Por Flor Canosa

Gastón Levin me escribió preguntando si tenía alguna novela inédita. Le pasé mi manuscrito con poca fe y un millón de aclaraciones, como atolondradas notas al pie de un chateo. Unos meses después, lo imprimió y se lo olvidó en un taxi. Pensé que ese podía ser un destino profético, no como cuando J.K. Rowling olvidó Harry Potter en una cafetería, sino como cuando yo estoy destinada al fracaso. Unos días más tarde me llamó, sin saber que odio las llamadas, sobre todo si auguran malas noticias. Entonces me contó que se sentó en un café a hojear mi novela desde la computadora. Se quedó en el mismo café hasta que terminó de leerla. Sin moverse. Me dijo que era la novela que hacía años estaba esperando. Cambió mi opinión sobre las llamadas telefónicas. Bueno, en realidad, no.
Algo venía descalabrado en mi vida cuando inicié la escritura de Pulpa. Algo que dolía sin que pudiera entender la fuente y que se desbarató apenas la terminé. La fuente era mi propia persona, sin poder señalar otros culpables alrededor. Eso mismo me empujó a cambiar por completo la voz narrativa, porque ya venía de publicar dos novelas muy diferentes (pero parecidas entre sí). Entré al mundo de la literatura al ganar el Premio X de Novela Contemporánea (otorgado por Editorial El Cuervo de Bolivia, Suburbano y SpecimensMag de Estados Unidos) con mi libro Lolas en 2015 y dos años después publiqué Bolas con Editorial Zona Borde.
Mi segunda novela ya estaba por publicarse y yo ya no era la misma. Como si hubieran pasado mil años por mi piel. Entonces Pulpa nació en un febril proceso de un mes de escritura, sin mirar atrás hasta el último punto. No se la mostré a nadie, ni siquiera me atrevía a contar de qué se trataba; había sido como arrancarme el cuero con las uñas.
Capitalicé dolor y angustia, los volví una pelota, me la comí y la escupí sobre el teclado. Me divorcié sin que mi ex marido supiera de qué se trataba esa novela que nada tenía que ver con él, pero sí con la parte mía que había anulado durante años. Esa pelota oscura que me nacía de las entrañas y quería salir. Era una novela sin risas, sin giros ocurrentes, sin frases posmodernas. Todo lo contrario a lo que la vida y las redes habían hecho de mí. O, mejor dicho, más parecido a la parte más profunda de mí misma y, aún hoy, incompleta. Porque cada libro se lleva una parte, pero no lo suficiente; cada libro merecería ser escrito eternamente a medida que el autor muta.
Pulpa habla del cuerpo. El cuerpo reglado por el Estado, moldeado, sometido y controlado como una mera máquina. El cuerpo como límite establecido desde afuera. Como dice Ramiro Sanchiz en la contratapa: “atravesada por nervios, vísceras y temblores, por orgasmos: porno y postporno duro, en la mejor tradición de J.G Ballard y David Cronenberg. Electrodos y squirt, los suburbios en ruinas de la red y una mesa de autopsias”.
Sí, es una novela de ciencia ficción. También una novela de amor, si nos atrevemos a comprender que el amor puede construirse de maneras alternativas. También es un manifiesto anarquista, sociópata y pornográfico. Misántropo y heroico. Incendiario y escueto. O pretende serlo.
Mi obsesión es una sola y me persigue en todos mis escritos: el cuerpo. En este caso, el cuerpo y la desobediencia, porque en una sociedad distópica donde el dolor está prohibido, vedado y penado, ¿qué pasa con la trasgresión? ¿Qué clase de amor pueden construir dos lúmpenes, una masoquista y un sádico, si todo lo que pueden/quieren/desean gozar está fuera de la ley?
Siempre me pregunté qué es el futuro. Y el futuro, me respondo, no puede ser menos que esa fantasía de un tiempo y espacio donde no se sabe si uno querrá vivir. Sea para bien o para mal, el futuro es un no-lugar incómodo donde difícilmente vuelen los autos, pero fácilmente se controlen los cuerpos o se anulen ciertas individualidades incómodas. Bueno, quizás eso tiene algo de sabor a pasado, incluso a presente.
El filósofo Søren Kierkegaard decía: “La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”, y el futuro es justamente esa imprecisión que no puede ser predicha sino apenas intuida. La intuición de futuro cabe en la medida en que imaginamos desde nuestra propia percepción el mundo que nos espera cada vez que damos un paso. Pero si el análisis sólo puede hacerse hacia el pasado, ¿cuántas veces la sociedad ha reglamentado las formas del amor y el goce? ¿Cuántos individuos han debido vivir a escondidas o reprimir sus verdaderos deseos, formas que no ponen en peligro a nadie y que sólo transgreden la moral de la época?
Me sigo preguntando qué es el futuro, cuáles son los límites del cuerpo, qué artificio da a luz la desobediencia. Ya no puedo vomitar una novela en un mes, pero así como una Inteligencia Artificial puede aprender de sí misma, dejando a su creador fuera de la ecuación, comprendo que cada vez que avanzo, escupo otra pelota de emociones y esa masa informe, más o menos inspirada, más o menos articulada, compone el mapa de mi obra, que aprende de sí misma más que de mí.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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