Kfar Aza (Israel), 7 nov (EFE).- Un mes después del ataque lanzado por Hamás contra Israel en el kibutz Kfar Aza reina el silencio, el dolor y la destrucción, rotos únicamente por el trinar de algunos pájaros y los rítmicos cañonazos de la artillería de Israel contra la cercana Franja de Gaza.
El 7 octubre, más de 100 habitantes de esta comunidad, situada a unos tres kilómetros de Gaza, murieron a manos de militantes de Hamás, que ese día mataron a más de 1.400 israelíes y secuestraron a más de 240, en la mayor agresión cometida por este grupo contra Israel.
En la zona más afectada del Kfar Aza, conocida por ser “el barrio de los jóvenes”, que vivían en pequeñas casas adosadas de un solo dormitorio, el portavoz del Ejército Doron Spielman cuenta a Efe que todo empezó en torno a las 6.30 de la mañana de ese 7 de octubre, festivo en Israel por ser shabat y el último día de vacaciones de sukot.
Algunos vecinos vieron primero a combatientes que llegaban por el cielo con parapentes con motor sin explicarse de qué se podía tratar, después se escucharon las explosiones que alertaron a todos los habitantes de este kibutz de poco más de mil vecinos.
Un asalto por tres puntos diferentes
Spielman explica que los militantes de Hamás, tras romper el muro de la línea divisoria con Israel, recorrieron en pickups y motocicletas los 3.000 metros que separan la visible Franja de Gaza de Kfar Aza y rompieron la barrera perimetral de seguridad por tres puntos, uno de ellos visible a una cincuentena de metros del barrio más castigado de esta localidad.
“La gran mayoría de los habitantes de esta calle fueron asesinados”, sentencia Spielman.
El hueco abierto aquel día en la valla ha sido remedando con alambre de espino y, frente él, se encuentra ahora apostado un puñado de militares pertrechados con una metralleta y parapetados tras un muro para evitar una eventual nueva incursión.
Muy cerca, todavía se ven muchos coches destrozados y motocicletas, algunas utilizadas por los asaltantes, según el portavoz militar.
Las pequeñas viviendas están destrozadas, algunas partes calcinadas y en otras todavía quedan restos de sangre del asalto.
En su interior, por el suelo, continúan esparcidas las pertenencias de sus difuntos moradores, recordando el trágico momento, cuyas consecuencias amenazan con cambiar las geopolítica en Oriente Medio, después de que Israel respondiera al ataque, declarando la guerra contra Hamás y lanzando una ofensiva que ha causado más de 10.000 muertos palestinos y cerca de 25.000 heridos.
Y apenas a diez metros de tanta destrucción, subiendo una leve cuesta, una casa aparece intacta con persianas bajadas y puertas cerradas: los hombres armados de Hamás pasaron de largo.
Volviendo al kibutz un mes después del ataque
Shahar, de 25 años y estudiante de trabajo social en Te Aviv, se encontraba esa mañana en el kibutz para visitar a sus padres coincidiendo con las fiestas judías.
Cuenta que las explosiones lo despertaron y que se escondió con su padre y con su madre en el refugio de su casa, desde donde oyeron a los milicianos intentando, sin éxito, abrir la puerta.
“Es muy duro recordarlo, volver aquí, verlo todo destruido”, rememora con EFE Shahar, con los ojos enrojecidos, antes de asegurar que es la primera vez que regresa al kibutz desde el 7 de octubre, para recoger cosas de la casa y llevárselas a sus padres, que han sido evacuados a una localidad del centro de Israel mientras la guerra sigue activa.
No oculta que se sintió “como si fuera un día del holocausto”, pero asegura que no tiene ansias de venganza, aunque sí que siente triste por lo que le pasó a sus amigos y a su comunidad.
Jorge Fuentelsaz
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