Tierra mala, tierra buena

(Foto: Reuters)
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Antón Chéjov, gran dramaturgo ruso en el siglo XIX, decía: “Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio”.

Chéjov solía decir que la medicina era su esposa, pero que la literatura era su amante. Y en esas líneas de amor nos hace entrar en el juego de definir qué es lo bueno o lo bello y qué no lo es. Si acaso todo lo bueno es completamente bueno, o si en verdad todo lo malo es totalmente malo. Si tenemos la capacidad de ver en las situaciones adversas destellos del nacimiento de algo positivo. O si al estar convencidos de que todo está bien, podemos identificar críticamente qué cosas de todas formas están mal.

Ahora con mayor profundidad, Chéjov escribe: “El hombre vulgar espera lo bueno y lo malo del exterior. El hombre que piensa lo espera de sí mismo”. Solemos pensar que lo bueno o lo malo son clasificaciones que vienen de afuera. Es entonces cuando nos dejamos arrastrar por aquellas cosas que terminamos haciendo o viviendo a pesar nuestro, pero sólo porque el mundo, o “la gente” dice que “están buenas”. Y, a la inversa, dejamos de lado cosas de las que estamos convencidos, porque desde afuera nos imponen que hacer o vivir eso simplemente “no da”. Y tal como dice nuestro escritor ruso, el hombre que piensa debe esperar de sí mismo poder definir desde dentro, con criterio propio, con sabiduría existencial y con altura ética.

No son las cosas en sí mismas ni buenas ni malas, como tampoco lo son los sentimientos o las emociones, sino lo que nosotros hacemos con ellas. Según los griegos, el fuego es robado por Prometeo a los dioses y, según los hebreos antiguos, el fuego es lo primero que Dios le enseña a Adán. Se lo enseña para que tenga también poder creativo, para tener un destello de luz en la oscuridad, para poder llevar adelante rituales sagrados, para poder comer y abrigarse. Sin embargo el fuego, sagrado, creador y generador de luz y calor, a la vez puede ser voraz y destructor. El desastre ecológico en el Amazonas de Brasil nos debe no menos que avergonzar por la manera en que tratamos a nuestra casa. La avaricia y la rapiña del planeta están logrando que el mundo se transforme en una trampa. El fuego no es ni bueno ni malo. Somos nosotros los que podemos alumbrar el Jardín del Edén, o autoexpulsarnos una y otra, y otra, y otra vez.

También con las emociones. ¿El amor es bueno o es malo? El amor es una herramienta todopoderosa, maravillosa, creador de instantes inolvidables, de vínculos inseparables, de noches perfectas, y hasta de almas nuevas. Y a la vez, es tan peligroso. El amor nos lega la responsabilidad de tener muchas almas en nuestras manos. Los celos mal utilizados transforman al amor en el fuego que también lo destruye todo.

La fe no es ni buena ni mala. Si no, si acaso vamos a aprovecharla para hacer crecer nuestro espíritu y fortalecer nuestras esperanzas, o si la desdibujaremos en absurdos fanatismos oscurantistas.

Moisés habla acerca de la tierra de Israel. Le dice al pueblo que ellos finalmente van a entrar a una “tierra buena”, una tierra de trigo y de cebada y de viñas, tierra de leche y de miel. Pero les avisa también que la tierra de Israel no es como la de Egipto. En Egipto la fertilidad de la tierra viene de su fuente energética suprema: el río Nilo. Allí hay que mirar abajo, al río, al que convierte los campos en jardines. Pero en la tierra de Israel hay que mirar hacia arriba. Esperar a que llueva desde los cielos. Es una tierra difícil. Pero como todas las tierras propias, para disfrutar de la tierra buena debemos aprender a mirar más hacia arriba, y no tanto hacia abajo.

Golda Meir, primer mujer en llegar a ser Primer Ministro de Israel, criticando a Moisés dijo: “Nos hizo caminar durante 40 años por el desierto para hacernos llegar al único rincón de Medio Oriente que no tiene petróleo”.

Hay un chiste judío que dice que Moisés era tartamudo, y que cuando estaban saliendo de Egipto comenzó a decirle al pueblo: “Nos..nos..nos..va..va..vamos a la tie…, a la tie…, a la tierra de Ca…, a Ca…, a Ca…”. Y el pueblo entero entonces gritó: “A Canaán!”. Lo que él en verdad quiso decir, y no llegó era: “A California…”.

Shimon Peres, también ex Primer Ministro en Israel, ante la falta de petróleo en el país y la velocidad de los avances en tecnología solar, dijo: “Nosotros no estamos buscando energía en ese líquido oscuro que hay debajo de la tierra, nosotros buscamos energía en la iluminación que viene de los cielos”. Tal como lo decía miles de años antes Moisés. Mirar hacia arriba, y descubrir lo bueno.

Pero Moisés sabe que finalmente no va a entrar a esa tierra. Le pide entonces a Dios al menos poder verla: “Mostrame la tierra buena”. Dios le responde: “Subí a la cima del monte, y desde allí vas a ver el Norte y el Sur, el Este y el Oeste… toda la tierra”.

¿Por qué si Moisés pidió ver sólo “la tierra buena”, Dios le muestra “toda la tierra”?

En otras palabras, lo que Dios le dice es: “Mirá, Moisés, no puedo mostrarte sólo la tierra buena. Tenés que aprender a verlo todo. No podés esperar ver, sentir o vivir sólo lo bueno. No funciona así la vida. No podés esperar que las cosas que vengan sean solo buenas. Te voy a mostrar toda la tierra. Y cuando lo veas todo, espero que tengas la altura y la inteligencia de ver cuán bueno es lo que tenes”.

No podemos esperar que sólo venga lo bueno. Incluso de las personas que queremos. No podemos esperar que todo sea bueno, ni de la pareja, ni de los hijos, ni de la tierra. No podemos esperar que la vida traiga sólo cosas buenas. Debemos desarrollar la capacidad de verlo todo, y entonces, ver lo bueno que tenemos. Ver la obra de arte de nuestra propia vida desde la cima de un monte, y viéndolo todo, todo, descubrir desde dentro, lo bueno.

Por un lado, cuando sólo se quiere ver lo bueno, se puede caer en la obsesión de estar pendientes de lo malo que definitivamente existe, viviendo en pánico y en temor por lo que vendrá.

Por otro, si sólo vamos a vivir en la ilusión de que las cosas tienen que estar bien, ante la adversidad no tendremos ni la fortaleza ni la sabiduría para poder enfrentarla. Por esto es que no pueden mostrarnos desde arriba sólo la tierra buena. Nos muestran toda la tierra. Para comprender que tanto la tierra, como la familia, la comunidad, el país y el amor son todo eso. Todo. Y que al verlo todo, en sabiduría, podamos sentir en el alma, cuánto bueno, potente y bello es lo que tenemos.

En palabras de Bernard Shaw: “¿Por qué un desierto es un desierto? Porque allí solamente sale el sol”. En aquel lugar donde sólo sale el sol, nada crece, nada nace, nada se renueva. Son necesarias la noche, la oscuridad, el frío, la lluvia para que las cosas puedan crecer. Allí donde todo es sol, no nace la capacidad de disfrutar la riqueza que en verdad se tiene. La obra de arte más hermosa de todas: la propia vida.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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