Sabina Frederic: "La sociedad no tiene claro qué lugar darle a los militares"

La trágica desaparición del submarinoARA San Juan” volvió a poner en primer plano la larga crisis que atraviesan las fuerzas armadas, subsumidas en el desfinanciamento y el desprestigio por su rol en el terrorismo de Estado en la última dictadura cívico-militar. La cuestión puso de relieve un tema poco presente en la agenda pública: los traumas, dificultades y aspiraciones de las nuevas generaciones del personal castrense en actividad.

Sabina Frederic, doctora en Antropología Social por la Universidad de Utrecht (Holanda) e investigadora del Conicet, es experta en la investigación etnográfica de militares y policías y ocupó la subsecretaría de Formación del Ministerio de Defensa entre 2009 y 2011, bajo la gestión de Nilda Garré, donde planteó reformas en la educación castrense. Por entonces, realizó un estudio sistemático sobre cómo las fuerzas armadas, para ganar la democracia, fueron expulsadas del régimen político y observó desde un enfoque original el impacto que tuvo este viraje institucional en los saberes, pensamientos y expectativas de los uniformados. Ese trabajo, titulado Las trampas del pasado. Las fuerzas armadas y su integración al Estado democrático (FCE, 2013), le valió el Primer Premio Nacional de Cultura categoría ensayo antropológico en 2014.

Luego de dos años de gobierno de Mauricio Macri, Frederic analiza en Infobae los cambios y continuidades en los cuerpos castrenses, mientras surgen tentativas de una reforma del sector de la Defensa y aún no cesa la conmoción social en torno al extravío de los 44 submarinistas. La antropóloga es concluyente con su diagnóstico: “Las fuerzas armadas hoy siguen a la deriva”.

—Hacia fines de 2015, ¿en qué circunstancias se encontraban las fuerzas armadas? ¿Cómo están hoy? 

—Cuando renuncié en 2011 y vuelvo a la actividad académica, decidí que valía la pena escribir sobre la experiencia en la función pública. Pasados ya cuatro años de Las trampas del pasado, los problemas que observé e identifiqué y me costaron sangre, sudor y lágrimas en la gestión veo que sigue estando presentes. La cuestión militar en Argentina tiene una gran complejidad por las posguerras de Malvinas y de la “guerra sucia”, que sabemos que no conviene hablar en esos términos porque fue un terrorismo de Estado. Es cierto que hay algo de lo traumático de esa experiencia que nos atraviesa en la actualidad. Pero además de esas posguerras, está la posguerra “fría” (NdR: refiere a la caída de la Unión Soviética) que involucra tanto a nosotros como al resto del mundo. Hoy las fuerzas armadas siguen a la deriva, sin tener una agenda del Estado distinta a aquella que tuvieron estos últimos 30 años de “democratización a la Argentina”, que es lo que trata el libro. No solo no hay un rol claro para los militares, sino que hay una dificultad de la sociedad en general para darle ese rol, y es un tema que está atravesando a la sociedad occidental en su conjunto.

—¿Cómo viven los militares ese “estar a la deriva”?

Lógicamente lo viven con pesar, porque no tienen el reconocimiento que antiguamente tenían. Creo que una gran mayoría de los que están en actividad han entendido que están dentro de un Estado democrático, y que se han criado, educado y socializado en democracia. Pero sienten que han asumido una serie de reclamos sociales pese a que tienen poco o nada que ver con los genocidas, y aun así, no se les da el equipamiento que necesitan y que exige tener unas fuerzas armadas competentes. Tienen un pensamiento que coincide con el de muchos de nosotros y una idea de soberanía nacional que hay que recuperar. Hoy tenés oficiales brillantes en actividad de 35 y 40 años que saben que se acabó esa idea de unas FFAA que reencarnan la idea de una Nación. Están un poco devastados, aunque no es el único sector devastado del Estado. Creo que es crucial ver a los militares como sujetos contemporáneos, y no como sujetos atravesados por un pasado que ya no está. El pasado no se va a repetir, porque no hay forma de que se repita. Tanto el sector progresista, del cual (suspira resignada) me siento parte, como los que reivindican ese pasado o rechazan las políticas del kirchnerismo, cuando en realidad lo que se hizo fue una política de Estado en las fuerzas armadas de los últimos 30 años.

—¿Cuál es la mirada de los militares sobre lo que se les ofrece la institución en relación a la carrera y lo salarial?

—La institución hizo cambios en estos últimos 20 años para darles un futuro a los militares en la sociedad más allá de la carrera militar, como darles títulos universitarios a los oficiales, tecnicaturas a los suboficiales y hasta posgrados. Eso lo reconocen y lo valoran mucho, aunque falta camino por recorrer. Lo ideal sería que gran parte de esa actividad educativa se desarrollara en las universidades nacionales y darle una mayor articulación del mundo militar con el civil. Aún así, en el año 2016 se fueron 500 efectivos del Ejército argentino: más de 100 en el cuadro de oficiales y otros 400 entre los suboficiales. Y no tiene que ver con la cuestión salarial: el problema tiene que ver con una una combinación de falta de instrucción, equipamiento y horizonte. Ellos se quejan que ante cada nuevo funcionario le tienen que explicar qué hacen, qué son, para qué sirven y aun así, muchos no entienden.

“Las mujeres en las fuerzas armadas están muchísimo mejor en comparación a otras fuerzas de seguridad”, dijo la investigadora. (AFP)

—¿Cómo están las instituciones militares con respecto a la inclusión de las mujeres? En la tragedia del “ARA San Juan” hubo un caso que llamó mucho la atención que fue el de la submarinista Eliana Krawczyk.

—Las mujeres en las FFAA están muchísimo mejor en comparación a otras fuerzas de seguridad, como Gendarmería. Argentina es pionera en la región junto con Chile en la inclusión a la mujer, hay mucha gente comprometida dentro de la institución que busca equilibrar los privilegios. Fui parte de un consejo de políticas de género que trató de compatibilizar el universo del Estado civil, del régimen laboral y de derechos de la administración pública, con el del régimen militar. Fue algo que se avanzó bien porque se consideró íntegramente el género, la idea de maternidad, y el lugar que tiene la mujer en la relación de pareja con un militar. La idea de “familia militar” de hoy no es la que se tenía hace treinta años, es parte de un proceso de democratización de la sociedad en su conjunto. El Ministerio de Defensa bajo la gestión de Nilda Garré tuvo desaciertos, pero entre los aciertos fue detectar estas tendencias de cambio adentro de la institución.

—El componente “familiar” y corporativo de las Fuerzas Armadas, donde la institución tendía a incorporar distintas generaciones, era muy fuerte en el pasado. ¿Se perdió?

—Sí, ese componente perdió. Hoy aproximadamente tenés un 30 o 35 por ciento del personal que tuvo algún pariente militar. Pero así como cambió la vida de todos nosotros, cambió también la de los militares. Muy poca gente sigue queriendo vivir en las bases o en barrios militares. Hay un sentido de la individualidad y de la vida privada que actualmente son distintos y suelen ser limitados por la institución. El episodio trágico del submarino muestra que los altos mandos de la Armada no terminaron de enterarse de que las personas que integran la “familia militar” no confían ciegamente en ellos solo por ser parte de esa corporación. Creo que la situación se les fue de las manos y hubo un error de cálculo porque manejaron muy mal la relación con la gente, suponiendo que habría un acuerdo tácito que no necesariamente existe. Creo que el libro sirve para entender este problema.

—Es relativo a lo que planteás sobre la dificultad de pensar a las FFAA en un contexto de posmodernidad, y que ya no responden a los conflictos bélicos del siglo XX, como la “Guerra Fría”.

—Formo parte de grupos de investigación a nivel mundial sobre las transformaciones que suscitó la posguerra fría en las FFAA. Nosotros somos, en el buen sentido, demasiado localistas y pueblerinos. No vemos que hay otros procesos que nos atraviesan porque estamos capturados por los hechos traumáticos del pasado y del terrorismo de Estado. Seguimos aferrados a una perspectiva que nos fue muy útil para pensar la transición democrática a fines de los ochenta, pero que es muy limitada para entender qué les pasa hoy a los militares como personas y ciudadanos.

Los familiares de los submarinistas del “ARA San Juan”, en una protesta por el manejo que hizo el Gobierno de la búsqueda. (Christian Heit)

—¿Tuviste registro de militares que expresaran una reinvidicación del terrorismo de Estado en el marco de tu investigación?

—(Piensa) Es un tema delicado. No escuché reivindicaciones a viva voz, lo cual no quiere decir que no existan. Sin embargo, hay comentarios que son desatinados y, a veces, hasta escandalosos. Escuché a oficiales de mi generación decir ‘si yo hubiera tenido un hijo desaparecido, hubiera salido yo a la calle, entiendo lo que hacen las Madres’. También tenés otros que te dicen ‘la verdad que por lo menos hubieran hecho una lista con los desaparecidos’, lo cual es algo escandaloso. No hay una reflexión profunda dentro de la institución sobre el tema, como tampoco la hay en otros sectores.

Hubo un cambio reciente en las Fuerzas Armadas con el regreso del uso de las armas de guerra en los liceos militares. ¿Cómo analizas ésta modificación en la currícula?

Creo que es algo anacrónico. En la gestión pública diseñamos una reforma que entre varios puntos incluía eliminar esta instrucción militar. Los liceos militares son escuelas secundarias que no forman parte de la carrera militar, pero que tienen esta instrucción porque la Ley de Personal Militar incluye en la reserva a los chicos egresados de 18 años. La decisión de dejar sin efecto ese cambio no solo vuelve a instalar el uso de armas de fuego y de guerra con munición letal, sino que las amplía. El cambio me parece grave porque va en contra de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, organismo que había felicitado a Garré por la reforma anterior. La carrera militar va acompañada de un proceso educativo. En el caso del oficial de carrera, empieza cuando ingresa al Colegio Militar de la Nación, y son cinco años de formación. En cambio, un chico que termina la escuela con 18 años se instruyó con armas de guerra sin tener la mayoría de edad. Introducirlo en la condición de “oficial de reserva” no tiene nada que ver con el estatus educativo del oficial de carrera, que es un licenciado universitario. Hay una distorsión que muestra que falta entender en qué proceso estamos. Creo que hay algo de revanchismo en algunas decisiones políticas que no tienen nada que ver unas fuerzas armadas profesionales, sino con un grupo de egresados de liceos que quieren reivindicar otra etapa de la Argentina que ya fue. Es un gasto tremendo para el Estado educar a 7000 chicos en armas de fuego, no tiene sentido en este contexto. El problema son los sistemas de interpretación que están colonizando permanentemente al que gestiona dentro de la institución, son formas de ver el mundo militar que conspira con la idea de convertirlas en fuerzas profesionales.

Frederic cuestionó los cambios en los liceos militares.

Si el día de mañana el Gobierno impulsa un debate de reforma de las Fuerzas Armadas, ¿dónde están los principales desafíos? ¿Dónde empezar?

—Empezaría por modificar la Ley para el Personal Militar, que creo es lo que intenta hacer esta gestión. Hay que pensar una reestructuración de las FFAA que no sea solo reducir personal. Tal vez en este contexto político regional sea más difícil, pero sí creo que hay que pensar seriamente en la integración regional de las FFAA, porque las nuestras son como las de Eslovenia, por sí solas no pueden hacer nada. En la región tenemos recursos naturales muy valiosos que proteger y una historia reciente de cooperación militar con Chile, Uruguay y Brasil en Haití durante 10 años que se podría capitalizar. Pero pensar la interoperabilidad de las FFAA desde los intereses regionales, y no desde los de Estados Unidos, que pueden ser muy legítimos para ellos, pero seguramente no tenga que ver mucho con los nuestros. Creo que hay que ir a ese camino.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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