Iván Eiletz ya almorzó. Son las 13:30 en Macedonia del Norte. Siempre come lo que comen y donde comen los habitantes del lugar. No va a restaurantes de moda, de gastronomía occidental. Está viviendo en un bed & breakfast -un establecimiento hotelero modesto, tipo boutique, que ofrece cama y desayuno- desde hace cuatro días. Pasó caminando la frontera desde Albania con una valija de veinte kilos que no solo tiene rotas las ruedas. Piensa que cuando vuelva a su casa la va a tener que cambiar. Piensa también que Ohrid es un área como la Triple Frontera de Argentina, Paraguay y Brasil: un trifinio, el punto geográfico donde convergen Macedonia del Norte, Albania y Grecia.
“El día está hermoso”, dice por teléfono. Hay trece grados en el mediodía de la primavera balcánica. No son los 26 grados con los que se fue de Cabo Verde, pero no está mal. Iván tiene 32 años y es argentino. Nació en el Sanatorio Mater Dei, vivió hasta los dos años en Vicente López y hasta los 23 en Martínez, donde regresó cuatro años después tras una experiencia laboral en Brasil. En diciembre de 2020, partió del aeropuerto de Ezeiza con destino a Portugal y una valija nueva de veinte kilos.
En la declaración jurada que entregó en las oficinas de migraciones no recuerda qué puso como destino final. No lo recuerda porque tampoco lo sabía. Se fue para motorizar su sueño, aquel que había proyectado cuando tenía 18 años y empezó a estudiar la licenciatura en turismo en la Universidad del Salvador. Acaba de fundar 5luso, una empresa joven que aspira ser referente mundial en soluciones para la industria hotelera, turística y de servicios. Viajó a Portugal a establecer su base y empezar a tejer una red de operadores.
Pero el COVID-19. En Portugal le fue imposible emprender. Las restricciones por el coronavirus hicieron imposible su despliegue. Turistas no hay, turismo menos. Su viaje para concebir un proyecto integral de turismo es inoportuno. Él lo sabía, pero quería comprobarlo. Ideó un programa pensado para nómades digitales y expatriados y apuntado al mercado europeo, más proclive a esta experiencia por la calidad de sus clientes y la flexibilidad de las políticas de trabajo remoto. “Gente que necesita vivir experiencias alternativas, cosas que tienen que ver con el estilo de vida. Actividades auténticas, no importan si sean extremas o no, pero que queden en el recuerdo”, describió.
En Portugal su hilo se acortó. Estuvo un mes: cuando su red de operadores se agotó, decidió emigrar. Quería recorrer otros países de habla portuguesa: su manejo del idioma es sólido tras cuatro años viviendo en Brasil. Se embarcó hacia Cabo Verde, un país nutrido de diez islas volcánicas ubicado frente a la costa noreste de África. Su ubicación es estratégica: el archipiélago emerge sobre el océano atlántico, en una suerte de paso intermedio entre el continente africano y el americano. A Iván le atrajo, además de su curiosa centralidad en el mapa tradicional, la belleza natural: la combinación perfecta de montañas, playas y cultura.
El 26 de enero aterrizó en San Vicente, una de las diez islas del archipiélago, la segunda más poblada del país. Iván es el único argentino que el gobierno nacional considera que está haciendo turismo en Cabo Verde. La dirección nacional de Migraciones elaboró un mapa con los 37.176 ciudadanos argentinos que emigraron entre el 1 de diciembre de 2020 y el 29 de marzo y que todavía no regresaron de sus viajes por turismo. El destino quedó consignado en sus declaraciones juradas. Hay, por ejemplo, 9.356 en los Estados Unidos, 5.383 en Chile, 3.715 en Panamá, 666 en Alemania, 33 en Suiza, 22 en Cuba y uno solo en Cabo Verde: Iván Eiletz.
Pero él ya no está en Cabo Verde. Estuvo más de un mes. Recaló primero en el aeropuerto internacional de Mindelo, la capital de San Vicente. Estuvo quince días ahí: alquiló una departamento con un holandés que había conocido en Portugal. “Era un lugar al que quería ir hace mucho. Tiene una naturaleza que no encontrás en ningún otro lado: paisajes montañosos, volcánicos, playas hermosas y una cultura única. Tienen tres idiomas, y tres ritmos musicales autóctonos”, contó. Después cruzó en barco a Santo Antao en un viaje de tres horas: permaneció cuatro días ahí. La escenografía es aún más natural y más montañosa. Fue en búsqueda de operadores turísticos y encontró, fundamentalmente, servicios de trekking.
Su última parada fue Praia, la capital de Cabo Verde y de la isla Santiago. En uno de los países más pequeños del mundo con una población de aproximadamente 550.000 habitantes, hubo 17.279 contagios y 168 muertes por coronavirus desde el comienzo de la pandemia. La curva epidemiológica es baja en comparación a otros países africanos, pero la ecuación es alta en virtud a la cantidad de habitantes. Para llegar a la capital nacional le exigieron un hisopado negativo al arribar desde Mindelo, una de las ciudades más afectadas por el COVID-19 en el país del África occidental.
“Fue muy complicado conseguir vuelo y comprar los tickets. Viajé en aviones turbohélices, con poca capacidad”, remarcó. Vivió dos semanas más en Cabo Verde. Recorrió la isla en una combi y trabó relaciones laborales -las que pudo. Conoció otras tres personas en su misma situación: eran europeos trabajando en una organización no gubernamental. No encontró a ningún turista clásico. Ni uno.
“En Cabo Verde me encontré con gente muy alegre, muy receptiva, muy abierta, sin problemas de recibir a extranjeros. Es un país amigable para el turista y para el que quiere ir a vivir. Lo difícil es hoy conseguir vuelo porque la gente que viaja es muy poca. En el vuelo de Portugal a Mindelo viajamos solo veinte personas”, identificó. Dijo que los colegios están funcionando y que las restricciones dependen de la cantidad de contagios y de la capacidad del sistema sanitario: había islas en las que la actividad comercial cerraba a las ocho, a las once de la noche y a las dos de la madrugada.
Uno de los primeros días de marzo se fue de Cabo Verde. No recuerda cuándo. Para el gobierno nacional sigue siendo el único argentino varado en el país africano. Según la Sociedad Caboverdeana en Argentina, hay tres argentinos nacionalizados radicados en el archipiélago: una mujer que vive en Mindelo y un matrimonio que reside en Santo Antao. No tienen conocimiento de algún argentino que permanezca varado en Cabo Verde. Las sospechas apuntan a la residencia esporádica de Iván y lo que escribió en su declaración jurada.
Su proyecto, que lo llevó a contactarse con cientos de expatriados y trabajadores nómades y por el que se metió en montes, selvas, ríos y aldeas inhóspitas en el rastro de operadores turísticos, continuó por África continental. Tuvo que solicitar un permiso especial en la embajada de Senegal de la capital caboverdiana. “Me cuestionaron por qué estaba yendo, les conté que tenía una empresas y lo que quería hacer y me emitieron una autorización especial. Pude ir. En el vuelo estaban todos residentes locales y yo. Era el único extranjero en el avión”, relató.
Veinte días en Senegal: primero Dakar, la capital, después Casamance, una provincia al sur del país. En Dakar los comercios cerraban a las ocho de la noche; en Casamance no cerraban nunca. “Aún con las actividades paradas, encontré mucha gente dispuesta. Si bien a muchos no pude contactar porque sencillamente no estaban, los que encontré se mostraron súper interesados en formar parte de mi cartera”. Dijo que “fue la época correcta para hacer este viaje”: hacía referencia a su propósito laboral.
Conserva, en cambio, una opinión diametralmente opuesta en relación al turismo. “Ser turista hoy es complicado porque sos el único: no hay oferta de vuelos, no hay servicios, no hay transportes. Es riesgoso, la gente no está esperando turistas y hasta les tiene miedo. Cuando me veían, todos se subían el barbijo. Llegó el que trae el COVID, pensaban. En muchos lados te reciben así. Los transportes están casi todos cortados. Muchos restaurantes cerrados. La gente no está de mejor humor”.
Desde Casamance viajó hasta Shibori en un Peugeot 504 rural de la década del setenta que había alquilado en la calle. Negoció el precio y lo llevaron. Atravesó la frontera entre Senegal y Gambia caminando. Nadie ingresa por ahí: es un cruce que utilizan los locales y los turistas en épocas prolíficas. “Era el único blanco que habían visto en los últimos treinta días: te preguntan más, te revisan más y te piden más cosas porque desconfían”, reconoció.
En Gambia estuvo una semana: valoró la belleza de sus playas y la gratuidad del test. Aprovechó los precios de los hoteles y se hospedó en un Resort: “Me di un gustito”, aclaró. Contó que era el único huésped en un hotel de ochenta habitaciones. “En África era imposible seguir porque estaban todos los vuelos cancelados y porque es complicado saber cuánto tardan en hacerte los análisis que necesitás después para viajar. No podés programar los vuelos”. Su ruta siguió por Grecia, un destino que quería incluir en su portfolio de productos.
Se hizo tres análisis en 48 horas: en Gambia para emigrar, en el aeropuerto de París para hacer escala en Holanda y en el aeropuerto de Atenas para ingresar a Atenas. En su excursión por Europa y África debió someterse a más de quince test, de todo tipo: serológico, PCR, antígeno, de sangre, nasofaríngeo. Hubo veces en los que temió que el resultado sea positivo por principio y esbozos de síntomas. Toca madera: todos les dieron negativo.
En Grecia encontró más restricciones de las que creía: “Todos los restaurantes estaban cerrados, solo take away. Si sos turista tenés que llevar una hoja firmada con la hora en la que saliste y con el argumento de para qué saliste. Si encuentran alguna irregularidad, te multan con 400 euros. Era muy aburrido todo. Los operadores no estaban trabajando”.
En Flórina, Grecia, estaba nevando. “Vine de África donde hacía 40 grados a la nieve con el mismo equipaje”, comparó. Cruzó a Albania y por primera vez no le pidieron un resultado negativo para entrar al país. Estuvo quince días hasta ingresar hace cuatro días en Macedonia del Norte, donde ya son las 14:30 y el cielo de la tarde sigue celeste. Desde Orhin sabe que va a regresar a Portugal en una semana porque adeuda reuniones de su proyecto cooperativo.
Lo que pasará después es una incógnita: “No sé qué voy a hacer. No soy definitivo en nada. Estoy abierto a todas las posibilidades”. Se cree un argentino varado. “Viajé hice por opción pero hoy me siento lejos: si mañana quiero ir no puedo hacerlo. Uno se siente más lejos que de costumbre, más aislado, más separado de mi país. Si quiero volver, tengo que planificarlo con mucho tiempo”.
Sabía a lo que se enfrentaba. Viajar era un riesgo. Pero por primera vez en catorce años se sentía preparado para iniciar su proyecto. “Tuve varios trabajos pero siempre la cabeza me pedía un click. Quería hacerlo y nunca había podido. Se me dio ahora con el covid parando todo. Sé que era un momento de mierda para hacerlo. ‘Es ahora o nunca’, me decía”. Fue ahora.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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