La narradora de Arroyo, la primera novela de la actriz y docente Susana Pampín, dice que trata de vivir el momento y registrarlo a la vez y en esa declaración se puede encontrar una clave de lectura de su tiempo vivido en el Tigre, donde el clima, los animales, las flores y los rincones de las casas construyen una paleta de colores que potencian la dimensión poética del lenguaje.
Actriz de películas como Silvia Prieto, Tan de repente, Nadar solo o La muerte no existe y el amor tampoco y de obras de teatro como El tiempo todo entero, Tarascones o El precio de un brazo derecho, entre muchas otras, Pampín define este libro publicado por editorial Marciana como un “diario novelado” o una “novela hecha de diarios”.
“Quiero dolerlo todo, a ese dolor; que el cuerpo lo reciba y ya. Sé que después vendrá el alivio, o quizás no, pero sí sé que al dolor -al duelo- no voy a poder -ni querer- saltearlo así nomás”, dice esa mujer que va a la isla, entre otras cosas, a duelar.
Entre rituales, conversaciones, paseos y lecturas, la protagonista de Arroyo pasa días de distintos períodos de su vida en el Tigre. Habita casas que alquila y va descubriendo de a poco, como si la acompañaran también a resignificar su relación con el río: “El agua está alta. Cargo el bidón y la bolsa de leña hasta la casa, haciendo equilibrio sobre los charcos que se van ensanchando; acá hay que estar cuerpo a cuerpo con el río”, registra.
Los libros que trae de su casa de la ciudad, los que tiene planeado prestar o los que le regalaron pueblan las páginas de la novela y hacen que cobren voz la poeta Diana Bellesi (“Leo a Bellesi y escribo, no puedo evitarlo”), Juan L. Ortiz (“Vuelvo a Juanele. Tanta vida”) o Haroldo Conti (“Terminé de releer Sudeste. Qué triste me quedo siempre al final de un libro”).
Docente en actuación en la Universidad de las Artes (UNA) y autora del libro de cuentos La nieve y el de poemas Viento de playa en una terraza, Pampín (San Antonio de Padua, 1964) plantea en este intercambio que quiso contar ese “universo verde y húmedo, ese microcosmos semi escondido, aislado, literalmente” como es el Tigre y “dar fe de esa naturaleza, conocerla, intensificar la experiencia mediante la escritura”.
-La narradora dice en un momento que vive el movimiento y lo registra a la vez. ¿Cómo fuiste construyendo ese tono? Por momentos parecen entradas de diario, pero también hay una dimensión de la oralidad que le da mucha frescura al universo que rodea a esa protagonista.
-El tono se fue construyendo de una manera bastante orgánica porque el libro no empezó como novela, empezó como diario de viaje. Es un diario novelado, o una novela hecha con diarios, que por un lado tenían la intención de registrar el momento y vivirlo a la vez y también la de darle forma a cierta cosa poética, me doy cuenta ahora. En cuanto a la oralidad, creo que tiene que ver con cierta “oreja”, diría (Mauricio) Kartún, que la actuación me ayudó a desarrollar. Hebe Uhart también habla de eso. El escuchar cómo se habla, cómo se dice lo que se dice.
-Los colores de las aves, la descripción de los cambios de climas o la variedad de plantas van conformando un mundo que parece casi una pintura. ¿La escritura fue en el Delta, en la isla?
-La mayor parte del texto fue escrita in situ, “ao vivo”, por así decir. La primera parte más como un diario y la segunda con más conciencia de hacia donde iba, de una posible estructura. La forma final la trabajé durante la pandemia.
-Si bien hay distintas casas: las que alquila, las de los vecinos, la verdadera casa de esta mujer parece ser la isla, ni siquiera la propia, la que deja o a la que debe ir en Buenos Aires son un terreno propio para ella. ¿Qué te interesaba contar de ese universo, de ese lugar cercano al río?
-Me gusta que la verdadera casa parece ser la isla. Creo que lo que quiero contar es precisamente eso, ese universo verde y húmedo, ese microcosmos semi escondido, aislado, literalmente. Registrarlo, dar fe de esa naturaleza, conocerla, intensificar la experiencia mediante la escritura. Y también tratar de contagiarla, de hacerle hacer el viaje al lector, supongo, que es una de las cosas que a mí me gusta cuando leo.
-Hay muchas lecturas referenciadas, libros ofrecidos, prestados, regalados. El libro está dedicado a Rosario Bléfari y hay mucho de su tono, de su forma de narrar en Arroyo, ¿qué lecturas te acompañaron y determinaron en el proceso de escritura?
-El tono de Rosario es inevitable. Nos veníamos “tallereando” recíprocamente mis cuentos y sus Poemas en prosa, dos libros que nos publicó Belleza y Felicidad allá por el 2000. Ella fue la primera que leyó en el año 2004 -cuando todavía era un Diario- lo que ahora es el primer capítulo, y me impulsó a mostrarlo y leerlo. Básicamente las lecturas que me acompañaron son las que están nombradas en el libro: Sudeste, de Conti; Walden, de Thoreau; Hebe Uhart, Clarice Lispector, Juan L Ortiz, Diana Bellessi, la Guía de aves, de Narosky, algunos que tenían que ver directamente con el Tigre (Sarmiento, Sastre) y un montón más. Los mismos Poemas en prosa, de Rosario, leídos varios años antes, seguramente siguieron ejerciendo su influjo.
-Los varones hablan pero no dicen mucho. En cambio las palabras de las mujeres son las que ofrecen relecturas de las situaciones: los duelos, las separaciones, las peleas. ¿Coincidís?
-Creo que el hecho de que las mujeres tengan más presencia tiene que ver con lo que me iba sucediendo a mí y a la escritura, que se dejaba llevar por ellas, fueran reales o ficticias.
-Se trata de tu primera novela, ¿pensaste esta historia como tal o tuvo inicio de cuento?
-En realidad empezó, como te decía, como diario de viaje, y termina como novela. El primer capítulo fue originalmente un diario del primer viaje al Tigre que hice por mi cuenta, en el 2003, en medio de una situación de cambio en mi vida. Ese primer texto se lo pasé a Rosario, que me impulsó a compartirlo. Lo leí alguna que otra vez, quedó olvidado, y en 2015 me invitaron a leer unos fragmentos en la presentación de la revista Campotraviesa. Ahí estaba Denis Fernández, que estaba abriendo una nueva editorial, y me pidió el texto para publicarlo, alargándolo un poco. Entonces recuperé textos de todos los otros diarios (mientras tanto, durante todos esos años, yo había seguido yendo al Tigre cada vez que podía), y el libro como tal empezó a tomar forma.
Por eso es un poco también un libro que registra la confección de ese libro, cómo se fue escribiendo esa novela. Me acuerdo que hace añares había disfrutado mucho el procedimiento del cuento “Nota al pie” de Rodolfo Walsh, y cuando vi cómo, en mi texto, iban creciendo e independizándose ciertos personajes, intenté ir hacia ese lado.
-En Arroyo hay un peso muy medido de las palabras muy cercano la poesía, un género que trabajaste, ¿cómo influye ese interés al momento de sentarte a escribir?
-Lo poético, o la percepción poética, es una capacidad que tenemos todas las personas, algunas la desarrollan más que otras. Para mí no es algo que me imponga como forma, sino que esa forma se produce así por propio impulso. Después la trabajo, en la medida de mis posibilidades.
-Sos actriz, docente. ¿En qué proyectos estás trabajando en este momento?
-Dar clases de actuación en la UNA (Universidad de las Artes) es un presente continuo siempre feliz, más ahora que empezamos a volver a la presencialidad. Como actriz, por ahora no volví a hacer teatro, aunque sí alguna participación en la película 1985 y la serie El jardín de bronce.
-¿Y la escritura?
-Tengo unos cuentos nuevos a los que les doy alguna vuelta cada tanto, y una idea de novela que seguramente tarde muchos años en concretarse. También empecé a dar, muy recientemente (y a través de Justicia Restaurativa Argentina, una ONG en la que soy voluntaria) un taller de escritura en una cárcel de mujeres.
Fuente: Télam
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