YAKUTSK, Rusia — El asistente de laboratorio abrió el congelador y sacó un objeto del tamaño de un balón de fútbol que estaba metido en una bolsa de plástico hecha jirones, le quitó su cubierta lodosa y lo colocó sobre una mesa de madera. Se trataba de la cabeza de un lobo.
Este animal, con su pelaje jaspeado y mostrando los dientes, mantuvo su ceño fruncido durante unos 32.000 años porque fue preservado en el permafrost a 20 metros bajo la superficie de Sajá, al noreste de Siberia.
Como el Ártico, que incluye gran parte de Siberia, se está calentando al menos al doble de velocidad que el resto del mundo, el permafrost —la tierra permanentemente congelada— está derritiéndose. Curiosidades como la cabeza del lobo han sido halladas con mayor frecuencia en un lugar que ya es famoso por albergar mamuts lanudos congelados.
El derretimiento del permafrost —junto con otras alteraciones desencadenadas por el calentamiento global— está cambiando la vida en esta lejana región que también es conocida como el Reino del Invierno. Es uno de los lugares habitados más fríos y además es enorme; si fuera independiente, Sajá sería el octavo país más grande del mundo.
La pérdida del permafrost deforma el paisaje y derriba casas y graneros. Los patrones de migración de los animales que durante siglos se han cazado en esta región han cambiado, y las fuertes inundaciones ocasionan destrozos casi todas las primaveras.
El agua, que deslava los caminos rústicos y saca a los cadáveres de sus tumbas, amenaza a poblaciones enteras con inundaciones permanentes. Las olas erosionan la franja costera menos congelada del Ártico.
Los pueblos indígenas se encuentran más amenazados que nunca y los residentes se enfrentan a la naturaleza constantemente, lo que hace que se sientan aturdidos, desconcertados, desamparados, deprimidos y enojados.
“Todo está cambiando, la gente intenta adaptarse”, comentó Afanasiy V. Kudrin, un agricultor de 63 años de Nalimsk, una aldea de 525 habitantes en el círculo polar ártico. “Necesitamos que regrese el frío, pero solo hace más y más calor”.
El cambio climático es un fenómeno global pero sus efectos son especialmente graves en Rusia, donde el permafrost cubre unas dos terceras partes del país hasta profundidades que llegan a casi un kilómetro y medio.
“La gente no asimila la magnitud de este cambio, y nuestro gobierno ni siquiera piensa en ello”, señaló Alexander N. Fedorov, subdirector del Melnikov Permafrost Institute, un centro de investigación con sede en Yakutsk, la capital de la región.
En Sajá, que comprende casi el 20 por ciento de Rusia, las distancias son enormes y el transporte imprevisible. La población es un poco menor a un millón de habitantes. Los habitantes originarios bromean con que cada residente debería tener un lago.
Los 33 distritos de Sajá son del tamaño de algunos países. En el lejano noreste, el distrito de Srednekolimsk, que se encuentra en el círculo polar ártico, es un poco más pequeño que Grecia. Solo 8000 residentes viven en diez aldeas, incluyendo 3500 que viven en la capital también llamada Srednekolimsk.
En Srednekolimsk, el verano transcurría desde el 1 de junio hasta el 1 de septiembre, pero ahora se extiende un par de semanas antes y después. Los forasteros quizás no noten que en enero el termómetro llega a 45 grados Celsius bajo cero, y no a 60 grados Celsius bajo cero. Los residentes dicen que 45 grados es “fresquito”.
Siguiendo el patrón regional, la temperatura promedio anual en Yakutsk ha aumentado 2,5 grados, de 10 grados Celsius bajo cero a 7,5 grados Celsius bajo cero durante varias décadas, afirmó Fedorov, del Melnikov Permafrost Institute.
Los inviernos más calientes y los veranos más largos están derritiendo la tierra congelada que cubre el 90 por ciento de Sajá. La capa superior que se derrite en el verano y se congela en el invierno puede bajar hasta tres metros cuando el máximo era poco menos de un metro.
Los acantilados en erosión sobre los bancos de los ríos dejan expuestas otras zonas —como esa donde apareció la cabeza del lobo— que durante mucho tiempo estuvieron enterradas a una gran profundidad.
El derretimiento del permafrost y el aumento de las precipitaciones han hecho que la tierra esté más mojada. La nieve y la lluvia generan un círculo vicioso y forman una capa aislante que acelera el deshielo subterráneo.
El agua que se acumula detrás de los témpanos de hielo ahora provoca inundaciones devastadoras prácticamente todos los meses de mayo.
En general, los patos turpan negros llegaban durante la primera semana de junio. Este año, las aves migratorias empezaron a llegar el 1 de mayo. Hubo menos turpan y, de pronto, aparecieron gansos, algo nuevo en la región.
En otras partes, las rutas de la migración de los venados salvajes han cambiado, mientras que insectos y plantas poco conocidas ahora habitan los bosques.
Nalimsk, dieciocho kilómetros al norte de Srednekolimsk, se ha inundado durante cinco años consecutivos. Los cazadores solían almacenar pescado y los animales que cazaban en una cueva de siete metros de profundidad cavada en el permafrost, una especie de congelador natural. Ahora sus paredes gotean agua y la carne se echa a perder.
Más hacia el norte, los residentes se rehúsan a abandonar sus aldeas anegadas frente al río por el temor de perder acceso al pescado blanco, que constituye su dieta básica.
El pueblo de Beryozovka se ha inundado prácticamente cada primavera durante una década; sus 300 residentes tienen que transportarse en bote durante varias semanas para hacer diligencias como comprar el pan. Finalmente han aceptado un proyecto de cinco años para trasladar el pueblo 800 metros colina arriba.
En ese distrito, Beryozovka tiene la única concentración de evens, una de las tribus indígenas que están desapareciendo.
“En algún momento, hablaron de abandonar la aldea, pero la gente no quería irse”, afirmó Octyabrina R. Novoseltseva, presidenta de la Asociación de Pueblos Indígenas del Norte en la región de Srednekolimsk. “Perderían todo, la cultura desaparecería”.
El gobierno de Moscú es un concepto abstracto. Alaska está más cerca. Los pobladores de Sajá lamentan haber confiado en sus propios recursos para adaptarse al cambio climático.
El gobierno tampoco puede hacer mucho respecto de los problemas ambientales, incluyendo los incendios forestales que se originan en los millones de hectáreas de bosques remotos en todo Sajá y el resto de Siberia. Llegar a ellos es demasiado costoso.
La pérdida del permafrost también afecta a la capital, Yakutsk. Según su alcaldesa, Sardana Avksentieva, el hundimiento del suelo ha dañado unos mil edificios, mientras que las carreteras y las aceras necesitan reparaciones constantes.
Conforme el permafrost se derrite en Sajá, parte de la tierra se hunde y transforma el terreno en un campo de pequeñas colinas y cráteres llamado termokarst. Incluso puede hundirse más y formar pantanos y, posteriormente, lagos. Desde el aire, el termokarst da la impresión de que verrugas gigantescas están invadiendo la tierra. Esta situación hace que sea imposible arar o pastar en lo que antes eran terrenos planos.
Nikolai S. Makarkov, de 62 años, está construyendo una casa nueva. Se cansó de refaccionar su antiguo hogar que se hundió en cuatro ocasiones. Las puertas no se abrían, el agua se filtró por debajo pudriendo los suelos y luego se congeló durante el invierno, lo que enfrió el interior de la vivienda.
Hace años, el camino del pueblo era recto, con cabañas de madera y establos de vacas. Ahora, el sendero lodoso con baches que serpentea entre las pequeñas colinas no parece un camino. Las casas abandonadas se inclinan en ángulos extraños.
“Parece como si hubiera pasado una guerra”, comentó Makarkov, cuya nueva casa se eleva por encima del suelo con pilotes clavados a cinco metros de profundidad, donde todavía hay permafrost. “Pronto ya no habrá ningún terreno plano en este pueblo. Solo me quedan 30 o 40 años de vida, así que espero que mi nueva casa dure todo ese tiempo”.
*Copyright: c.2019 The New York Times Company
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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