“No busques. Olvida”. Esa es la primera cita que el lector encuentra cuando se inicia la trama que propone el escritor francés Philippe Claudel en La investigación (Salamandra, 2018), con traducción de José Antonio Soriano Marco. La cita corresponde al director y productor francés Henri- George Clouzot, en su film “El infierno”.
Si Clouzot (1907-1977) era conocido por la bruma de su mal carácter en los sets de filmación, también lo era por su magistral pesimismo para retratar las sombras de las decisiones humanas con historias de giros dramáticos y thrillers que cautivaban por su efecto; en el caso de Claudel, el temperamento de la historia alcanza una cumbre escarpada de agobio y ansiedad.
La novela comienza con la llegada del Investigador a la estación de trenes de una ciudad nevada donde “la humedad era como un pulpo” y la información es un bien escaso. El hombre, bajo, corpulento y calvo tiene la orden de ver qué provocó “un número inusualmente alto de suicidios”, exactamente veintitrés, en la Empresa que rige los destinos de los habitantes.
En el relato, parece que los nombres no importan sino más bien las ubicaciones y las funciones: “todos cumplimos un papel y un diseño”; y de esa forma el autor deja en claro su guión y convierte al lector en un espectador ante las páginas que se suceden.
De esta forma, el Investigador- que debe “meterse poco a poco en su personaje”- empieza un viaje dantesco, por lo circular de la desventura, en el que interactúa con el Camarero, en el primer bar que para, la Giganta que le da la habitación del hotel, el extraño Policía y otras personas hasta llegar al Fundador, la pieza cúlmine de una estructura tácita.
Una trama que, si al comienzo puede parecer una pesadilla, roza con la opción de la locura o incluso un posible después de la muerte, en una sobrevida apocalíptica; para luego derivar en un absurdo tal, que es necesario acceder a ese juego para no quedar a mitad de camino en la historia.
El Investigador se encuentra con escollos, algunos complejos como conseguir permisos especiales para lograr entrar a la Empresa y así iniciar lo que vino a hacer a esa ciudad, otros inesperados como llegar a su habitación de hotel con escaleras infernales y habitaciones ridículas; y otros impensados, como por ejemplo dudar sobre su propio ser: “Es que no tengo que parecer el Investigador ¡soy el Investigador!”.
La fábula de Claudel incluye el nuevo panóptico digital: “Lo propio del hombre es adaptarse, ¿no le parece? ¿Y acaso hoy en día no estamos vigilados constantemente, vayamos adonde vayamos y hagamos lo que hagamos?”. Un panóptico que nos exhibe, pero que al mismo tiempo nos oculta con el anonimato: “Además de saber que no era nada, de pronto se percataba que no era nadie”, y a pesar de las críticas continuamos con cierto orden: “El hombre creó el orden sin que nadie se lo pidiera. Se creía muy listo. Y lo ha pagado caro”.
La sensación de broma permanente a la que queda sometido el lector es algo que no puede ser entendido más que como una farsa, con la ilusión de una posible enseñanza. Incluso en los breves momentos de desahogo para el Investigador la violencia se convierte en libertad: “Destrozar la habitación era afirmar su libertad”, y el lector vuelve a sentirse estafado ya que comprende que no hay escape ante la historia. Alguien tendrá que pagar por los daños.
En esta sociedad traumáticamente posible que construye al autor de Almas grises (Salamandra, 2015), otro de los temas que se abordan es el de los “desplazados”- o los inmigrantes- una agenda muy marcada en la sociedad europea contemporánea: ¿qué hacer con ellos? ¿cómo ayudarlos?; son algunas de las preguntas que podrían atravesar al Investigador, en su traje de ciudadano. Pero también está el interrogante de ¿cómo eliminarlos?: “Hace meses que los expulsan en manadas, pero siempre acaban volviendo, y cada vez son más ¿Se ha fijado la de hijos que tienen esas mujeres?”.
Si el Hotel es el espacio con el que el autor trabaja las diferencias y los extremos, donde los eufemismos y la xenofobia se retroalimentan, como un Calais dentro la trama; la Empresa se transforma en un diván donde las preguntas existenciales y el intentar conocerse a uno mismo crean un atmósfera de quiebre. Porque de eso se trata ¡investigar es preguntar!
Claudel nos da un respiro cuando nos hace comprender que del ridículo se vuelve; golpeados, pero con un retorno en el que no podemos dejar de comprendernos como seres funcionales, mientras el nihilismo se confunde con la nieve de una estación de tren, en una ciudad cualquiera.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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