
Si fuera religioso, querría escribir como Thomas Browne.
Si no fuera religioso también querría escribir como Thomas Browne.
Arturo Serna
Se podría pensar en una curiosa tradición: la de autores de libros, obras de arte o filosofías inventadas, piezas imaginarias creadas por demiurgos procaces y potentes. En la lista rápida aparecen, sin duda, autores como Borges (“Tlön Uqbar Orbis Tertius”), Escher (y sus grabados geométricos y disruptivos), Roberto Bolaño (La literatura nazi en América), Stanislaw Lem (Magnitud imaginaria: Biblioteca del Siglo XXI), Juan Rodolfo Wilcock (La sinagoga de los iconoclastas), Erik Satie (Gymnopediés), Archimboldo (sus retratos enloquecidos y provocadores) y Arturo Serna (Esmerada autobiografía). Estos fabuladores han inventado autores, han fabulado nombres de libros, han propuesto teorías disparatadas, han creado piezas únicas y delirantes.
El precursor de todos ellos es un autor inglés que nació en Londres y que murió en Norwich. No sé si quiso inventar un género o un subgénero pero lo cierto es que, después de él, vinieron los escritores mencionados e hicieron del gesto iniciático y erudito de Thomas Browne un cúmulo de aciertos humorísticos y de invenciones disparatadas.
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Browne escribió una obra vasta y singular. Borges lo admiró hasta el hartazgo y las razones son evidentes o fáciles de adivinar. Browne poseía una capacidad alucinatoria, una inventiva extraordinaria y un sentido filosófico que se cruzaba con la imaginación, tal como ocurre en la obra de la filósofa Margaret Cavendish.

La religión de un médico
En las obras de Browne se mezclan varios saberes. El autor estudió medicina, filosofía y combinó esas disciplinas en sus diversos opúsculos y obras. En Religio medici, el propósito de Browne es exponer su credo, pero lo hace a partir de la conjunción de citas bíblicas, indagación filosófica, estudios médicos y creencias personales. Erudito como pocos, Browne indaga en los artículos de su fe a partir de una biblioteca frondosa y exquisita. En el libro confluyen citas del Antiguo Testamento con referencias a filósofos, médicos y místicos. Browne es ingenioso como casi nadie y desliza sus ideas disparatadas con la serenidad de un estoico y con la honestidad de un teólogo.
La capacidad de Browne para imaginar soluciones posibles a asuntos imposibles atraviesa toda su obra y el ingenio preside, de alguna manera, desde los capítulos más ligados a la religión hasta los temas más profanos. Thomas Browne indagó en problemas de los más dispares y no tuvo reparos con nadie, ni siquiera con él mismo. Escribió: “Señor, defiéndeme de mí mismo”.
Cosmopolita, inquieto, curioso, Browne ha reflexionado sobre conflictos íntimos, personales y universales. Su curiosidad parecía no tener fronteras, y si uno ausculta las páginas de sus libros, encuentra ideas curiosas y elaboradas: “…no soy una planta que no prospera fuera de un jardín. Todos los lugares, todos los aires son para mí un solo país; estando en Inglaterra, estoy en cualquier parte y bajo cualquier meridiano; he naufragado y, sin embargo, no soy enemigo del mar o los vientos, soy capaz de estudiar, jugar o dormir durante una tempestad.”
Sobre la relación entre el hombre, Dios y la eternidad anotó: “Mi filosofía no se atreve a afirmar que los ángeles puedan discernir la eternidad, no ha hecho Dios criatura capaz de comprenderla, es este el privilegio de su naturaleza.”
Para Browne la naturaleza es el arte de Dios. Y el arte es la creación del hombre. Como Dios ha creado al hombre, el arte es un doble artificio: “El arte es el perfeccionamiento de la naturaleza; si hoy el mundo fuese como lo fue el sexto día, habría un caos; la naturaleza ha construido un mundo y el arte otro. En resumen, todas las cosas son artificios, ya que la naturaleza es al arte de Dios.”
El autor pensó que sólo una cosa en el universo podía subsistir (“combatir las dentelladas del tiempo”) y esa cosa es la Biblia. Pero después dice que cuando todo arda (“el fuego universal”) todo se volverá ceniza. La imagen de la ceniza es potente y poética: “Así como los hombres, también sus obras tienen edad y, aun cuando sobrevivan a sus autores, subsisten sin embargo un periodo limitado. Solamente ésta (La Biblia) es una obra resistente a las dentelladas del tiempo y no puede sucumbir sino en el fuego universal cuando todas las cosas se volverán cenizas”.
Browne consideró que se deben quemar los libros inútiles que solo aumentan el papel y los obstáculos. Deberíamos aspirar a tener unos pocos y doctos libros que condensen el saber. Es mejor tener pocos libros que concentren el saber y no muchos que acumulen y dilapiden el tiempo y el papel. No es necesario publicar tantos libros. El autor propone abocarse a los libros esenciales. Basta con leer la Biblia. Ahí está todo. ¿Para qué mantener a imprentas y tipógrafos?
Browne creyó que el hombre existe antes de que nazca, ya que Dios lo crea desde que lo tiene en su mente. Por tanto, cada individuo es todos lo que siguen y todos los que han sido. Una eternidad subsiste en cada individuo y en cada cosa creada por Dios: “Antes de que Abraham existiese, yo soy” es la palabra de Cristo. Más en cierto sentido, es verdad si lo digo de mí mismo, pues yo era, no solo antes de mí mismo, sino de Adán, es decir, en la idea de Dios y el decreto de aquel sínodo que continúa durante toda la eternidad. Y en este sentido, yo digo que el mundo existía antes de la creación y llegaba a su fin antes de tener un comienzo; y así estaba yo muerto antes de estar vivo, aunque mi tumba sea Inglaterra, el sitio de mi muerte fue el paraíso y Eva me abortó antes de concebir a Caín”. En acuerdo con esta filosofía del pasado que permanece y del futuro que preexiste en el pasado, Browne escribió acerca de la existencia de un espíritu que renace permanentemente: “…cada hombre no es solo sí mismo; ha habido muchos Diógenes, así como muchos Timones, aunque pocos de este nombre; cada hombre es vivido reiteradamente, el mundo es ahora como era en épocas pasadas, ninguno había en aquel tiempo, pero desde entonces ha habido alguno que se le parece como si fuera su propio ser renacido”.

Musaeum Clausum o Bibliotheca Abscondita
Antes que Lem, Borges y Bolaño, Browne inventó libros inexistentes: la literatura se anuncia –y se crea– a partir de libros inventados. El arte de Browne surge como una ficción a partir de la invención de ficciones. El volumen Museum Clausum o Bibliotheca Abscondita (con traducción de María Negroni y publicado por InterZona) anuncia, desde el título, que se trata de un pequeño museo de objetos raros, de libros, obras de arte y cosas que han desaparecido o que han sido escondidos.
A ciencia cierta, después de leer el librito, advertimos que fueron creados o imaginados por un demiurgo ejemplar. En una de las anotaciones leemos: “Un relato pormenorizado de la biografía de Avicena, confirmando que la causa de su muerte se debió a la aplicación de nueve enemas durante un ataque de cólicos”.
En este caso, podríamos leer esta sinopsis de libro como un anticipo de las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob. Y en esta línea es fácil llegar a Borges y a los sucesores de Schwob y Borges, entre ellos Javier Marías, Luis Chitarroni, Tomás Eloy Martínez y Jean Echenoz. En otro texto anuncia: “Un fragmento de Piteas, el antiguo viajero de Marsella; del que no sospechamos que sea espurio porque, en las religiones septentrionales de Estrabón, encontramos citado ese pasaje de Piteas, donde se afirma que todo el aire que se respira más allá de Thule, es denso, condensado y gélido, y tiene exactamente la forma de los animales llamados pulmones marinos”.
El autor establece una cadena deductiva a partir de un detalle microscópico. Supone que el libro (inventado) es real porque coincide con una pieza no creada según la imaginación. De este modo, Browne introduce la realidad en la ficción, y no al revés.
En el número 13, cita otro libro inexistente pero posible: la Geografía de Marco Tulio Cicerón. Lo curioso es que este fragmento le sirve a Browne para calificar y justipreciar las obras buenas y malas del autor romano. Es decir, la invención es un medio para la crítica literaria. En otro fragmento, Browne imagina una sucesión de volúmenes que crean una historia o una serie que aluden a un número preciado: el infinito aunque no sea el infinito: “…Mazapha Einock, o la profecía de Enoch en ocho mil volúmenes que, según dijo el erudito viajero oriental Gilles de Loches a Nicolas-Claude Piresc, él había encontrado en una vieja biblioteca de Alejandría.
Browne inventa una colección de ocho mil libros. Qué pueden contener esos volúmenes. El lector está tentado de pensar que esa vasta biblioteca (como diría Borges) aspira a la condición de infinito. ¿El universo estaba contenido en esos anaqueles de la vieja biblioteca de Alejandría? Así parece. Y nos hace pensar que el incendio no solo implicó una pérdida sino la desaparición de tesoros que solo existieron en Alejandría.
Por otra parte, lo primero que llama la atención en los fragmentos sobre pinturas es que el procedimiento parece ser la inversión de la écfrasis. Es decir, los textos no describen una pintura sino que inventan la pintura a partir de una écfrasis inexistente o del relato en el que se originó la pintura. En este sentido, los textos aluden menos a pinturas que a las narraciones previas a las obras. Por ejemplo en este texto: “…Junto con un vivaz dibujo de Colapesce, el famoso nadador siciliano, en el momento de sumergirse en los abismos y rocas quebradas cerca de Caribdis, para recuperar la copa de oro, que Federico II, rey de Sicilia, había arrojado deliberadamente a ese mar”.
En otro texto se puede leer un procedimiento similar: “Otra pieza que describe la enorme piedra que cayó de las nubes sobre Egospótamos o río de las cabras en Grecia, que Anaxágoras predijo con una anticipación de seis meses, según se creía en la Antigüedad.”
En la última sección del pequeño volumen, el autor dispara con objetos maravillosos o antigüedades fantásticas. Las piezas, inhallables o encontradas solo en la mente de un creador, representan ese mundo entre onírico y delirante que inventó Browne: “Un enorme huevo de avestruz, donde está representada con precisión la famosa batalla de Alcázar, en la cual tres reyes perdieron la vida.”

Hipótesis
En la propuesta de Thomas Browne, el autor y el lector juegan; el autor juega e inventa una biblioteca escondida, una serie variada hecha de objetos insólitos, inhallables y a la vez posibles. Los textos son, al mismo tiempo, pura creación, reflejos de sueños, recuerdos inconclusos, inventos, burlas. Al autor le parece divertida la burla literaria e, incluso, cree que produce humor con ese juego entre el delirio y la invención.
Propongo una hipótesis. Browne creó un libro demencial: un libro como un aleph que puede crecer con el tiempo. Los lectores jugamos con la idea plasmada por Thomas Browne y podemos imaginar los sucesores de esos objetos, libros y obras de arte. En este juego, la invención es infinita, como el sueño de los hombres, como las combinaciones de las aguas en los océanos, como el tiempo de los cadáveres.
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