Por Ueslei Marcelino
Porto Velho, BRASIL, 7 sep (Reuters) – Xita, una pequeña tití de Rondon con tristes ojos marrones, abraza a su recién nacido con fuerza. Ambos luchan por sus vidas.
Los veterinarios de la clínica Clinidog en la ciudad amazónica de Porto Velho creen que la madre y su cría fueron atropellados por un automóvil mientras huían de los incendios que asolaban la selva tropical más grande del mundo.
“Llegó estresada, gritando y manchada de sangre”, recordó Carlos Henrique Tiburcio, dueño de la clínica, mientras envolvía a los dos animales en una pequeña tela blanca.
Las criaturas del Amazonas, uno de los hábitats con mayor biodiversidad de la tierra, enfrentan una amenaza cada vez mayor por el creciente avance de madereros y granjeros en la selva.
En la estación seca, ganaderos y especuladores de tierras prenden fuego para limpiar los bosques y las llamas pueden salirse de control, avivadas por los vientos y el follaje seco.
Animales débiles y moribundos llegan a la clínica de Tiburcio donde cuatro voluntarios trabajan incansablemente para salvarlos.
“En esta época del año, cuando los incendios son constantes por la ausencia de lluvias, los animales buscan refugio, desesperados por escapar de la muerte y terminan en la ciudad, poniéndose en riesgo de ser atropellados o capturados”, dijo Marcelo Andreani, cuyo trabajo consiste en rescatar a los animales heridos y llevarlos a la clínica.
“El respeto humano por la naturaleza es cada vez menor”, lamentó Andreani, quien trabaja para la policía ambiental estatal.
El equipo diagnostica a Xita con una lesión cerebral traumática. Está envuelta y alimentada, y su condición mejora lentamente, pero su bebé no sobrevive.
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Un oso hormiguero hembra llega con una pata rota tras un encuentro con un puercoespín feroz. A la paciente se la encontró escondida en un garaje y los veterinarios creen que podría haber estado huyendo de los incendios, ya que los osos hormigueros rara vez aparecen en la ciudad.
La fractura requirió cirugía. Mientras estaba anestesiada, el animal sacó su lengua gigante, lo que le valió el apodo cariñoso de Linguaruda, o “lengua larga”.
Después de la cirugía, uno de los veterinarios se llevó a Linguaruda a casa para vigilar de cerca su recuperación. En un momento, se subió al lavabo del baño para descansar.
En cinco días, Linguaruda recuperó suficiente fuerza como para regresar a la naturaleza, el mejor resultado que sus rescatadores podrían desear.
“Nuestra satisfacción personal y profesional es inmensa cuando logramos salvar una vida, especialmente cuando logramos rehabilitar un animal y devolverlo a la naturaleza”, dijo Tiburcio.
“Miro al cielo y digo: ‘Gracias, Padre, por todo lo que hiciste por (mí) para ser el instrumento del Señor'”.
Linguaruda fue liberada cerca de un sendero de la selva, donde trepó con entusiasmo entre los árboles una vez más.
(Reporte de Ueslei Marcelino; escrito por Stephen Eisenhammer; Editado en español por Janisse Huambachano)
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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