San Martín, primus inter pares

Acto de declaración de la Independencia del Perú

Acto de declaración de la Independencia del Perú

Desde fines del siglo XIX, José Francisco de San Martín preside el panteón nacional, y aun cuando, a partir de 1930, el Ejército y la Iglesia han dominado la fiscalización del ritual patrio, el héroe sobresale con luz propia porque es mucho más que el culto que lo militarizó.

El libertador de Argentina, Chile y Perú mostró muy temprano sus dotes de gran estratega puestas al entero servicio de la emancipación. Nada ni nadie lo distrajo de su misión.

En enero de 1820 decidió no tomar parte de lo que a todas luces era el comienzo de la guerra civil, y le escribió al general O’Higgins, director del Estado de Chile: “Tengo orden de marchar a mi capital con toda mi caballería e infantería, pero me parece imposible el poderlo realizar… Va a cargar sobre mí una responsabilidad terrible, pero si no se emprende la expedición al Perú, todo se lo lleva el diablo”. El 2 de abril, los oficiales de su ejército firmaron el Acta de Rancagua (localidad trasandina) por la cual tomaban la decisión de asociarse a la desobediencia de su jefe y seguirlo.

Entrada de San Martín en Lima

Entrada de San Martín en Lima

San Martín anticipó el triunfo en Perú cuando presentó su manifiesto a la sociedad limeña. Prometió que bajo su autoridad podrían elegir libremente gobierno. Y se dirigió a los españoles europeos: “Mi anuncio tampoco es el de vuestra ruina. Yo no voy a entrar en este territorio para destruir, el objeto de la guerra es el de conservar y facilitar el aumento de la fortuna, de todo hombre pacífico y honrado. Vuestra suerte feliz está ligada a la prosperidad e independencia de la América”. “Cuando se hallen restablecidos las derechos de la especie humana perdidos por tantas edades en el Perú, yo me felicitaré de poderme unir a las instituciones que los consagren, habré satisfecho el mejor voto de mi corazón, y quedará concluida la obra más bella de mi vida”.

Era un reformista ilustrado convertido en revolucionario. Un americano en Europa, pero más europeo que cualquier otro en América. Entre los republicanos era monárquico, entre los conservadores era un liberal, entre los revolucionarios fue un moderado.

Se autoimpuso el exilio para no derramar sangre de compatriotas y logró rehacer su vida, primero en Bélgica y después en Francia, junto a su hija. También disfrutó a sus nietas envuelto en otras rutinas, lecturas y conversaciones.

Viajaron a verlo y relataron cada encuentro Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento. De todas las anécdotas atesoradas por los visitantes elijo la que nos describe a San Martín en el campo de batalla de Waterloo explicando la derrota de Napoléon. Corría el mes de julio de 1827 y lo rodeaba un grupo de oficiales chilenos: “San Martín nos explicó la batalla de un modo tan claro y preciso, y al mismo tiempo pintoresco, que parecía que hubiera estudiado mucho las campañas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfecta del primer ataque y victoria de Napoleón, y enseguida el cambio completo del plan, por la aparición de Blucher. Era hermoso oír a San Martín explicando sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín erguido y silencioso a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo la mente del gran expatriado”.

Ese mismo año le describe a Tomás Guido la sencillez con la que vive en Bruselas: “Ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi taller de carpintería; por la tarde salgo a pasear y las noches en la lectura de algunos libros y papeles públicos, he aquí mi vida… Creerá usted que mi alma encuentra un vacío en la misma felicidad y, sabe usted cuál es, el de no estar en Mendoza”.

El exilio voluntario de San Martín tiene en el fracaso peruano su origen. Sale de Lima en 1822, y no es bien recibido en Santiago de Chile, pues ya ha caído su amigo, el general O’Higgins. Busca un refugio en Mendoza, pero no puede sobrevivir en medio de la guerra entre caudillos y entonces parte en diciembre de 1823 a Buenos Aires y, menos de dos meses después, en febrero de 1824 se embarca hacia Europa.

Después de 1840, de cada lado de los Andes, la segunda generación de la independencia abre los oídos a la gesta de la enmancipación. San Martín es el Libertador del Sur.

La reivindicación pública tiene su origen en un vibrante escrito de Sarmiento en la prensa chilena que firma con el seudónimo de “Un teniente de Artillería de Chacabuco”. San Martín y O’Higgins, entrañables amigos, autoexiliados desde hace casi veinte años, son reconocidos por otro exiliado como los héroes fundadores de ese presente que anhela un nuevo orden institucional.

La figura de San Martín adquiere el estatus de primus inter pares. En 1845 el general chileno Francisco Pinto le escribe: “Marcha a Europa mi hijo Aníbal en la legación que va a Roma, y al pasar por París tiene que cumplir con la obligación que incumbe a todo chileno de besar la mano de quien nos dio patria. Sírvase usted, mi general, echarle su bendición”.

Dos años más tarde, Sarmiento, de regreso en París, trae bajo el brazo su texto de incorporación como miembro correspondiente del Instituto Histórico de Francia. El sanjuanino se explaya sobre la entrevista de Guayaquil y explica una de las páginas más enigmáticas de la historia de la emancipación. San Martín es vindicado frente a Bolívar y agradece al Instituto la traducción al francés. Historia y memoria finalmente conjugadas.

Comenzaba a escribirse la vida del Padre de la Patria que años más tarde Bartolomé Mitre llevó hasta el Panteón Nacional.

La autora es historiadora. Profesora de Historia por la Universidad del Salvador y máster en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Especialista en Historia Social Argentina.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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