Redacción ciencia, 26 ago (EFE).- ¿Amamos con el corazón o con la cabeza? La ciencia nos dice que solo hay una respuesta: amamos desde el cerebro y un estudio recogido este lunes en la revista Cerebral Cortex de la Universidad de Oxford concreta con qué zonas o cómo se activan, dependiendo de si se trata de amor por los hijos, los amigos o la naturaleza, entre otros.
Investigadores de la universidad finlandesa de Aalto han medido mediante resonancia magnética la actividad cerebral de 55 adultos, mientras se les invitaba a meditar historias relacionadas con seis tipos de amor: por los hijos, la pareja, los amigos, la compasión por un extraño, las mascotas, y la naturaleza.
A todos los participantes se les planteaba que reflexionaran sobre las mismas cuestiones, por ejemplo para estudiar el amor por los hijos se les invitaba a pensar qué sintieron cuando vieron a su bebé recién nacido y en buen estado de salud por primera vez en la vida.
Entre una y otra prueba, se le planteaban cuestiones neutras cómo las sensaciones experimentadas al lavarse los dientes o ver pasar el autobús desde una ventana.
Los resultados de los registros de actividad cerebral han avanzando en la concreción de que el amor se activa en diferentes áreas cerebrales: los ganglios basales (un conjunto de masas del hemisferio cerebral), la línea media de la frente, el precuneus (una parte del lóbulo parietal superior oculta en la fisura longitudinal medial entre los dos hemisferios cerebrales) y la unión temporoparietal a los lados de la parte posterior de la cabeza.
Dependiendo de qué tipo de amor experimentado, se activan unas u otras zonas y de forma más o menos produnda.
Los investigadores han visto que el amor que genera una actividad cerebral más intensa en todas las regiones cerebrales donde se “siente”, es el amor por los hijos: ningún otro “activa de forma tan profunda esas áreas del cerebro”, subraya uno de los investigadores, Pärttyli Rinne, de la universidad de Aalto.
Le siguen, en intensidad, el amor hacia la pareja y el amor por los amigos a o demasiada distancia.
“Las áreas cerebrales asociadas al amor entre personas son muy similares, y diferencias radican sobre todo en la intensidad de la activación, que es mayor con los hijos, y algo mayor con la pareja que con los amigos”, apunta Rinne en un comunicado.
El amor compasivo hacia extraños, como era de esperar, provocaba menos activación cerebral que el amor por personas cercanas.
Los cuatro tipos de amor interpersonal activan áreas del cerebro asociadas a la cognición social, mientras el amor por las mascotas o la naturaleza activa el sistema de recompensa y las áreas visuales del cerebro, pero no las áreas sociales.
No obstante, en el amor por las mascotas se produce una excepción y cuando una persona cuenta con un animal de compañía si se le activan las áreas del cerebro asociadas a la cognición social.
Los investigadores invitaron a los participantes a pensar qué sentían al estar tumbados en el sofá de su casa, acercárseles un gato y que se les acurrucarse a su lado ronroneando.
Aunque la reflexión siempre activaba el amor en el cerebro, los patrones de actividad revelaron quien convivía con un gato y quien no: los dueños de mascotas sí experimentaron amor en las regiones asociadas a la cognición social.
La comprensión de los mecanismos neuronales del amor contribuirá, según os investigadores, a mejorar las intervenciones de salud mental en enfermedades como los trastornos del apego, la depresión o los problemas de pareja.
Rinne y su equipo ya habían desarrollado estudios previos para profundizar en el conocimiento científico de las emociones humanas, incluida una investigación que cartografió las experiencias corporales físicas asociadas al amor.
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