A dos semanas para que los argentinos asistan a las urnas, una campaña presidencial que hasta la inscripción de las candidaturas se había caracterizado por un ritmo frenético, no exento por cierto de sorpresas y movimientos inéditos, hoy parece desarrollarse en un clima gélido.
La percepción de los electores, como así también de diversos analistas, es que no hay clima electoral acorde a la importancia de lo que se pone en juego en el primer turno de un proceso electoral que, de persistir las tendencias actuales, se encamina a dirimirse en el ballotage de noviembre.
En consonancia con dicho clima los candidatos parecieran haber apostado a una estrategia electoral conservadora en la cual, lejos de mostrar proactividad e iniciativa propia, no se muestran dispuestos a arriesgar en la búsqueda de persuadir a nuevos votantes y aguardan por los errores de sus adversarios.
¿Hay “clima” electoral?
Las sociedades cambiaron. La política cambió. Las campañas electorales irremediablemente también se transformaron, tanto en lo que respecta a las formas como a la sustancia.
Cuando se analizan los procesos que consagraron presidentes a los grandes líderes latinoamericanos en el siglo pasado, vemos largas y efervescentes campañas electorales, movilizaciones masivas, grandes manifestaciones públicas, multitudinarios mitines, encendidos debates e incluso -dependiendo el contexto y el país- episodios de una repudiable violencia. Así sucedía en los tiempos de José María Velasco Ibarra (Ecuador), Lázaro Cárdenas (México), Salvador Allende, Gétulio Vargas, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, entre otros tantos presidentes latinoamericanos.
Sin embargo, entre las características de la actual contienda presidencial en Argentina, la magra performance y cierta dosis de inercia en el quehacer electoral parece predominar entre los equipos de campaña de los principales espacios en pugna. No abundan las movilizaciones; el volumen de las piezas electorales –spots, afiches, etc.- es escaso; nadie se arriesga a protagonizar improvisadas recorridas por miedo al escrache ni encabezar grandes actos temiendo poca concurrencia; y la apuesta que prima entre los principales candidatos es jugar de locales: ir donde “miden” y mostrarse con candidatos distritales aliados.
Una percepción más o menos compartida entre quienes analizan la política y las campañas vernáculas es que estas no estarían dando cuenta de la centralidad apabullante que sí se plasma en los medios de comunicación. En otras palabras, no hay clima electoral. Lo que pareciera ocurrir es que los equipos de campaña apuestan por una estrategia conservadora en términos políticos y comunicacionales, en la cual no van a arriesgarse a cometer un paso en falso, especulando con aprovechar los errores de sus adversarios o las oportunidades que ofrece el contexto económico.
Así las cosas, Roberto Lavagna continúa apostando a que la polarización desgaste a sus artífices –Cristina y Macri- y que los electores busquen un tercer candidato para terminar con la dicotomía en la cual la Argentina viene atrapada desde hace varios años. Macri, por su parte, espera que la imagen negativa de Cristina Fernández de Kirchner y el rechazo a un nuevo gobierno kirchnerista conspiren contra el intento de diferenciación y apertura que intenta ensayar la campaña de Alberto Fernández. Por su parte, el kirchnerismo apuesta a que la economía logre terminar frustrando al electorado afín al macrismo y que, sin otra opción competitiva a la vista, depositen en la fórmula Fernández–Fernández su apuesta para enderezar el rumbo en los próximos cuatro años.
Variables económicas y relativa estabilidad: ¿y ahora qué?
Sin embargo, tres variables de la economía parecen estar acompañando las aspiraciones reeleccionistas del Gobierno y presentan así un desafío de cara a los próximos 15 días tanto para el oficialismo como para su principal contendiente electoral.
El Gobierno tenía como deadline estabilizar para el inicio de la campaña para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) dos de las variables económicas más sensibles para los electores. Por un lado, evitar que la cotización del dólar siga trepando –amenazando con llegar a los 50 pesos- y, por el otro, promover de alguna manera la reactivación del consumo.
El 26 de abril la cotización de la divisa estadounidense respecto al peso argentino marcó un pico de 46,90 pesos. A partir de ese momento el gobierno logró frenar sucesivas devaluaciones, logrando provocar una baja de la cotización de la divisa extranjera que, pese a una leve alza en los últimos días, permanece por debajo de los $45. En otras palabras, los últimos tres meses cortaron con una racha devaluatoria que en términos de opinión pública y sobre todo para la expectativa electoral era perjudicial para el proyecto reeleccionista de Macri.
Por otra parte, la inflación de junio -según la medición del Indec- alcanzó el 2,7%, confirmando la leve desaceleración que los precios ya venían registrando desde los últimos meses. Se trató del valor más bajo del año, lo que en el contexto de la campaña electoral constituye, sin duda, un alivio para el oficialismo.
El consumo es la tercera variable económica a la cual el Gobierno apuntó. El objetivo consistió en generar la sensación de que la capacidad de compra se había recuperado y que la inflación no perjudicaba (tanto) el bolsillo de los consumidores. Como correlato de dicha percepción de mejora, el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG), estudio publicado mensualmente por la Universidad Di Tella, arrojó en julio una cifra de 1,97 puntos, la cual representa un aumento del 6,1% respecto al mes anterior, acumulando el tercer mes consecutivo de recuperación.
Cabe remarcar que, si bien la medición del Índice muestra subas y bajas en el período comprendido entre las elecciones de 2017 y la última medición de julio de este año, la tendencia fue hacia la pérdida de confianza por parte de los argentinos hacia el gobierno nacional. Algo similar había ocurrido en 2015 cuando Macri inicio su mandato. Los argentinos fueron perdiendo progresivamente la confianza hacia el gobierno, hasta llegar al 2017. Como da cuenta el Índice, tras comenzar la campaña electoral, dicha confianza comenzó a recuperarse. Esto, en otras palabras, puede ser una alerta tanto para el Frente de Todos como para Consenso Federal: Juntos por el Cambio mejora su performance de cara al electorado cuando está en modo “campaña electoral”.
Últimos 15 días: ¿comienza la campaña electoral?
El Gobierno parece haber hecho los deberes que le pedía el equipo de campaña. Tres fibras sensibles para el electorado -como lo son la cotización del dólar, la inflación y el consumo- parecen estar acompañándolo en las últimas dos semanas de campaña ante de las PASO. Sin embargo, la contienda no está definida y los candidatos aun no muestran todo su arsenal comunicacional.
Para muchos especialistas en campañas electorales, las contiendas modernas refuerzan su comunicación ya no en las semanas previas, sino en las últimas jornadas previas a los comicios. Si este axioma se cumple, estamos en la antesala de la verdadera campaña por el sillón de Rivadavia. Sea cual sea el recorte temporal en la cual se enciendan los motores de la campaña, en cualquier proceso electoral hay que comunicar. No basta con decir algo, sino que hay que procurar que el mensaje llegue a su destinatario, y que apunte más a lo emocional que a lo racional.
Hasta ahora, ninguno de los tres principales espacios en pugna ha logrado movilizar emotivamente al electorado en torno a sus mensajes y temas de campaña, por lo que el frío característico de la temporada invernal también parece afectar el clima electoral.
Sociólogo, consultor político y autor de “Gustar, ganar y gobernar” (Aguilar, 2017) y “Comunicar lo local” (Crujía – Parmenia, 2019)
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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