A veces, algunos tesoros solo pueden sobrevivir si fueron olvidados en el fondo de un cajón. Eso es lo que sucedió con un grupo de 46 fotografías de Walker Evans en Cuba, que por mucho tiempo se dieron por extraviadas, a tal punto que hasta se dudaba de su existencia. Hoy, a punto de ser subastadas, revelan una historia temores, asesinatos, amistades y tragos en El Floridita y La Bodeguita del Medio.
La historia comenzó cuando Evans, quien luego sería un fotógrafo estrella de Times y Fortune, comenzaba su carrera. Apenas superaba los 30 años y juntaba dinero para subsistir en trabajos informales, esporádicos. Así que cuando recibió el encargo de viajar a La Habana para ilustrar The Crime of Cuba, un libro de Carleton Beals que buscaba exponer el desgobierno en la isla -como así el rol de partícipe necesario EEUU en el conflicto-, supo que era una gran oportunidad.
“Pecados de omisión, quizás incluso más que los pecados de comisión. La historia de Cuba es la historia de la tiranía: España, Estados Unidos, Wall Street, y ahora, estrechamente vinculada con el pasado inmediato, la dictadura de Machado, que hace que Mussolini parezca un picnic dominical”, decía una crítica del libro publicada en Kirkus.
Entonces, se desarrollaba la segunda presidencia de Gerardo Machado (1924-1933) y los índices de criminalidad y corrupción eran altísimos, a tal punto que la violencia se expresaba en las calles como un elemento natural de la cotidianidad. Los soldados, que veían infiltrados y traidores en cada esquina, no dudaban en abrir fuego sin mediar palabra, estudiantes encarcelados, hambre y desesperación. El caos, pero sobre todo la vitalidad y la estética de la ciudad, cautivaron al joven Evans: “Cuando uno se mantiene perplejo”, escribió en su diario, ” se percata más de las cosas, como en una borrachera. Me mantuve borracho de aquella ciudad nueva durante días”.
Cuando Evans arribó a Cuba, Hemingway podía considerarse un experto en la cartografía del lugar, ya conocía al lugar como si fuese suyo, a fin de cuentas su primera vez en la isla fue en 1928. Sin embargo, después de una ausencia prolongada, había regresado apenas un mes atrás en el Anita, su barco, con deseos de alimentar esa inacabable furia por experimentar lo conocido de manera desconocida.
Entonces, quien obtendría el Premio Nobel de Literatura en 1954 solo deseaba pescar y experimentar en su narrativa. Esa soledad entre las soledades de un país que se derrumbaba fue tan fuerte como el ron al momento de unirlos. De hecho, la historia de aquel encuentro marca que el escritor no dudó en prestarle 25 dólares a aquel fotógrafo sin una moneda -y sin perspectiva de que algún día pudiese devolverlo-, todo con el objetivo de que no se marchase, de extender su estadía aunque sea una semana más.
En total, Evans llegó a capturar 400 imágenes en aquella trágica La Habana. Lo que no se supo por décadas es que algunas desaparecieron bajo la custodia de Hemingway, co-responsable de muchas de aquellas borracheras, en la casa del también Premio Pulitzer (1953) poseía en Key West, Florida.
“El conjunto constituye un diccionario visual de Cuba en 1933; de sus gentes, de su diversidad étnica, sus tiendas, sus profesiones, la estética y el sentir de sus calles y su vida urbana”, apunta Michael Brown, autor del texto del catálogo.
Pero no fue por azar que Evans depositó su confianza en el autor de Por quién doblan las campanas, para nada. En aquella primavera de 1933, ambos compartieron tres semanas, parece demasiado poco, pero la intensidad, las historias compartidas entre copas y cigarros, forjaron un vínculo que afectó hasta la manera de entender en el arte, la perspectiva de cómo abordarlo.
La totalidad de las fotos, puestas a la venta por De Wolfe and Wood Rare Books y Michael Brown Rare Books, esperan alcanzar un valor total 850.000 dólares. El valor no solo se solventa en su calidad, en su extrañeza, en la historia que las cobijó, sino en que además son una parte esencial para entender la evolución de Evans, quien es considerado uno de los grandes exponentes de la fotografía americana documental.
“Hemingway marchó a España para aprender a escribir; fue en las calles de La Habana donde Evans logró encajar el estilo y la materia para encontrar su propio camino como fotógrafo. La Habana fue la España de Evans. Como veremos fue también su París”, destaca Judith Keller en una cita que incluye el catálogo que acompaña a la colección.
De acuerdo a Brown, el grupo de fotos refleja un “un acto cuasi-postmodernista de apropiación, que ofrecía las evidencia más palpable de la crueldad del régimen de Machado”. Las fotos permanecieron ocultas en Key West, pero luego del divorcio del escritor con su segunda mujer, Pauline Pfeiffer, fueron abandonadas en una vieja habitación olvidad en el Sloppy Joe’s, uno los bares más famosos de la ciudad. Hoy, pertenecen -por lo menos por un tiempo- a Benjamin Bruce, hijo de Telly Otto Bruce, gran amigo y empleado del escritor estadounidense.
Por extraño que parezca, no hay ninguna foto de Hemingway, quien ya para ese entonces era reconocido por Adiós a las armas (1929). Quizá porque para Evans “fotográficamente hablando, el rostro de un famoso es un cliché”, aunque sí subsiste un homenaje oculto, una suerte de admiración sosegada: dos instantáneas de cines donde se proyectaba la novela que tuvo como escenario a la Gran Guerra.
“En mí existía una atracción instintiva hacía él, y él lo sabía, pero me mantenía receloso. Era muy reservado- no es esa la palabra- era alguien difícil a quien acercarse. Pero en cierto modo lo hice. Yo le consideraba un gran artista por entonces y a él le encantaba ese reconocimiento. Era un hombre muy inteligente, muy sensible. Pero decidí instintivamente mantener una distancia, y no continuar mi amistad con él”, dijo Evan mucho tiempo después.
En el momento de aquel fugaz encuentro, Hemingway trabaja en su novela Tener o no tener (1937), que trataba sobre el trabajo de los balseros cubanos para llevar ron de manera ilegal a los Estados Unidos. Cuando el personaje principal, Henry Morgan, estaba por exhalar su último suspiro, agonizante sobre un muelle improvisado, cerraba su periplo con una frase del estilo: “Un hombre solo no puede, aunque quiera. Solo no puede”. Quizá, en el momento de terminar el libro, la imagen de Evans vino a su cabeza.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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