Pleno corazón de Belgrano: avenida Cabildo, Zabala, Virrey Loreto y Ciudad de la Paz. Cinco robos en pocas horas. Un edificio violentado tres veces a la vista de todos. Un abuelo vilmente golpeado. Llamadas al 911, denuncias, medidas privadas de seguridad… Nada alcanza. Los delincuentes van y vienen por Cabildo con tranquilidad.
Los vecinos suspendemos las vacaciones y cambiamos todas las rutinas para no dejar “la casa sola”. Esta sensación de terror o “liberación de la cuadra”, como se suele decir vulgarmente en la calle, arrancó en los últimos meses del año pasado.
Una vecina de 85 años, maestra jubilada, llega a su departamento y se encuentra con todas sus cosas en el piso e innecesariamente destruidas. Sus cajones, su ropa, sus recuerdos pisoteados. ¿A una maestra jubilada qué le van a llevar? Su tranquilidad, su llanto y varios recuerdos de su marido recientemente fallecido.
Un piso más arriba, la historia es diferente. Con los vecinos ausentes tuvieron tiempo de llevarse todo. Y todo es todo. Una vida de trabajo. Una vida de esfuerzo. Y solo quedó la angustia de saber que hay que empezar de nuevo.
Se ve que “nos acostumbramos”, porque las primeras reacciones fueron las típicas preguntas: “¿Qué te robaron?”. Y por supuesto la clásica frase: “¡Menos mal que no estaban!”. Y uno que se termina convenciendo de que hay que estar contentos porque te destruyeron la casa y la tranquilidad pero no estabas…
Tengo más de treinta años de periodista de policiales. Nos estaban robando a plena luz del día, a cara descubierta. No podía quedarme sin intentar averiguar qué había pasado, cómo operaban estos delincuentes, cómo tenían tanta impunidad. Lo primero que hice fue pedir las cámaras de seguridad de la cuadra. Las obtuve el mismo día. Las revisé cuadro por cuadro. Allí se ve con claridad cuándo, cómo y a qué hora ingresan los tres delincuentes.
¿Qué hice? La llevé inmediatamente a la comisaría. Con un detalle analítico de vestimenta, horarios, rostros (para que ellos no perdieran tiempo buscando). Pensé que con la hora exacta la policía podía ir directo a las cámaras de la Ciudad. Pero no, no se podía. Por esas cosas del destino las cámaras se las habían llevado a “arreglar”. Y nunca volvieron… Entonces quise dejar las imágenes de las cámaras privadas, pero me dijeron que no las podían recibir. No estaban autorizados a abrir un pendrive. Me llevé de respuesta: “Vamos a ir a buscarlas nosotros”. Me reí sabiendo que en menos de quince días las cámaras privadas se borran automáticamente.
Intranquila con lo que ocurría en el barrio, pedí hablar con quien se había presentado en su momento en el edificio como encargado de la investigación, asegurando: “Yo voy a estar a cargo, quédense tranquilos”. Pensé que podía ofrecerle los videos, que quizás eso ayudaba para identificar a los ladrones. Pero el encargado no estaba. Al otro día del robo se había ido de vacaciones.
Volví a casa con las fotos y videos de los delincuentes, con patentes de autos donde varios vecinos habían visto que unos jóvenes “cargaban cajas y cosas” y con pruebas que supuse iban a servir. Tiré todo. Dos días después un vecino se cruzó con los tres delincuentes caminando por Cabildo y Virrey Loreto. La batalla estaba perdida…
Los robos te dejan sin nada. Y te traen también muchos gastos extras. Llaves nuevas, puertas supuestamente blindadas, cámaras de seguridad privadas. Buscamos todas las medidas de seguridad que podemos, pero ¿alcanzarán para evitar que entren?
Con mis vecinos nos damos cuenta de que hay una modalidad que comienza a repetirse una y otra vez previo a cada robo. Tres veces por día (mañana, tarde y noche) alguien toca los porteros eléctricos y hace la misma pregunta: “¿Tiene ropa para dar?”. Algo normal en estos tiempos de necesidad, aunque cuando se baja para entregar la ropa, la misma -curiosamente- aparece tirada a pocos metros. Y un detalle: dejan marcas en las botoneras que indican casualmente qué departamento responde y cuál no.
En la misma semana, también hay llamadas. Suenan los teléfonos y del otro lado la típica voz angustiada: “Hola tía… Necesito ayuda”.
En la cuadra del terror -así la llaman los vecinos-, Cabildo entre Virrey Loreto y Zabala, se suma además que cada tarde entre 35 y 40 hombres paran a tomar alcohol luego de la jornada laboral cual fiesta electrónica (con todo lo que eso significa). Esta situación es desde hace varios meses tan inusual y hasta folclórica (para el que no vive en la cuadra) que son fotografiados por los turistas que pasean con el micro amarillo por la Ciudad. Esto puede parecer un detalle de color si no fuera que desde que esto ocurre comenzó nuevamente la ola de robos en la manzana.
La zona se ha vuelto peligrosa. Domingo a la tarde, calor y sol a pleno. Todo parece tranquilo. El vecino jubilado decide ir a tomar un café a 100 metros de su departamento. ¿La historia? Conocida por todos. La moto en contramano sobre la vereda, dos delincuentes, uno que baja y el otro se queda al volante. Un fuerte golpe en la cabeza y le roban el llavero. Reunión urgente de vecinos, llamado al 911 y un nuevo comienzo hacia la nada misma.
Mientras los integrantes del patrullero preguntan una y otra vez qué pasó, parados en la vereda y anotando en un papelito, supe que lo primero que había que hacer era cambiar todas las llaves.
Una frase del personal policial me impacta: “¿Ustedes fueron a las reuniones que hay en la comisaría con los vecinos? Porque nosotros mucho más no podemos hacer…”. La respuesta de los vecinos no es muy cordial: “Con no liberar la zona y salir a buscar a los delincuentes nos alcanza”, dijeron quienes también habían logrado sacar la foto de la patente de la moto.
El personal policial nos asegura que los delincuentes no van a volver. Pero no nos quedamos tranquilos y con un grupo de vecinos decidimos organizar “guardias”. Por supuesto, los ladrones regresaron e intentaron violentar cinco veces la puerta. Otra vez las llamadas, otra vez los patrulleros, otra vez las denuncias cuando los delincuentes ya se habían ido con total impunidad.
Horas más tarde, las “guardias” no fueron suficientes, y los ladrones terminaron ingresando ante un descuido en la puerta. Pudimos verlos en “vivo” caminando por el edificio a través de la cámara de seguridad. Entraron y robaron otro departamento, seguramente ya marcado. ¿Otra batalla perdida?
Hace treinta años que vivo en la misma manzana donde está uno de los colegios más prestigiosos de Belgrano, una embajada y donde reside la cuñada del presidente de la Nación, Mauricio Macri. Se supone que hay custodia (¿la hay?). Pero los robos se multiplican sin solución a la vista.
Mi marido, ante lo ocurrido en enero, es claro: “No vamos a dejar el departamento solo: suspendemos las vacaciones”.
¿De verdad Rodríguez Larreta no puedo irme una semana a la Costa porque dejo mi casa librada a los delincuentes? ¿De verdad no se puede hacer nada? Me pregunto: si por la inseguridad suspendo las vacaciones viviendo en pleno corazón de Belgrano, ¿qué les queda a los vecinos de otros barrios?
La historia se repite, con palabras más o menos parecidas sobre Zabala, o sobre Ciudad de la Paz o sobre Virrey Loreto. Dejando de lado los dos intentos de robo al supermercado chino, la metodología es la misma, los “muchachos” son los mismos. Y la policía no hace o no puede hacer nada.
¿Cuál es la solución? Quedarnos en nuestras casas, cuidando nuestras cosas, para que los delincuentes no arrasen con todo lo que construimos a lo largo de la vida. No salir, no movernos, no tomarnos esos días en Pinamar. Y así, qué duda hay, ganaron los delincuentes.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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