¿Qué tienen en común la producción de vacunas y una Argentina que no crece?

Pandemia del coronavirus (COVID-19), en Buenos Aires
Alberto Fernández (Handout ./)

Reitero el acertijo del título: ¿Qué tienen en común la producción de vacunas contra el COVID-19 y la falta de crecimiento de la Argentina? Y no me refiero a la recesión de corto plazo provocada por los confinamientos, las restricciones, y la falta de segundas dosis. Me refiero a la falta de crecimiento de largo plazo, al verdadero.

Si no sabe la respuesta, le pido paciencia, siga la nota y no corra hasta el final para conocerla.

En un reciente artículo, Paul Krugman, economista norteamericano y Premio Nobel por sus trabajos en teoría del comercio internacional, recordaba que dicho comercio, en las últimas décadas, es prioritariamente, resultado de la rentabilidad que genera la gran escala. Puesto de una manera sencilla, las empresas producen en un país determinado, algún producto o insumo en gran cantidad, para obtener los beneficios de la especialización, e importan el resto de los productos e insumos de otros países, en dónde también ellas mismas u otras empresas fabrican un solo insumo o producto a gran escala, y luego integran toda la producción en algún otro lugar.

De esta manera, maximizan sus ganancias. Un ejemplo típico, en el mundo y en la Argentina, es el de la industria automotriz. Aquí, cada empresa que fabrica localmente produce un solo producto o línea de productos, e importa la mayoría de los insumos y productos, del resto del mundo, fundamentalmente de Brasil. Pero lo mismo sucede con la mayoría de los bienes (y también ya unos cuantos servicios) que se intercambian en el mundo. Así funciona la globalización productiva, la especialización en pocos productos en cada país, y la complementación importando el resto.

Permítame ahora pasar del ejemplo de la industria automotriz al de las vacunas.

También en este caso, los laboratorios producen insumos en un lugar, componen la droga en otro, llenan los frasquitos en otro. Pero sucede que el COVID-19 obligó a producir a gran velocidad y a escalas inimaginables, desafiando, además, la logística y la producción de insumos complementarios (jeringas, por ejemplo).

Fue allí, donde el capitalismo agonizante encontró rápidas soluciones, con laboratorios que se asociaron, que se distribuyeron tareas y que lograron, de esta manera salvar al mundo.

En el artículo que acabo de citar, Krugman hace referencia a un trabajo, a mi modesto juicio, excepcional, de dos economistas del Peterson Institute for International Economics (disculpas, pero un cacho de cultura no viene mal), en donde dos economistas (Bown y Bollyky) presentan esta cuestión muy claramente.

El trabajo es extenso y detallado, pero sólo voy a usar aquí, para ilustrar, el esquema de fabricación de la vacuna de Pfizer (no incluye el robo de glaciares).

Respecto de los insumos para la vacuna, los lípidos se producen en una fábrica de Avanti en Alabama, otra de AMRI en Nueva York, otra de Pfizer en Connecticut, todas en Estados Unidos. A esas fábricas se les suman, para la fabricación en Europa, proveedores de lípidos con sede en el Reino Unido, Austria y Alemania. Después hay que producir y formular la droga en sí misma. Esto se hace en cuatro fábricas en Estados Unidos, tres de Pfizer, en Missouri, Massachusetts y Michigan. Y otra fábrica Exelead, en Indiana. A esas se les suman, los laboratorios de BioNTech en Mainz y Marburg, en Alemania, el de AGC Biologics, y dos de Dermapharm, también en Alemania, y dos de Pfizer, una en Bélgica y otra en Irlanda. Finalmente, hay que llenar los frasquitos y terminar el envasado, lo que se hace en dos laboratorios de Pfizer, en Estados Unidos. Y en Europa, el mencionado de Pfizer en Bélgica, un laboratorio de Siegfried y otro de Sanofi en Alemania, uno de Delpharm en Francia, otro de Novartis en Suiza y otro de Thermo Fisher en Italia.

Gracias a estas asociaciones y especializaciones, Pfizer (al igual que Moderna, con un esquema muy similar, donde intervienen 16 instalaciones diferentes) han podido producir en gran cantidad, a precios razonables y a gran velocidad las vacunas necesarias.

No sucedió lo mismo con Oxford AstraZeneca, donde el populismo de Boris Johnson metió la cola. Según los autores mencionados, Oxford no tenía escala para producir, por obvias razones, y el Gobierno del Reino Unido prefería que no se asociara con un laboratorio norteamericano, temeroso de la política proteccionista de Trump e impulsado por su propia política antiglobalización, incentivó el trabajo conjunto con el laboratorio británico-sueco AstraZeneca, cuyos problemas para el desarrollo de su cadena de producción, generaron y generan las dificultades de suministro en las cantidades comprometidas, tanto en Europa, como en el resto del mundo, incluyendo a la Argentina. De hecho, priorizó la producción y distribución en la propia Gran Bretaña, sin las asociaciones ampliadas.

El trabajo no incluye el esquema de producción de la Sputnik V, pero puedo arriesgar sus dificultades de escala, cuando se pretende fabricar aislado del mundo, o articulando con muy pocos socios. El proteccionismo y la autarquía rusa, conspiraron contra una producción masiva de la vacuna en sus diferentes dosis.

Creo que después de este ejemplo puedo volver a nuestro problema de crecimiento, o de no crecimiento, planteado al comienzo de esta nota.

El intento o la exigencia de sustituir importaciones, que predomina en la política industrial local (si se le puede llamar política) resulta inaplicable en la mayoría de los casos, justamente por falta de escala, sobre todo en la Argentina, pero es lo mismo aún en países con mucha más población.

Es cierto que, en el caso argentino, y dada la escasez de reservas en el Banco Central, puede ser que se ahorren, con la producción local de algún bien, un puñado de dólares, pero al final del día, visto en forma integral, sustituir importaciones cuando no hay escala, salvo excepciones, encarece los productos. Y con productos caros, la Argentina termina siendo poco competitiva, desde la macro y eso dificulta crecer en exportaciones y obtener más dólares.

En todo caso, los dólares que se ahorran con la sustitución de importaciones se pierden al hacer ineficiente la producción de productos exportables. Además, al encarecer los productos, los salarios tienen que ser más altos o se reduce la capacidad de consumo total.

Todo esto, antes de introducir en escena, al ineficiente y caro Estado argentino, que sube todos los costos y que obliga a exportar impuestos.

Por otra parte, dado que el mundo industrial global no funciona así, si no se acepta la especialización complementada con importaciones sea de insumos, sea de productos finales, las empresas extranjeras no se radican en la Argentina, y sólo siguen invirtiendo aquellas a las que se les permite producir pocos productos, ganar con la especialización e importar el resto. Por eso, la necesidad de tener un contexto fluido de comercio internacional sin restricciones. Con trabas a la exportación e importación, o con restricciones al flujo de fondos del negocio, sean préstamos, inversiones directas, o giro de utilidades, las empresas no vienen o se van. Sin una macro que permita exportar e importar libremente, sin ser dueño de los dólares que se generan, sin que se abrume desde el Estado con costos de todo tipo, y sin una política industrial que estimule la escala, la Argentina no crece. Y a no olvidar que, internamente, en la cadena de producción de las grandes empresas, están las pymes, los empleos, los profesionales, etc.

Es por todo lo anterior que las principales exportaciones de la Argentina son commodities agrícolas, donde estas consideraciones de distribución de la producción no cuentan.

Creo que ya tiene la respuesta al acertijo, tanto en la producción de vacunas, como en el crecimiento de la Argentina, la integración global al capitalismo eficiente es la clave, lo demás es sólo para filminas, falsos nacionalismos y discursos de campaña.

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