Tres de agosto de 2005. En San Carlos de Bariloche llueve torrencialmente y la nieve no para de caer. Pasadas la una, sus amigos lo pasan a buscar por el trabajo, como todos los días, para practicar snowboard en el Cerro Catedral. Germán se sube a la tabla y comienza a hacer una bajada, pasando por una pequeña lomada. El viento en la cara le genera una adrenalina inexplicable. Una ráfaga de seguridad lo incita a hacer una pirueta, quizás demasiada audaz. Germán cae de espaldas, boca arriba.
Entonces, escuchó el crack.
“Chicos, no siento las piernas”. Fueron sus primeras palabras después de la caída. Asegura que al instante de accidentarse supo que nunca más iba a caminar. Sus amigos le dijeron que era simplemente por el golpe, que la sensación le iba a volver. “Pero yo sentí que algo se rompió, una electricidad, como que algo hizo cortocircuito y después murió”.
La familia, que festejaban el cumpleaños de la abuela en La Plata, tuvo que viajar de emergencia a Bariloche. La confirmación de la lesión medular la tuvieron después de una tomografía: “Germán, no volvés a caminar”.
“Yo así no quiero vivir. No quiero saber nada”, recuerda que pensó. La lesión era irreversible. “Las vértebras me hicieron como un guillotina, como un crack. Cortaron la médula espinal y a partir de ese momento no pude ni mover ni sentir del ombligo para abajo”.
“Estaba en la cresta de la ola, como cualquier joven a los 32 años. Tenía un negocio de ropa de chicas, hacía snowboard, no tenía compromisos severos pero sí laborales para poder vivir mejor. Y de un minuto para otro te pasa esto y decís ‘ya fue, acá terminó mi vida’”, reflexiona.
Pero los pensamientos negativos le duraron poco tiempo. “Cuando llegué a La Plata después del accidente y ví a mi familia y amigos y el apoyo que me dieron… Ese fue el arreglo de la columna que se había roto. Sentí que tenía que demostrarles a ellos todo lo mejor, pero también hacerlo por mí”, explica Germán. Por eso, decidió rehabilitarse en la ciudad para luego continuar su vida en Bariloche. Tenía un asunto pendiente en Río Negro. Tenía que volver y aprender a esquiar.
“Fue una decisión con la que no estaban todos de acuerdo, pero yo quería seguir haciendo mi vida. Yo ya sabía a lo que iba, lo imaginaba, lo soñaba. Soy un apasionado del esquí. Ni una temporada me perdí desde el accidente. Al año siguiente ya estaba haciendo esquí adaptado, que me enseñó una mujer de Estados Unidos”, explica.
Después del accidente empezó a esquiar con una fundación social de Bariloche, pero no lograba aprender. Entonces se contactó con un amigo de Comodoro Rivadavia que también estaba en silla de ruedas y había aprendido. Él le prestó su equipo, pero no hubo caso. “Nos juntamos los cuatro, con nuestras esposas, y salimos a comer. Ahí me cuenta que él aprendió con una mujer de Estados Unidos, Kirsten Atkins, pero tenía que viajar hasta allá. Era una movida. Yo ya estaba vencido. No tenía quién me enseñara a esquiar”.
Esa misma noche su amigo se encontró con Kirsten, por casualidad o por destino, en otro restaurante de Bariloche. Ella estaba de luna de miel con su esposo y accedió a darle clases a Germán en San Martín de los Andes, donde el terreno era más plano.
Tres días fue todo lo que necesitó para aprender. “Aprendí con el método de riendas, me fue soltando, soltando. Cuando me soltó y empecé a esquiar solo al lado de ella… No sabes qué emoción. Lloraba como un niño. Hoy charlamos sobre la enseñanza y ella está muy orgullosa de mí. Ese tipo de enseñanza busca la independencia, no busca la foto”.
Doce temporadas y muchas horas de entrenamiento pasaron hasta que surgió la posibilidad de convertirse en instructor. Su amigo y profesor de esquí adaptado Santiago Pinedo fue quien le propuso, junto a Martín Bacer, presidente de la AADIDESS (Asociación Argentina de Instructores de Esquí, Snowboard y Pisteros Socorristas), hacer el curso. Los miedos y dudas venían de ambos lados: ¿Era posible que un instructor en silla de ruedas pudiera enseñarle a una persona “convencional”? ¿Serían más flexibles con él?
“Quiero hacer lo mismo que hace uno parado, con examen de ingreso. Si entro, entro. Si no entro, no entro. Nada de adelantarme”. Esa fue la condición que exigió Germán para aceptar la propuesta. Aprobado el examen de ingreso, con pruebas técnicas, eran 20 días de entrenamiento intenso desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, además de las clases teóricas. “Tuve una de las mejores notas, en un curso de 50 personas. Eran todos jóvenes de 18 años. Yo les daba charlas, los motivaba. Fue una experiencia increíble”.
Así, se convirtió en 2018 en el primer y (hasta ahora) único instructor de esquí en silla de ruedas del mundo.
Germán es un motivador nato. Su energía y sonrisa contagian. ”Tengo un cartel en la heladera de mi casa con una frase de un chico, Pablo Fernandez, que tiene una cuadriplejia y dio una charla TED, ‘Lo imposible está en la mente de los cómodos’”, cuenta.
En 2019 recibió el premio BIENAL de la Asociación Civil ALPI, una ONG sin fines de lucro que se dedica a la rehabilitación de personas con discapacidades motrices. Hoy, además de ser instructor y estar a cargo del área de discapacidad del municipio de San Carlos de Bariloche, da charlas motivacionales y es representante de una empresa nacional que fabricará equipos de esquí adaptado en el país. También rehizo su vida personal tras el accidente: tiene tres hijos con su exesposa, Joaquina, una niña de diez años y Fausto e Iñaqui, mellizos de seis.
-¿Cómo era tu vida antes del accidente?
-Antes del accidente trabajaba en un negocio de ropa y tenía otro con un socio en El Bolsón. Trabajaba todo el día. Tenía el recreo del horario de comercio, de la 1 a las 4 de la tarde, y lo usaba para ir al cerro. También trabajaba en un instituto de chicos con discapacidades. Después pasé a ser uno de ellos. Es como que la vida me fue preparando para todo lo que iba a pasar.
– ¿Cuál era tu trabajo en la ONG?
-Yo lo hacía como un hobby. El instituto se llama Cre-Arte, es recreativo y cultural. Me gustaba tanto Bariloche que quería dejar algo, hacer algo como agradecimiento. Empecé a trabajar con ellos ad honorem. Iba y preparaba el almuerzo, no como cocinero, sino como organizador. Y después se nos ocurrió empezarlos a entrenar para correr la maratón del aniversario de Bariloche, por los cien años. Se fueron sumando como 27 chicos y corrimos en 2002, 2003, 2004 y 2005. La última la corrí yo en silla de ruedas, con los chicos empujándome.
-¿Cómo transitaste los primeros momentos después de la lesión?
– Al principio me asusté, porque yo ya me deprimía muchísimo por un montón de cosas aún cuando caminaba. Me pasaba algo y era lo peor: “¿Por qué me pasa esto a mi? ¿por qué?”. A medida que fue pasando el tiempo empecé a buscar lo bueno. Te pasa algo tan malo que empezás a mirar lo bueno, hasta lo mínimo. Siempre quiero transmitir eso a todos los chicos o grandes que tengan un cambio así inesperado. Depende pura y exclusivamente de cada uno y de las ganas que tengas de hacer cosas para salir adelante.
-Dijiste que tuviste un presentimiento el día anterior al accidente.
– Sí, eso fue muy loco. Yo vivía en una chacra y tenía tres caballos. Había una yegua que era malísima, no se la prestaba a nadie. Unos días antes del accidente cuando me subía, me clavaba y me tiraba para adelante. Estuvo varios días así, clavándome y tirándome para adelante. El mismo golpe que hice cuando tuve el accidente. Me acuerdo que en esos momentos estaba con una pareja y le decía: “¿Qué pasa si tengo un accidente y quedo en silla de ruedas?”. “Te echo a la miércoles”, me contestaba. Después el médico me explicó que era un golpe repetitivo el de mi accidente, no fue solo el de la montaña. Yo no estaba consciente. Era muy irresponsable. Me gustaba mucho tirarme de acantilados, de puentes. Además, ese día no quería ir a esquiar.
-¿Te acordás del retorno a la montaña?
-La primera vez que subimos con mi hermano al cerro, le dije: “Voy por la revancha”. Me entrené como dos o tres temporadas. Es impresionante sentir el viento en la cara. Te sentís muy libre, volás. La sensación esa de velocidad no la sentimos en una silla de ruedas, salvo que andemos en moto o hagamos algún deporte de viento. Pero si no, no lo sentís. Siempre me río cuando digo que la única manera que siento el viento en la cara, la sensación de velocidad, es cuando saco la cabeza por la ventanilla del auto. Eso me hizo querer volver al cerro.
-¿Qué pensás que cambió con la instructora estadounidense? Te sacó esquiando en tres días.
-La foto. Mucha gente se acerca a este deporte y a las personas con discapacidad para sacar una foto. La diferencia fue que vino una persona y me dijo: “Yo te voy a enseñar a esquiar y vos vas a aprender”. No fue para dar vueltas 20 veces y hacer una promoción. Lo de la fundación fue buenísimo porque me brindaron los materiales para que yo aprendiera a esquiar, pero no encontré alguien que me dijera “en tantos días te saco andando”. Esa seguridad es muy difícil de transmitir en el esquí adaptado.
– ¿Por qué?
-Dicen: “No los queremos ilusionar”. Yo sí los ilusiono. “Vas a aprender a esquiar y dejate de joder porque vas lograrlo”. Si se pone mal porque no aprende, se pone mal de la misma forma que cualquier persona que no camina. Cuando Kirsten me dijo que me iba a enseñar en tres días o cuatro, ya me dio la confianza para aprender. Eso es lo que tenemos que tratar de transmitir.
-¿En algún momento te replanteaste el ser vos instructor?
– Sí, tenía una presión terrible porque todos me decían “vas a ser el primero en el mundo”. Me reventó físicamente el curso, adelgacé un montón. Además, había un grupo de instructores que decían que yo no iba a poder enseñar. Firmaron planillas y todo para que no hiciera el curso, hasta profesores. Después cambió todo, se demostró que podía. Incluso cuando empecé a enseñar a chicos en silla de ruedas el año pasado, sin rienda ni auxiliar, mano a mano con el profe, tampoco estaban de acuerdo. Me querían cerrar una pista. Esto pasa por temor a que se lastime a alguien, para que no se golpee ninguna persona o para que el instructor no pase un momento desagradable, no es por maldad. Pero yo estaba convencido de que podía enseñar. ¿Al estar en silla de ruedas tenés que tener una pista distinta o una manera de enseñar distinta? ¡No! Se puede enseñar tranquilamente. Lo que quedó como antecedente es que se puede trabajar también. Ahora el esquí adaptado, además de ser competitivo, es una salida laboral. ¿Qué más quiero que haya sucesores en todo esto?
-¿Hay alguna dificultad para enseñar estando en silla de ruedas?
-Yo creo que el problema es la confianza y que ellos crean de verdad que yo les puedo enseñar. Transmitir eso es lo difícil, mostrarte que el movimiento de mis manos es el movimiento de tus pies. Pero ellos me eligen, saben que estoy en silla de ruedas. Así que van dispuestos de otra manera. Saben que si se caen yo les explico cómo levantarse, pero no los puedo levantar. Esas dificultades se van dando a medida que das la clase y tenés que superarlas, sino se te cayó la enseñanza al diablo.
– ¿A quiénes podés enseñarle?
-Yo me recibí para darle clases a personas que caminan, pero lo importante que ocurrió, y que va a ser histórico para la Argentina, es que una persona sentada le pueda enseñar a una parada y a una sentada, de la misma manera y con el mismo método de enseñanza técnico.
-¿Qué es lo que más te gusta de enseñar?
-El año pasado pude enseñarle a dos chicos en silla de ruedas, de la misma forma que si estuviesen caminando, totalmente independiente. Creo que eso cerró todo el circuito del esquí, que es lo que a mí me apasiona. Ni siquiera lo hago por dinero. En 2018 me recibí y lo trabajé como cualquier instructor. Ahora casi ni cobro las clases. Las hago porque me gusta. Le enseño a los chicos en sillas de ruedas también, eso sí con un costo pero por una cuestión de responsabilidad. El otro día vino una persona de Ushuaia en silla de ruedas a aprender a esquiar y se quedó en mi casa para no gastar en alojamiento. Así que imaginate que no es algo comercial. Es abrir caminos.
– Siempre hablás de la importancia de ponerse nuevos objetivos.
– Sí, todo el tiempo me pongo nuevos objetivos. Ahora quiero hacer surf adaptado. Creo que ese es el deporte que me va a cambiar el cerro. También me gusta dar charlas motivacionales, transmitir el esquí adaptado y que hay una muy buena vida. Estoy fabricando equipos también con una empresa que represento en la Patagonia. No sabés lo difícil que es conseguirlos afuera, porque no se venden en la Argentina. Si se rompe algo hay que pedirlo afuera y sale carísimo. Si no hay equipo, no se puede aprender. Esos son los nuevos objetivos. Disfruto de los sueños y de las cosas que puedo llegar a lograr, o no, pero el trayecto lo disfruto minuto a minuto. Hay que seguir reinventándose y reacomodando expectativas.
-¿Tenés algún sueño?
-Te lo voy a mostrar con un ejemplo. Cuando vas a esquiar, hay un lugar donde se hacen las colas para subir a los medios de elevación. Del lado derecho hay una cola para prioridad para personas en monoesquí o esquí adaptado, del otro lado están las personas convencionales. Yo siempre estoy solo. Mi deseo es hacer una cola de dos o tres personas. Eso va a querer decir que estamos haciendo las cosas bien.
– ¿Qué mensaje te gustaría dejar?
– A mí siempre me gusta transmitirle a la gente que tiene un cambio inesperado, físico, como el mío, que por algo suceden. Hay que seguir adelante y teniendo la vida que se tenía, lo mejor posible, a tu manera y con tu diferencia física. No hay que quedarse en la queja o el por qué. Yo le digo a todo el mundo que tener una lesión medular no es excusa de nada. Se puede tener una familia, se puede tener novia, se puede tener sexo, se puede tener trabajo. Soy una persona totalmente feliz. La vida es muchísimo más linda, quizás, que si hubiese caminado. Hay mucha gente que tiene accidentes y se asusta, dicen “acá se acabó el mundo”. No, ahí arranca.
Puede que Germán no camine más pero, con seguridad, seguirá sintiendo el viento en la cara.
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