Un observatorio público de la comunicación humana

El 2030 llegará en 12 años. Doce años atrás, yo tenía catorce. Mujer, de clase media, en el Conurbano bonaerense, educada en la escuela pública. Mi experiencia vital, desde ese momento hasta hoy, estuvo marcada por una serie continua de artefactos de comunicación que poblaron la calle, mi casa, mi bolsillo y por último la nube. Teléfonos de cabina, de línea, e-mails alojados en Yahoo, Hotmail y Speedy, salas de chat, Fotologs, Messenger, cibercafés, teléfono inalámbrico, cuenta de correo de Gmail, SMS, teléfono móvil con cámara, Facebook, Skype, YouTube, smartphone, Blackberry, WhatsApp, Instagram, Slack, Snapchat. Pienso en cada uno de ellos y recuerdo el universo de sensaciones, historias, oportunidades y problemas que correspondían a cada uno. En palabras de Truman Capote, derramé “más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas desatendidas”. Y, sobre todo, comencé a manejar mi vida cotidiana en lugares que me permitían estar en muchos lugares a la vez.

Mi experiencia no es absoluta: está cruzada por condiciones aleatorias de clase, geografía, psicología. Pero tampoco es única: la proliferación de dispositivos conectados, portátiles, ubicuos, que pasan a ocupar un lugar central en la vida cotidiana no es anecdótica. Se trata de un fenómeno histórico con evidencia empírica. Para Michel Serres estamos frente al pasaje de un espacio euclidiano, donde reinan artefactos fijos en tiempo y espacio, hacia otro virtual, donde estamos con los otros en entornos en red que borronean límites espacio-temporales. El uso generalizado y la fuerte apropiación de redes sociales hoy lo demuestra. Allí gestionamos nuestras existencias de formas significativas. Nos despertamos con el teléfono pegado a la cama; no salimos de casa sin llevarlo con nosotros. Chequeamos nuestros perfiles en línea varias veces por día; intercambiamos novedades sentimentales, consultas médicas, información del barrio vía nota de voz. Usamos grupos de chat para mantener viva la llama de las amistades, organizar la información de una escuela, coordinar reuniones de una comisión parlamentaria. ¿Qué significa que lo que enviamos a través de la pantalla del teléfono sea tan o más relevante que lo que decimos cara a cara? ¿Cómo comprender la tendencia a que la construcción del yo tenga lugar en red, donde nuestros cuerpos están ausentes, y donde somos representados por avatares, estados de conexión y pistas de información posteada por otros?

La historia de los medios está repleta de dispositivos emergentes que transmiten la idea de futuro, pero hoy, mucho después de la invención de la escritura y de la imprenta, hay consenso en que somos contemporáneos de un momento histórico significativo. Un momento en el que, a lo largo de distintas variables demográficas, se desafiarán nuestras percepciones de materialidad, movimiento y quietud en los años venideros. Para hablar de lo que vendrá, entonces, sería interesante imaginar un país con un observatorio público de la comunicación humana. “Observatorio” para examinar con detenimiento y de forma sustentable, y “comunicación” para abocarse a los modos en que los sujetos sociales producen e intercambian sentido a través de tiempo y espacio. “Sujetos sociales” y no “objetos”, porque sostenemos que las comunidades se apropian de las tecnologías, y no viceversa, y porque la acción de esas comunidades se estudiaría desde una mirada humanista e inclusiva.

Un dispositivo con esas características nos permitiría pensar en interrogantes que resultan no siempre urgentes, pero sí importantes. ¿Qué sucede con la noción de oficina pública si la materialidad de nuestros objetos de comunicación, tal como los usamos, tiende a desaparecer? ¿Podemos pensar en un Estado que existe virtualmente, de forma orgánica? ¿En qué se transformaría un trámite frente a la noción de automatización integral? ¿Cómo repensar un aula delineada por paredes si la tendencia es hacia la inmersión y las redes, como propone Paula Sibilia? ¿Y cómo se manejan los términos y las condiciones de cuestiones tan fundamentales como la privacidad cuando gestionamos nuestro día a día en un en línea hasta ahora un tanto opaco? En este contexto de nuevas posibilidades, la disparidad en el acceso, en todas sus dimensiones, se consolidará en prioridad. ¿Cómo aseguraremos los derechos fundamentales a la inclusión y la libertad? Comencemos por observar, de forma profunda y sistemática, las expresiones y las tendencias de la comunicación humana en la era digital, cuyas señales representan una ventana privilegiada hacia el mundo del futuro.

La autora es licenciada en comunicación (Universidad de San Andrés), magíster en Tecnología, Innovación y Educación (Harvard University) y doctoranda en Comunicación y Tecnología (Northwestern University).



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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