Desde el regreso a la democracia, Argentina ha padecido un mal casi endémico en el poder: la compulsión a la reelección indefinida en todos los órdenes. El hambre de hegemonía, para gobernar sin límites temporales y por ende sin controles, es síntoma de la acechante pulsión autoritaria que yace en el núcleo de muchas de nuestras desgracias.
Cuando la permanencia en el poder se convierte en el objetivo de los gobiernos, el orden se quiebra y la república languidece. Se pervierte el objetivo del poder del pueblo y para el pueblo a través de la representación de la ciudadanía en pos del bien común. El poder como atributo personal es propio de las monarquías absolutas. Lo sabían los autores de la Constitución cuando pusieron límites a esa desmesura propia de los regímenes autoritarios y tan esencial para los déspotas.
Hagamos un poco de historia. En el fervor furioso por la re-re, como se le llamaba a la reelección presidencial para un tercer mandato de Carlos Menem, el menemismo quemó las últimas oportunidades de un rumbo sensato, gastándose todos los restos de resistencia del régimen de convertibilidad. Ermenegildo Sabat acuñó entonces aquel sello del Presidente tomando como propio el sillón de Rivadavia, mientras los humoristas repetían el mantra de “el poder es mío mío mío” que tanto caracterizaba las intenciones de la época.
La desmesura de una “Cristina eterna” tuvo en tensión a las instituciones y debieron mediar las elecciones en las que Sergio Massa -quién te ha visto y quién te ve- dividió al peronismo atrayendo a los votos de un peronismo que no estaba dispuesto a entregarle todo el poder a la señora Kirchner, para que naufragara otra la segunda avanzada hegemónica desde el regreso a la democracia.
De alguna manera aquel desembozado asalto en su impotencia tomó otras formas pero no se aquietó. La presidencia delegada a Alberto Fernández tiene a Cristina en el centro del poder y lo mismo buscan los delirios de una eventual sucesión de Máximo. José Nun dijo en este programa, “el propósito de los Kirchner ha sido y sigue siendo instalar una dinastía”. En cada caso, la voracidad y la angurria de poder propició o encendió sus propias crisis económicas y en cada caso los anticuerpos democráticos de la ciudadanía refractaria al poder total pusieron un freno con los votos.
Así las cosas, los argentinos, en un consenso no escrito y mediante elecciones o condena social, cortaron los caminos de las reelecciones. También a nivel provincial las avanzadas reeleccionistas encontraron contrapesos y al día de hoy es descriptivo y elocuente notar dónde persisten. Sólo en tres provincias hay reelección indefinida: Santa Cruz, Catamarca y Formosa. En esta última es donde el peor espejo del monstruo refleja la deformación hegemónica. Formosa tiene más un dueño que un gobernador en Gildo Insfrán, cuya voluntad intenta sin disimulos suplantar a veces la propia ley, en un territorio donde por momentos no parece regir el estado de derecho del resto del espacio nacional.
Así las cosas, siendo el valor de los límites a la permanencia en el poder algo más que un enunciado y habiéndose arraigado en la voluntad ciudadana que una y otra vez lo ha resistido, la impudicia de siquiera intentar reponer las reelecciones indefinidas en el territorio bonaerense es negar ese basamento republicano que tiene acervo jurídico, pero también de ejercicio ciudadano en el transcurrir de nuestra democracia.
El acuerdo que se teje entre oficialistas y opositores, para la reelección bonaerense de intendentes los muestra como la casta política que se autopreserva junto con sus privilegios. La reelección indefinida o forzada con ardides legales de los intendentes es un cachetazo al espíritu de la constitución y de la República.
Que entre los mismos que la promueven haya quienes la quitaron con bombos y platillos durante el gobierno de María Eugenia Vidal, evidencia el oportunismo y la falta de principios que parecen ser el gen dominante en la política. Entonces junto a los legisladores del Frente Renovador se posibilitó lo que fue considerado una evolución institucional. El apego a la involución da asco. Cómo puede ser que en la cara de la ciudadanía se desdigan.
Las normas no se escriben como slogans de marketing, sino como el tejido jurídico de los valores que se dice enaltecer y que ordenan nuestra vida. Por lo bajo hay quienes han expresado que el recambio propiciado por el fin de las reelecciones favorecía a La Cámpora. Como excusa es una declaración de cinismo político. Los valores republicanos y los límites al poder total no se defienden sólo cuando conviene y se prueban precisamente en la ejemplaridad.
Que la propia legislación haya dejado puertas abiertas al subterfugio que haga posible saltarla ya es muestra de la política veleta que se ríe en la cara de los ciudadanos. Pero que ahora los que no pueden reunirse para buscar un rumbo serio sí acuerden en pos de mantener el poder es un cuchillo en la espalda a un pueblo harto y con justa razón. Sepan los que avanzan que la sociedad está mirando. Y sepa la sociedad que quien calla en estas cuestiones otorga. Parece un chiste, la grieta se termina cuando reparten privilegios. Sean reelecciones o cargas tributarias que caen en las espaldas agotadas de los argentinos. En las democracias los ciudadanos hacen tronar el escarmiento cuando votan. No lo olviden los que dicen defender a la república: nadie tiene un cheque en blanco.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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