Y ahora resulta que, porque le sale de las narices, porque la vida pasa factura, que es verdad, porque no quiere que lo destierre de los escenarios una pandemia, porque quiere despedirse en persona, el gusto fue nuestro, Joan Manuel Serrat ha decidido decir adiós para siempre con una gira por los países en los que amó la vida, y la vida tomó café con él, que incluye la Argentina en la que no habrá plateas suficiente pare decirle gracias.
Y nos vamos a quedar todos solos, como Penélope, sentaditos en la estación, con nuestro abrigo de piel marrón en espera del milagro del retorno. Todos los que aprendimos una miqueta del catalá porque Serrat cantó en ese idioma suyo y nuestro a nuestras tías solteras, las que no tuvieron más hijos que los hijos de sus hermanos; todos los que fuimos acunados por su voz en las noches de nuestro amor primero; todos los que supimos que entre esos tipos y nosotros había algo personal, nos vamos a quedar transidos y sin consuelo porque ya nadie nos va a insistir en que no hay caminos, sino estelas en la mar.
A estas alturas, un artista popular debería saber que no hay retiro posible, porque lo que es y representa ya no le pertenece, es del pueblo al que le cantó y por el que dio la cara. Serrat fue la voz de cuando estuvimos callados. En enero de 1976 pasó fugaz por Buenos Aire, fugaz y casi en secreto, para decirle a su representante que no volvería en marzo a estrenar “Para piel de manzana” porque su vida corría peligro. Y su vida corría tanto peligro que un par de periodistas lo acompañamos hasta Ezeiza, para hacer número, para evitar que le ajustaran las cuentas en ese camino donde aparecía gente asesinada todos los días. Y más peligro hubiese corrido en marzo, ya con los centuriones en el poder.
Ya avanzado 1983 decidió volver para cantarnos. En el avión que lo traía a Buenos Aires desde Río de Janeiro, le dijo a un periodista que cubría su regreso que no volvía para ganar dinero, que volvía por cojones, para cantar “antes de que se vayan estos tipos”. Y, cuando en escena evocó a Miguel Hernández, la gente comprendió que para la libertad habíamos sangrado, luchado y pervivíamos bajo miles de encendedores que, en la época, iluminaban el fuego.
Al entrar en territorio argentino, el comandante de aquel vuelo de Aerolíneas le dio la bienvenida por el interfono, y todo el avión se paró para aplaudirlo. Esas cosas, y tantas otras, provocó el Nano con sus versos, su guitarra y su voz forjada, como una espada, en el yunque de la calle. Y ahora, el tipo que dice que de vez en cuando la vida toma nuestro paso, nos va a dejar a todos chupando un palo, sentaditos sobre una calabaza.
Nano, esas cosas no se hacen.
Su poesía transformó en himno las coplas más simples de la mal llamada música popular, que es música clásica a destiempo, y cobijó siempre a los perseguidos para denostar a los perseguidores: a ver si dejamos de llorar, que nos han “declarao” la guerra. “Mediterráneo” es un himno; “Lucía” es un himno; “Paraules d’amor”, es otro, teníamos quince años; y son otros himnos “Aquellas pequeñas cosas”, y “Fiesta”, y “De cartón piedra”, ese elogio a la locura que ni Proust imaginó.
Hagan sus apuestas. Y apuesten también, si pueden, quién va a venir ahora con nuevos himnos a decirnos, como Hernández, que tenemos que hablar de tantas cosas, compañero del alma.
Para quienes no lo sepan, o lo hayan olvidado, fue Serrat quien nos redescubrió a Antonio Machado, siguiendo la ruta que había abierto Alberto Cortéz, y quien rescató de su cárcel eterna al Hernández que le rogaba al hijo “no te derrumbes, no sepas lo que pasa, ni lo que ocurre”. Y fue Serrat quien abrazó a Mario Benedetti para decirle al mundo que el Sur también existe.
No sé adónde vamos a encontrar un aliado igual. Y tampoco sabemos qué vamos a hacer sin un aliado semejante.
Y el tipo cree que con un par de recitales en los que no vamos a caber todos, puede bajar la persiana de una vida dedicada al arte, a la música, a la poesía, al amor, a la libertad, y, lo que es peor, cree que vamos a aceptar que el telón baje como si hubiese en el futuro más funciones. No, vamos a pedir otra, y otra más, y una más y no jodemos más, como hicimos tantas veces en sus recitales.
El arte no cuelga los botines.
Serrat, niño, deja ya de joder con el retiro.
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