En el tenis profesional son los propios jugadores quienes definen las condiciones, es un mundo que tiene continentes oscuros, como el de las apuestas y arreglos de partidos, y otros reivindicativos que han sido escenario de batallas contra la discriminación racial, la desigualdad de la mujer y en favor de la libre elección de género. Arthur Ashe, Billie Jean King, Martina Navratilova son algunas de las estrellas que trascendieron también con sus luchas como legado. Entre ellos, aparece el nombre de Renée Richards, quien anticipó en 40 años los debates sobre el derecho a la identidad de género.
“Los transexuales, como el resto de las personas, peleando contra los estigmas de la sociedad pueden sostener su frente bien alta”, diría en 1976 y un año más tarde se convertiría en la primera tenista transexual y en la primera deportista en ser habilitada a competir profesionalmente bajo su nueva condición femenina.
El caso de Renée cobró notoriedad cuando en su intento por competir en el tenis, algo que ya había hecho como hombre, aceptó la invitación de su viejo amigo Gene Scott a participar del torneo Tennis Week Open, en New Jersey, y 23 jugadoras se retiraron del certamen. Venía de ganar en Lahoya, California -adonde se había mudado luego de su cambio de sexo-, bajo el nombre de Renée Clark y había sido descubierta por un periodista.
El resultado de la operación a la que se sometió le daba apariencia femenina, aseverada por su nueva documentación. “Ante los ojos de la Ley, soy una mujer”, manifestaba, pero la mayoría de las tenistas sostenían que la diferencia física jugaría en su favor. Tiempo después, una juvenil Ivanna Madruga, luego de ser vencida por Richards en la final del torneo Río de la Plata, reconocería que “por momentos era como jugar con un hombre”. Por el contrario, Renée le decía a un canal de televisión porteño: “En el circuito hay jugadoras tan altas y fuertes como yo. En el tenis no tiene tanta importancia la diferencia física, sino lo bien que puedas jugarlo”.
Su historia de búsqueda por ser admitida con su nueva identidad, recién comenzaba. Ya como Renée Richard se inscribió para disputar el US Open, pero las autoridades de la Asociación estadounidense (USTA) decidieron impedirlo, por lo que establecieron la condición del test de cromosoma, utilizado por el Comité Olímpico para la diferenciación sexual. La tenista se negó y Mike Blanchard, director del Grand Slam, dijo: “Sin test no hay torneo. No habrá excepciones”. El debate en la sociedad acababa de empezar y el 27 de agosto de 1976 el New York Times titulaba: “‘No Exceptions’, and No Renee Richards”.
“Quiero mostrar que alguien que tiene un estilo de vida o una condición médica diferente, tiene derecho a defender lo que es”, dijo. Logró adhesiones y simpatías, pero también comentarios como el de Sports Illustrated que la calificó como “un extraordinario espectáculo”. Su notoriedad la había sobrepasado.
Nació en el seno de una familia judía neoyorquina, el 19 de agosto de 1934, bajo el nombre de Richard Raskind. Con una madre dominante, la psiquiatra Muriel Bishop, a quien ella responsabilizaría por su “confusión de género”; un padre pasivo, David Raskind y su hermana mayor Josephine, a quien le usaba los vestidos desde los 10 años. Al principio resultó una gracia, pero en aquellos tiempos era considerado como una perversión. Se destacó en diferentes deportes, representó a sus centros de estudiantes y se recibió de oftalmólogo en la Universidad Rochester Medical Center. Trabajó en el hospital de Lenox Hill y luego ingresó a la Marina, en donde también ganó el campeonato de tenis All Navy.
Zurdo, de 1,88 metros de estatura, potente servicio y buen drive, creció como una esperanza del tenis estadounidense que lo llevó a jugar cinco ediciones del US Open. Sin embargo, no había podido resolver su conflicto interno por la identidad sexual, que le trajo confusión, depresión y tendencias al suicidio. Mirándose al espejo buscó un nombre y, entre ellos, surgió Renée, armonioso y valorizado aún más por su significado en francés: Renacido. Decidió seguir las indicaciones del endocrinólogo especialista en reasignación sexual Charles Ihlenfeld, quien le aplicó una terapia hormonal y dolorosas sesiones de electrólisis que fueron modificando su cuerpo. A mediados de los ’60, ya vestida de mujer, intentaría llegar a Casablanca, Marruecos, para realizarse una cirugía de reasignación de sexo con el cirujano Georges Burou, pero antes de partir, algunos comentarios por las condiciones de higiene y la hotelería la hicieron desistir del viaje y regresó a Nueva York.
Pocos años después, Dick (su apodo masculino) pareció postergar definitivamente a Renée y se casó con la modelo Barbara Mole. Pero sus conflictos internos no cesarían ni aún con el nacimiento de su único hijo Nicholas.
Ante una nueva esperanza, Renée volvió al combate. Le recomendaron visitar al cirujano argentino Roberto Concepción Granato, recibido en la Universidad de Buenos Aires, pero radicado en Nueva York desde 1960, quien había cobrado fama por su experiencia en vaginoplastía.
La espera fue de casi dos años. Tuvo que adaptarse a las condiciones de la época, los pocos hospitales que aceptaban estas intervenciones no concedían lugares muy apropiados para practicarlas y, en algunos casos, eran “casi un basural”. En 1975, Richard Raskind llegó hasta Queens y en la sala de cirugía de un hospital privado, después de tres horas y media de intervención, Renée quedó liberada para siempre.
Dos años después se encontraba en plena batalla con la USTA. “Este tipo de operaciones son parte de un experimento para crear superdeportistas”, alegaron durante el juicio. Pero a pocos días de comenzar la edición 1977 del US Open, el Juez Alfred Ascione dictaminó: “Esta persona es ahora una mujer”. Renée Richards tenía todos los derechos para jugar el torneo y fue admitida en el Grand Slam. De esta manera, se convirtió en la única persona que compitió bajo dos nombres distintos, con dos condiciones de género diferentes, pero con una misma huella dactilar, en los singles masculino y femenino de un torneo de tenis profesional. Jugó 10 ediciones del US Open, 5 como hombre y 5 como mujer, pero no pudo hacerlo en Europa.
Renée Richards se retiró del tenis profesional en 1981, para dedicarse a ejercer la oftalmología como directora en el Manhattan Eye, Ear and Throat Hospital. Como jugadora dijo haber conocido “las partes buenas y las malas del tenis femenino”.
Comenzó a temerle al cáncer, en especial al de mamas, por sus más de 30 años de exposición al estrógeno y por los antecedentes familiares. En sus conversaciones y memorias, para referirse a ella misma prefiere usar “transexual en vez de transgénero” y decir “cambio de sexo a cambio de género”.
Como Richard llegó a formar una familia y tuvo un hijo, pero como Renée no encontró un gran amor, aunque confesó haber tenido buenos momentos de sexo y algunos agradables romances. A partir de 2005, 40 años después de su reasignación sexual, la Federación Internacional de Tenis estableció que “transcurrido dos años, quienes se realizaron una operación completa de cambio de sexo, acreditado legalmente, sumado a un tratamiento hormonal femenino que no constituya dopaje, estarán habilitadas para competir en el circuito femenino”. Su legado quedaba por escrito.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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