“El cambio cultural sería algo así como que Fernando Iglesias se tome un café con Juan Grabois”. La frase no pertenece a Sergio Massa sino a Andrés Malamud, quien la enunció en el coloquio anual de IDEA; agregando: “Hay que convivir con el que piensa diferente y ver en nuestro adversario a alguien legítimo”. De inmediato, mis redes sociales se llenaron de mensajes de bienaventuranza y de pedidos de magnanimidad. Hasta el propio Grabois me invitó por Twitter a tomar el café de Malamud, a lo que contesté pidiéndole que no fuera, preferiblemente, por el lado de la 9 de Julio, que siempre está cortada…
Conozco a Malamud desde hace diez años y llevo discutiendo diez años con él, desde que nos cruzamos en una mesa redonda en el Parlamento Europeo. Trato de no hacerlo, pero no me sale. Nada personal. Evito discutir con Malamud por la misma razón por la cual evito entrar en polémica con académicos: nunca discuten con uno. Enseguida te encasillan en una corriente de pensamiento que les es familiar y discuten con ella, sin importar lo que uno diga. Malamud lo hizo también aquel día en IDEA, atribuyéndome dos afirmaciones que nunca hice. Una, que el peronismo es el único problema de este país. Dos, que la Argentina se jodió cuando apareció el peronismo. Y no, Andrés. Banalizar lo que el otro dice no es una buena forma de “convivir con el que piensa diferente”.
Primero, yo no digo que toda la culpa de la decadencia nacional sea del peronismo sino que el principal obstáculo a superar para dejarla atrás es el peronismo. “Principal” no es “único”, y para entenderlo solo hace falta buena voluntad. Para entenderlo, basta observar cómo Chile y Uruguay, nuestros vecinos con muchísimos menos recursos naturales y la misma cultura latina, herencia colonial —Martín Fierro, Cambalache y lo que quieras— viven igual o mejor que nosotros. ¿Qué nos diferencia de ellos sino una clase política inferior, impregnada por la presencia omnisciente del peronismo? Es simple. Las demás fuerzas políticas argentinas tienen una responsabilidad infinitamente menor en nuestra decadencia. Ya sea porque han gobernado mucho menos y con mucho menor poder, como porque nunca han sido autoritarias ni se han corrompido y transformado en una mafia. Isabel, Menem, Duhalde, Néstor y Cristina son los últimos cinco presidentes peronistas. Frondizi, Illia, Alfonsín, De la Rúa y Macri son los últimos cinco presidentes no peronistas. Buenos o malos, ninguno de ellos persiguió a la oposición, ni al periodismo, ni reformó la Constitución, ni salió del poder mucho más rico de lo que era cuando había entrado. Hasta desde Lisboa se debe ver la diferencia. Los dirigentes y partidos argentinos no peronistas no son diferentes de los dirigentes y partidos uruguayos y chilenos. El problema no está ahí. Es el peronismo, Malamud.
Segundo, yo tampoco digo que el país se jodió con la llegada del peronismo. Basta ver la tapa de mi libro sobre el tema, que retrata el golpe de 1930 y no el de 1943. No hacía falta leerlo. Bastaba mirar la tapa, pero no. Siguiendo el método predominante en la academia, el mismo que recomienda “ver en nuestro adversario alguien legítimo” no se digna siquiera discutir con quien critica. Le basta encuadrarlo en la categoría general de “gorilismo” y discutir con el Almirante Rojas. Pero la foto de tapa de Es el peronismo, estúpido retrataba a Uriburu en su auto descapotable, escoltado por Perón y un grupo vestido con uniformes estilo Gestapo, el día del primer golpe militar: 6 de septiembre de 1930. Y mi tesis, buena o mala, es que el país se jodió con el advenimiento de dos fuerzas políticas surgidas del Ejército: el Partido Militar, que dio el golpe de 1930, y el Partido Populista, cuyo centro vital es el peronismo, que daría el golpe de 1943. Explícitamente, mi libro aclara que no ha habido nada peor que la dictadura genocida, y que el énfasis en la crítica del peronismo se debe simplemente a que el Partido Militar desapareció.
Y bien, desde aquel nefasto día de 1930 hasta 2015, la Argentina fue sistemáticamente presidida por militares y peronistas, con resultados unánimes y nefastos. Y es desde 1928 que un presidente civil no peronista no termina el mandato. Y es desde 1973, cuando nuestra decadencia se agudizó, que pasaron 45 años de los cuales 35 años gobernados por generales o por peronistas. A veces, por los dos. Son datos, no opiniones. Es lo que digo, y no lo que muchos como Malamud ponen en mi boca para eludir la discusión. En cuanto a Grabois: no encuentro motivos para tomar café con él. Conozco lo que piensa y lo que hace, y él también sabe quién soy. ¿Qué podría decirle: “Paren de cortar calles y de agredir a quienes con sus impuestos sostienen los subsidios de los que viven”? Grabois sabe que, en medio de enormes dificultades y contra la voluntad de muchos de sus votantes, este Gobierno mantiene el gasto social más alto de la Historia, tanto en porcentaje del Presupuesto como del PBI. Y sabe que mientras la situación internacional lo permitió este Gobierno bajó seis puntos y medio la pobreza en solo un año y medio. Y a pesar de eso, Grabois insiste en considerarnos parte de una “administración colonial” (12/09/18). ¿Para qué querría hablar pues con un representante de Donald Trump? “Es un chupamedias de la élite de multimillonarios” (26/09/18) dice Grabois de nuestro presidente. Y está bien, tiene derecho. Pero que el café con él se lo tome Malamud.
Después de todo, ¿qué podría yo decirle tomando un café a quien acompaña a la abogada exitosa en su peregrinar por Comodoro Py sosteniendo: “Que Cristina termine presa es un golpe de Estado preventivo” (20/09/18)? ¿Qué podría conversar en privado con quien declara: “Es difícil explicarle a un compañero que para que deje de haber un gobierno de ricos para ricos hay que esperar un año más”, y “Si el pueblo se cansa, yo voy a estar con el pueblo” (05/09/18), y “El gobierno de Macri se terminó” (18/07/18)? No es que Grabois “piense diferente”, Malamud, sino que se comporta como un actor no democrático; como un propietario exclusivo de la legitimidad. No soy yo el que se la niega. Es él, son los suyos, los que le niegan legitimidad a este Gobierno desde que se negaron a entregar el bastón presidencial; es decir: desde el inicio, antes de que tomara una sola medida contra la causa “nacional y popular”.
O acaso sí. Acaso tenga razón Malamud y haya algo interesante que podría hacer tomando un café con Grabois: mandarle un mensaje a su amigo el Papa. Le pediría, por ejemplo, que dejara de apañar mafiosos, como ha hecho esta semana con Pablo Moyano. Y que deje de comportarse como un operador peronista para dedicarse a sus responsabilidades: acabar con la pedofilia en la Iglesia y transformarse en una referencia espiritual mundial. Pero no creo que me escuche. En realidad, le hice llegar dos propuestas en este sentido. La primera fue la sugerencia de apoyar la campaña para crear una Corte Penal Latinoamericana contra el Crimen Transnacional Organizado. Ya que tanto le preocupan el auge de la droga, la trata de personas y la corrupción política, el Papa podría apoyar la creación de un organismo regional capaz de combatirlos desde la Tierra del Fuego hasta el Río Bravo. A través de otro de sus amigos, Gustavo Vera, le hice llegar hace años este pedido, junto con la aclaración de que no deseaba entrevistas, ni fotos, ni encuentros públicos o privados; pero todavía no me contestó.
También le pedí que avanzara en la propuesta de una Autoridad Pública Mundial mencionada por él mismo en su encíclica Laudato si’, y le sugerí que lo hiciera llamando a una cumbre ecuménica que exija a los líderes políticos mundiales su convocatoria. Una Autoridad Pública Mundial capaz de deliberar resoluciones vinculantes contra las amenazas que se ciernen sobre el planeta —como el calentamiento global, la proliferación nuclear, el terrorismo fundamentalista y las tecnologías disruptivas—, solicitada públicamente por los referentes de las principales religiones del mundo. Ninguna novedad. La de la Autoridad Pública Mundial es una propuesta que la Iglesia Católica reivindica desde Juan XXIII, y le hice llegar al Papa mi sugerencia sobre la conferencia ecuménica hace varios años, a través del cardenal Sánchez Sorondo, en la mismísima Academia Pontificia Vaticana, durante los diez minutos de entrevista en un pasillo que me concedió. Todavía no me contestaron, pero no pierdo la fe. Aunque acaso tenga razón Malamud, y con Grabois me iría mejor que con Sánchez Sorondo y con Vera. Vaya uno a saber…
Pero primero habría que tomar un café con Grabois. O no, porque la creencia en que la concordia nacional surge de gestos ampulosos que la realidad desmiente rápidamente es una de las muchas explicaciones de nuestro fracaso. Para ejemplo, baste el del abrazo entre Perón y Balbín, que Julio Bárbaro menciona un día sí y el día siguiente también. Pero la Historia es una bestia que no deja espacio para las ilusiones. Aquel famoso abrazo conciliatorio entre el fundador del peronismo y el opositor al que muchos años antes había encarcelado por sus declaraciones en la Cámara de Diputados tuvo lugar el 18 de noviembre de 1972. No le siguieron la concordia, ni la paz entre los argentinos, sino las bombas de los Montoneros peronistas contra los dirigentes sindicales también peronistas, la creación de la Triple A peronista para combatir al terrorismo peronista, y un baño de sangre que sumó más de mil víctimas antes de la llegada de la dictadura. Mejor entonces, por las dudas, no tomar ningún café con Grabois. No soy Balbín y él no es Perón, pero…
Así que no. No voy a tomar ningún café de Malamud con Grabois, lo que no quiere decir que nadie lo haga. Que lo atiendan los ministros, que están para eso, como yo estoy para participar de comisiones y reuniones con diputados y senadores que me parecen peores que Grabois, inclusive. Es parte de mi trabajo, el de diputado, y parte de mi compromiso con la democracia y del respeto institucional que les debo a su rol y a quienes los votaron. Pero café con ellos no, compañero Malamud. Siga creyendo usted que la grieta se cierra con minipactos de la Moncloa, si le agrada. Yo seguiré creyendo que el peronismo es el marido golpeador de una sociedad, la argentina, que ha aceptado demasiado tiempo el rol sumiso de mujer golpeada, y que la gente como usted se parece a esas amigas que le aconsejan arreglar todo tomando café con el victimario.
Tómese usted el café que me aconseja, si le gusta, y cierre la grieta, si le da. Pero cuídese, no vaya a ser que termine de asesor de la ancha avenida del medio. Mientras tanto, yo seguiré pensando que la grieta se empezará a cerrar en 2019, cuando el de Cambiemos sea el primer gobierno no militar ni peronista capaz de terminar su mandato después de nueve décadas de desgracia nacional. Yo seguiré creyendo que la grieta se abrió cuando algunos se consideraron representantes únicos del pueblo y de la patria, y que se cerrará cuando dejen de hacerlo. Y Grabois no parece estar en eso, Malamud.
El autor es diputado nacional.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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