Un perverso asesino, una app de citas y un encuentro romántico que terminó con una mujer y su hija enterradas bajo la cocina

Andrew Innes
El juicio a Andrew Innes se llevó a cabo en Edimburgo: comenzó el lunes 6 de febrero de 2023 y duró apenas cinco días. Por la crueldad del hecho, los quince miembros del jurado no volverán a ser parte de otro tribunal (Press Association via AP Images)

El escocés Andrew Innes, un cincuentón con cierta pinta, estaba separado, era padre de una hija y se desempeñaba como un exitoso ingeniero en software cuando, para combatir su soledad, abrió 34 cuentas en distintos sitios de citas por Internet. Obsesivo y retraído socialmente, enseguida se convirtió en un experto en vínculos virtuales. Está claro que de su perfil en la web no podría haberse extrapolado jamás que él pudiera ser un hombre perverso y oscuro, un sujeto peligroso, un pedófilo y un asesino brutal.

Desde principios de febrero de este año 2023, Andrew Innes (53) está en la cárcel. ¿Los motivos? Dos crueles asesinatos que incluyeron violencia y abusos sexuales. No podrá solicitar, hasta dentro de 36 años, su libertad condicional. La pregunta que queda flotando en el ambiente es: ¿cuántas mujeres y menores de edad pueden haber estado en sus redes a un paso de morir bajo sus manos? Porque lo cierto es que la policía escocesa duda mucho de que Bennylyn Burke (25) y su hija Jellica (2) sean sus únicas víctimas mortales. Sospechan que este hombre alto, flaco, solitario y de ojos azules filosos como dagas, podría tener la espalda sobrecargada con otros crímenes tan siniestros como los que contaremos hoy.

Esto es lo que ocurrió en Dundee, Gran Bretaña, apenas comenzado el año 2021 con la pandemia por coronavirus todavía vigente.

De Filipinas a Gran Bretaña

Bennylyn vivía en su país, Filipinas, Asia, cuando en el 2015 conoció en un sitio de citas al británico Lexington Burke. Él tenía cuarenta años más que ella, pero para la cultura filipina esto no era un escollo. Por el contrario, los hombres mayores ya armados económica y laboralmente suelen verse como personas que pueden otorgar una buena vida a sus parejas y son fácilmente aceptados por las familias. Eso ocurrió con Bennylyn: ella quedó embarazada y terminaron casándose en Filipinas en 2018. Poco después de tener a su hija Jellica, la pareja decidió mudarse a la ciudad de Bristol, en Gran Bretaña. Bennylyn estaba encantada con el proyecto: soñaba con brindarle a su bebé el mejor futuro y la mejor educación posibles.

Pero en territorio inglés las cosas no marcharon bien y la relación empezó a deteriorarse con rapidez. Bennylyn habría sufrido violencia por parte de su esposo y, al poco tiempo, acabaron divorciándose. Quedaron con la custodia compartida de la menor y Bennylyn comenzó a luchar por mantenerse por sus propios medios en ese país lejano.

Hasta aquí, una historia como tantas de sueños quebrados.

Por su lado, Andrew Innes, nacido en el año 1970, era un hombre solitario y educado en la Universidad de Aberdeen. Su gran capacidad lo llevó rápidamente a trabajar en el negocio de los juegos por computadora. Pasó por varias empresas y se convirtió en un reconocido ingeniero en software que trabajaba creando aplicaciones. Económicamente le iba bien.

Innes vivió luego, por algunos años, en Japón. Allí estuvo casado con una japonesa con quien habría tenido al menos una hija (aunque según algunos medios fueron tres los hijos que tuvo con su pareja), pero en 2019 fue deportado y enviado de regreso a Gran Bretaña. Es curioso, pero no trascendió el motivo. En las redes se comentó que su retorno forzoso habría tenido que ver con temas laborales, aunque los hechos posteriores darían para pensar en una razón más compleja.

Lo cierto es que volvió y recuperó su casa de soltero -ubicada en la avenida Troon, en la ciudad escocesa de Dundee- que había dejado alquilada mientras vivía en el exterior. Como la vivienda le quedaba grande, pensó que sería una buena idea alquilar a alguien uno de los dormitorios. Su inquilino resultó ser un hombre de 43 años llamado Christopher Smith.

Smith notó enseguida que el dueño de la propiedad era un sujeto estrafalario y extremadamente obsesivo con la limpieza y el orden. Todo debía estar siempre en su exacto lugar y en la cocina los frascos debían tener, invariablemente, las etiquetas mirando al frente. También observó que Innes pasaba el día entero sentado frente a su computadora y que ganaba mucho dinero con lo que hacía. Intuía que la convivencia no sería fácil, pero decidió quedarse porque pensó que podría sobrellevar las rarezas de Innes. Y así fue hasta marzo del 2020, cuando se declaró la cuarentena por covid-19. Fue el mismo Innes quien le pidió a Smith que se marchara. Le dijo que era una persona de riesgo ya que padecía la enfermedad de Crohn (una afección intestinal inflamatoria que no tiene cura) y que estaba muy asustado por los gérmenes.

¿Era eso realmente lo que ocurría o Innes tenía en mente otros planes y quería tener la casa libre para concretarlos? Conociendo lo ocurrido, la segunda opción es más que probable.

Andrew Innes caso policial
Bennylyn Burke y su hija de dos años Jellica. Las dos murieron en la casa de Andrew Innes y fueron enterradas bajo la cocina

Cuidado con los extraños

Fue por el mes de febrero del año 2021 que en el sitio de citas Filipino Cupid, Bennylyn conoció a otro inglés: Andrew Innes. De buena apariencia, mirada clara, educado y bien situado laboralmente, parecía un buen candidato. Él, rápidamente, la cautivó.

Para Innes, esa joven se convirtió en su objetivo central. Era oriental, de largo pelo oscuro, no poseía una red de familiares y tenía una hija… Ya sabía lo que quería.

Después de haber chateado online, se ganó la confianza de Bennylyn. Le ofreció ir a vivir a Dundee y trabajar para él como community manager por unos 1300 dólares al mes. Ella declinó la invitación con amabilidad y le dijo que podría hacer el trabajo desde Bristol, donde vivía, y que eso era más conveniente que mudarse con las limitaciones que había en la pandemia.

Innes se dedicó, entonces, a planear una manera de convencerla. En sus chats, fue avanzando y le pidió a Bennylyn fotos íntimas. La joven se negó a hacerlo, pero eso no generó ninguna fricción aparente entre ellos. La conversación siguió adelante. Era obvio que él pretendía llevar la comunicación a un nivel sexual; Bennylyn, en cambio, creía que estaba construyendo una relación sólida con alguien que era un tipo familiero y que se preocupaba por ella.

En eso estaban cuando Innes le ofreció llevarlas, a ella y a su hija, de paseo a Escocia. Luego de varias semanas de idas y vueltas, finalmente, arreglaron que se encontrarían, a pesar de las restricciones de movimiento que todavía imperaban. Irían a tomar algo para conocerse.

El jueves 18 de febrero de 2021 Innes manejó los 700 kilómetros que separan Dundee de Bristol. Al llegar, se las arregló para que no fueran solamente a tomar un café por ahí y la convenció de que hicieran un picnic. Le dijo que había manejado mucho y que tenía ganas de comer algo y de pasar más tiempo con ella. Bennylyn, accedió. Era un programa romántico.

Innes estuvo encantador y terminó convenciéndola para que aceptara ir, con su hija, con él a Dundee. Las llevaría a pasear y a conocer la ciudad. Luego, las conduciría de regreso a Bristol.

Partieron ese mismo jueves.

Andrew Innes caso policial
El juez Lord Beckett sostuvo que el caso había sido uno de los más difíciles y horrendos llevados a cabo en una corte escocesa (Press Association via AP Images)

Una pasajera extra

Lo curioso del tema es que en ese trayecto de auto a Dundee no solo iban Bennylyn y Jellica, también viajaba con ellas una chica de 7 años a la que llamaremos A. ¿De dónde había salido? ¿Qué le dijo Innes a Bennylyn sobre quién era? ¿Simuló que era su hija? ¿La llevó como un cebo para hacer caer a la joven y que aceptara llevar a Jellica? Esta parte de la historia se las debo. No está en ningún lado explicada porque esa menor llamada A. fue celosamente resguardada por las autoridades luego de descubiertos los hechos.

Durante el viaje a Dundee, Bennylyn realizó una videollamada con su hermana Shela Aquino que vive en Filipinas. Mientras conversaban enfocó a Innes que iba manejando.

Horas después los cuatro llegaron a la casa de la avenida Troon para pasar el fin de semana. Era una edificación inglesa típica, adosada, de dos pisos de ladrillo a vista, con techo de tejas negras, un clásico bow window en el frente y muy bien mantenida.

Esa noche Bennylyn y su hija durmieron solas en un cuarto. Al día siguiente, el viernes 19 de febrero, pasearon y recorrieron la ciudad. Mientras ellas disfrutaban como turistas, el anfitrión tenía su mente enfocada en un perverso y violento objetivo sexual.

Bennylyn y Jellica habían hecho un viaje de ida. No estaba planeado para ellas ningún regreso.

El sábado 20 por la mañana, luego de tomar dosis elevadísimas de esteroides según aseguraría en el juicio, Innes fue a un negocio donde compró un martillo de medio kilo, entre otros materiales.

Al volver a su casa encontró a Bennylyn en la cocina, de espaldas a él. Estaba preparando sobre la mesada las luncheras con las que almorzarían.

Sin previo aviso, se lanzó sobre ella y la atacó con ferocidad.

Andrew Innes caso policial
De contextura pequeña, vulnerable y alejada de su propio círculo afectivo, Bennylyn era la víctima perfecta del depredador sexual

Bajo un manto de concreto

Shela Aquino hablaba casi todos los días con su hermana Bennylyn. A pesar de las ocho horas de diferencia horaria tenían una relación fluida. Fue ella la que empezó a preocuparse ante la imposibilidad de comunicarse con su hermana en Gran Bretaña. Sabía de la existencia de Andrew Innes y que Bennylyn y su sobrina habían viajado con él hasta Dundee. Incluso lo había visto durante aquella videollamada.

Fue durante el segundo día de Bennylyn en Dundee que empezaron para Shela a ocurrir cosas muy extrañas. El propio Innes la mensajeó para informarle que había descubierto que Bennylyn tenía contacto con otros hombres y que, por ello, él había decidido terminar la relación. En ese mensaje también le contó que las había llevado hasta la ciudad de Glasgow, donde Bennylyn iba a encontrarse con un maestro al que había conocido online. Shela quedó demudada, ¿por qué no la había llamado la misma Bennylyn para relatarle estas novedades? Le manifestó su preocupación a Innes quien le envió otro texto para tranquilizarla: “Escocia es un país pacífico, no tenemos muchos crímenes aquí”. Shela seguía nerviosa, su hermana continuaba sin responder. Le pidió a Innes un video de Bennylyn y él le mandó uno que había sido filmado un par de días antes. Sonaron alertas por todos lados.

El primero de marzo de 2021 el ex marido de Bennylyn y padre de Jellica, Lexington Burke (65), fue quien denunció en la policía la ausencia de ambas mujeres. Contó que el 19 de febrero tenía que buscar a su hija en la casa de Bennylyn, pero que no había podido contactarlas. Recalcó que sus ausencias eran algo absolutamente inusual y que nadie sabía nada más de ellas. Ni siquiera su familia en Filipinas.

El 5 de marzo revisando las cámaras callejeras y de las rutas, la policía detectó un vehículo que había ido y vuelto de Dundee a Bristol en el mismo día. Todavía había cuarentenas vigentes por lo que el tráfico no era intenso y la pesquisa resultó relativamente fácil. Ese coche había terminado su viaje en una casa de la calle Troon. El dueño de la propiedad y del auto era un tal Andrew Innes, un hombre sin antecedentes penales de ningún tipo.

Fueron hasta allí, tocaron su puerta y le pidieron entrar. Innes se mostró amable, pero se negó a dejarlos pasar. Alegó que era persona de riesgo para el coronavirus y que debía estar aislado. También mencionó que su hija se estaba dando una ducha. Los detectives insistieron y, al final, consiguieron ingresar. Les llamó mucho la atención que la menor estuviera con el pelo seco y sentada mirando televisión… ¿No se estaba duchando? Le preguntaron a Innes quién era ella y él dijo que era su “pequeña Lorna”. Fue entonces que le hablaron de Bennylyn y su hija, los oficiales querían saber qué había pasado con ellas, dónde estaban. Inicialmente, Innes les aseguró que había llevado a la joven y a su pequeña a Glasgow, donde las había dejado con otro hombre. Relató que habían terminado porque él había descubierto sus chats con otros hombres. Los agentes escuchaban, pero nada parecía tener mucho sentido. ¿Qué hacía esa pequeña sentada allí frente al televisor? ¿Qué relación tenía con él? No se tragaban el cuento de Innes y no había registros del viaje a Glasgow. Recorrieron la casa. En la cocina observaron que Innes estaba cambiando el piso. Todavía faltaban colocar algunas baldosas. Antes de marcharse decidieron preguntarle a la menor qué hacía allí.

A. fue valiente y les soltó que desde hacía dos semanas que estaba en esa casa en contra de su voluntad. Sorprendidos, procedieron a interrogar a Innes. Su respuesta demoró un poco en llegar, pero fue brutal: ”Ella está bajo el piso de la cocina”.

– “¿Y la menor?”, quisieron saber

-”Está debajo del piso con su madre. ¡Yo no podía hacerme cargo de un niño! La chica estaba gritando”.

Las dos estaban ahí mismo, enterradas bajo ese cemento de la cocina.

A. seguía sentada en el sillón, observando la escena.

Andrew Innes caso policial
Innes alegó que había cometido estos crímenes en un brote, producto por el consumo de sustancias que lo habían alterado, pero la compra del martillo en el negocio B&Q antes de los homicidios lo contradice

Razones no verdaderas

¿Cómo las había matado? ¿Por qué lo había hecho?

Innes dio versiones diferentes. Primero, dijo que la había matado en defensa propia y que habían luchado físicamente. Luego, agregó que había tomado dos dosis semanales juntas de su medicación y que eso lo había bloqueado mentalmente. Pero, con el correr de las horas, no le quedó otra alternativa que admitir que las cosas no habían sido como decía.

Investigando su actividad en Internet quedaron claros sus intereses. Había buscado qué era el cloroformo y para qué se usaba y, también, en su historial había quedado expuesto su obsesión sexual con niñas pequeñas y mujeres asiáticas super femeninas de pelo largo y oscuro, de menos de 30 años y que tuvieran hijos. De hecho, encontraron cuadros armados con todos sus contactos por edad, altura y peso. Sus fantasías más oscuras estaban catalogadas en un cuadro del tipo Excel. Lamentablemente todo esto se supo cuando ya era demasiado tarde para Bennylyn y Jelllica.

De contextura pequeña, vulnerable y alejada de su propio círculo afectivo, Bennylyn era la víctima perfecta del depredador. En su confesión Innes reconoció que esa mañana, cuando entró en su cocina luego de volver de sus “compras” y la vio de espaldas preparando las viandas, deliró con que ella era una mezcla de su ex mujer japonesa y de una amante que lo había abandonado. Se ofuscó. Estaba “apocalípticamente enojado”, refirió para justificarse Innes, cuando de pronto decidió estrenar su martillo. Sin decir nada, comenzó a golpear en la cabeza a Bennylyn. Contó que ella intentó defenderse, pero que él fue hasta su escritorio y buscó su espada Samurái. Bennylyn ya estaba muy golpeada como para escapar o resistirse, pero según él, cuando lo vio entrar con el arma, lo enfrentó (esto es muy poco creíble) y él hundió su enorme espada japonesa en su pecho.

Una vez caída volvió a arremeter contra su cabeza con el mango del sable y, otra vez, recurrió al martillo. Golpeó hasta que Bennylyn dejó de patalear y el escenario fue de un violento silencio.

Varias armas, en distintos momentos, constituyen un indicio claro de premeditación y de que Innes no titubeó en terminar lo que había comenzado.

El asesino siguió actuando de manera estratégica: la arrastró hasta el baño y la metió en la bañadera. Sacó todo de la cocina y empezó a levantar el piso de grandes baldosas beige y rompió la capa de concreto hasta hacer un foso. Envolvió el cuerpo en una manta, le tapó la cabeza, y lo introdujo en una gran bolsa de residuos negra antes de colocarlo en esa tumba que había improvisado.

Andrew Innes
”Ella está bajo el piso de la cocina”, reconoció ante la policía. “¿Y la menor?”, le preguntaron. “Está debajo del piso con su madre. ¡Yo no podía hacerme cargo de un niño! La chica estaba gritando”, respondió (Crown Office)

Infanticidio y pedofilia

Tres días después, cansado de que Jellica gritara, llorara y pidiera por su madre, la sofocó. Luego colocó su cuerpo en otra bolsa de plástico negra y la metió en el agujero bajo el piso de la cocina, junto a Bennylyn.

Se había deshecho de dos personas bajo la mirada de A., que desde la altura de sus 7 años era testigo forzado del horror. ¿Sería la próxima?

Innes alegó que había cometido estos crímenes en un brote, producto por el consumo de sustancias que lo habían alterado, pero el experto forense Gordon Cowan sostuvo que no creía en su supuesta alienación mental al momento de los hechos. Señaló que Innes había cambiado sus dichos en demasiadas oportunidades como para creerle.

Intentando manipular al jurado, el acusado negó haberlas enterrado bajo concreto y, en una especie de eufemismo absurdo, declaró: “Yo cavé una tumba respetable. Les di cristiana sepultura y luego cambié el piso. Es todo lo que hice”.

También contó otros disparates: que había intentado la autocastración, que tenía alucinaciones y que una vez había arremetido contra su ex mujer porque se había cortado y teñido el pelo de una manera que a él no le gustaba. ¿Quería parecer loco para conseguir una pena menor? La acusación desestimó estos dichos; por el contrario, estaban convencidos de que había premeditación en todos sus hechos. Como prueba estaban las imágenes de Innes comprando el martillo en el negocio B&Q antes de los homicidios.

Andrew Innes caso policial
Los familiares de Bennylyn Burke, la hermana Shella Aquino (izquierda) y el padre Ben Aquino (segundo a la derecha) frente al Tribunal Superior de Edimburgo después de que Andrew Innes fuera declarado culpable de los asesinatos (Press Association via AP Images)

La testigo crucial

Hubo algo más que lo comprometió irremediablemente.

A., la chica de siete años que había sido encontrada en su casa al ser detenido, declaró. Su identidad fue mantenida por la justicia y la policía bajo estricta reserva, pero sus dichos fueron cruciales para sacar para siempre de la calle al monstruo.

A. había sido otra de sus víctimas: con los ojos vendados y esposada, había sido penetrada y obligada a tocarlo en muchas ocasiones a lo largo de varios días. Y, también, había sido una testigo clave de los brutales crímenes. Fue su declaración la que más claridad arrojó al caso.

Dijo que había visto cómo Innes había golpeado con un martillo a Bennylyn y que Jellica había sido asesinada mientras jugaban “a las escondidas” por lo que ella no había tenido la oportunidad de salvarla porque “no sabía qué estaba pasando”. Mientras A. contaba, Innes tomó a Jellica y se fue a esconder al baño con ella. Cuando A. empezó a buscarlo y quiso entrar al baño, Innes empujó la puerta con tanta fuerza que la golpeó en la cara.

A. supo enseguida que se había quedado sola, ¿qué haría ahora este hombre con ella?

Contó a sus interlocutores que había visto al acusado abusando de la pequeña asesinada. También relató que, luego de ser violada, Innes solía pagarle dos libras (unos dos dólares y medio).

El acusado había negado los ataques sexuales diciendo “nunca toqué a la chica”, pero ante el jurado se mostraron pruebas que lo incriminaban directamente. Los peritos encontraron ADN de las víctimas en las esposas que utilizaba en sus sádicos actos, en la ropa y en otros objetos usados por él. Además, habían hallado unos preservativos en la basura en los que estaba el ADN de Jellica. Esa era la prueba concreta de que los dichos de A. eran verídicos y de que Jellica, de solo dos años, también había sido abusada sexualmente. Una cosa más: A. tenía la misma infección bacteriana por clamidia que el hombre juzgado. Es una enfermedad de transmisión sexual por lo que era obvio que la había contagiado.

La menor expresó ante los servicios sociales tener mucha culpa por no haber podido salvar a Jellica de la muerte. La pequeña A. había atravesado momentos traumáticos extremos, ahora había que cuidarla.

Andrew Innes caso policial
Andrew Innes le mandó un mensaje a la hermana de la víctima para intentar tranquilizarla. Le dijo: “Escocia es un país pacífico, no tenemos muchos crímenes aquí” (Jeff J Mitchell/Getty Images) (JEFF MITCHELL/)

Encontrar la muerte en un país lejano

Shela Aquino se enteró por su ex cuñado, Lexington Burke, del destino de su hermana y de su sobrina: habían sido halladas asesinadas y enterradas bajo el piso de la cocina en la casa del hombre que las había llevado a Dundee. No quería creerlo e intentó comunicarse por messenger con su hermana. “No podía aceptarlo”, reconoce. Cuando asumió que los dichos eran ciertos, tuvo que armarse de coraje: tenía que ir a comunicarle a sus padres lo ocurrido.

El juicio a Andrew Innes (53) se llevó a cabo en Edimburgo. Comenzó el lunes 6 de febrero de 2023 y duró cinco días. Fue declarado culpable por los asesinatos, los abusos y también por las violaciones de la menor llamada A. De no haber llegado la policía a la casa aquel día es probable que A. también hubiese sido asesinada. La sentencia fue cadena perpetua con un mínimo de presión efectiva de 36 años.

El juez Lord Beckett sostuvo que el caso había sido uno de los más difíciles y horrendos llevados a cabo en una corte escocesa. Los familiares de las víctimas, conmovidos, expresaron que ella había viajado en busca de un mejor destino y que, en cambio, había encontrado “la peor crueldad que nosotros pudiéramos imaginar en manos de una persona en la que ella confió. Estaremos para siempre perseguidos por lo que les pasó en un lugar tan lejano de nosotros y nunca tendremos la posibilidad de ver crecer a la querida Jellica”. Sobre la otra joven abusada dijeron: “Rezamos para que pueda superar el trauma de lo que vivió. Las mujeres y las niñas deberían ser protegidas ante depredadores como Innes”.

Debido a la crueldad de lo que escucharon durante el juicio, a los quince miembros del jurado se les otorgó un beneficio de por vida: no tener que ser parte nunca más de otro tribunal.

El último 15 de abril trascendió lo que cobraron los abogados que defendieron a Innes: 50 mil dólares. Los escoceses se mostraron indignados: al prestigioso KC Brian McConnachie, quien representó al homicida, se le pagó con dinero público a pesar de que el acusado tiene casa propia, aquel lugar donde ocurrieron los crímenes. En el año 2006, el asesino y pedófilo confeso, había pagado por esa vivienda 220 mil dólares. Las autoridades se defendieron diciendo que “la ayuda legal está garantizada de manera automática en casos donde la naturaleza de las ofensas prohíben que alguien pueda contratar a sus propios abogados. Es una manera de prevenir malas prácticas judiciales y, por ello, la defensa la pagan directamente las autoridades (…) buscando asegurar el proceso y reducir el estrés y la incomodidad de las víctimas y los testigos”. También se aseguraron de que no salieran a la luz ni los detalles más macabros del caso, ni el nombre de la menor que lo llevó a la cárcel.

Bennylyn y Jellica tuvieron la desgracia de chocar sus caminos con un monstruo como Andrew Innes. Si bien A. no pudo salvarlas, ellas sí de alguna manera la salvaron. Porque A. pudo sobrevivir gracias a que Bennylyn y Jellica fueron buscadas por sus seres queridos.

La confianza en un personaje salido de la web fue un terrible error de Bennylyn, pero convengamos que la mayoría de los femicidios los cometen quienes habitan por años con las víctimas. No hay, entonces, moralejas definitivas. Al fin de cuentas, el destino puede ser como esa moneda que da volteretas en el aire y aterriza, cara o seca… Pura mala suerte.

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