de infecciones.
Las autoridades reintrodujeron los toques de queda nocturnos y los límites a reuniones de más de cinco personas en ciudades grandes como Nueva Delhi y Mumbai. La asistencia a las misas del Gallo en Mumbai y otras ciudades fue menor que en otros años. Los cristianos son apenas el 2% de los casi 1.400 millones de personas de India.
En Nueva Zelanda, donde el 95% de los adultos ha recibido a menos una dosis de la vacuna, lo que la convierte en una de las poblaciones más vacunadas del mundo, los únicos casos de ómicron detectados en Nueva Zelanda se contuvieron en la frontera.
Mientras el COVID-19 se expandía por el mundo durante los dos últimos años, Nueva Zelanda aprovechó su aislamiento. Los controles de fronteras mantuvieron a raya lo peor del virus y para la Navidad de este año, Nueva Zelanda había registrado 50 muertes en una población de 5,5 millones de personas.
Pero ese éxito ha tenido un precio. En estas fiestas había sillas vacías en algunas mesas, ya que algunos neozelandeses que viven y trabajan en el extranjero no pudieron llegar a tiempo debido a los límites en el programa de aislamiento y cuarentena.
En Australia, la variante ómicron ya era la dominante en varios estados, y por ejemplo se cree que supone el 70% de los contagios nuevos en Queensland.
En su mensaje de Navidad, el primer ministro, Scott Morrison, se refirió al coste de la enfermedad sobre la sociedad.
“La variante ómicron no es más que un nuevo desafío que hemos enfrentado. Pero juntos, siempre juntos y sólo juntos, seguimos adelante”, dijo Morrison.
Las altas temperaturas podrían haber disuadido a algunos de celebrar sus comidas navideñas al aire libre. Se esperaba que Perth, en Australia Occidental, alcanzara el sábado los 42 grados Celsius (107,6 grados Fahrenheit), en la Navidad más cálida desde que comenzaron los registros hace más de un siglo.
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Jim Gomez, Aaron Favila y Joeal Calupitan en Manila, Filipinas; Hyung-jin Kim en Seúl, Corea del Sur, Ashok Sharma en Nueva Delhi y Steve McMorran en Sydney contribuyeron a este despacho.
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