Qué fue del villano de los 90: llegó de niño desde una Europa devastada, aquí brillo en tevé y ahora busca rearmarse

Qué fue de la vida del actor Edward Nutkiewicz
Edward Nutkiewicz

En la década del 90 Edward Nutkiewicz inscribió su nombre en una privilegiada lista de actores que solían ser convocados para distintas ficciones televisivas. También anotó su apellido, aunque muchos lo reconocieran simplemente como El Polaco, debido a la dificultad de pronunciarlo correctamente. Su particularidad era que siempre lo convocaban para el rol antagónico, como el malo de la película. O de las series. En ese papel se desempeñó a la perfección, ganándose el respeto de sus colegas y el cariño del público. Pero como no todo lo que se ve en pantalla es tan así, Edward demuestra, en una charla amena con Teleshow, que, al final no era tan malvado…

El inicio nos lleva a su infancia, a una Europa que buscaba renacer de sus cenizas tras la era nazi y la Segunda Guerra Mundial. Presa de las necesidades, su familia se radicaría en la Argentina. Apenas se instaló en Buenos Aires, el primer inconveniente que apareció fue el que lo vivieron casi todos los inmigrantes: el cambio de identidad. “Cuando llegué al país, mi nombre, que es Edward, me lo tradujeron a Eduardo”, lamenta.

“Muchos años después fui al Congreso de la Nación y chapeé en ese momento, sino todavía estaría haciendo trámites, y me restituyeron el nombre. Sin embargo, hasta el día de hoy compañeros y familiares me siguen llamando Eduardo. Es verdad que encima con el apellido que tengo, volverme a llamar Edward… la compliqué más”, admite quien, entre otros trabajos televisivos, se destacó en El oro y el barro, Soy Gina, El precio del poder, Poliladron, Rostro de venganza y Socios. En cine hizo Despertar de pasiones, Dibu: la película y La revolución es un sueño eterno, por citar algunas participaciones.

Qué fue de la vida del actor Edward Nutkiewicz
Edward Nutkiewicz en Soy Gina, con Aldo barbero, Millie Stegmann y Gabriel Corrado

Edward está casado con la periodista Mercedes Martí, con quien tiene una hija, Natasha. Fruto de su anterior relación con la artista Liliana Bosch fue papá de Fausto. De alguna manera, ellos también siguieron sus pasos. En el caso de su hija, es actriz. Su hijo, en cambio, se dedica al arte audiovisual.

—¿En qué momento llegaste a país?

—A los cuatro años, en la época de (Arturo) Frondizi, con mi mamá y mi hermano. Mi padre había muerto allá, en Polonia. Mi madre pasó la Segunda Guerra Mundial y fue capturada en un territorio que fue tomado por los rusos. Recordemos que rusos y los nazis tomaron Polonia y se la dividieron. Ella vivía en un sector que fue tomado por los rusos. La llevaron a campos de trabajo, pero se salvó del exterminio. A mi padre lo llevaron a Moscú, a una fábrica de armamentos. Terminada la guerra se conocieron, se casaron, y nací yo, en Wroclaw. Queda cerca de Alemania, es una ciudad muy importante porque se hacen muchos festivales. Ahí tiene su segundo teatro (Jerzy) Grotowski. Mi papá murió en Polonia. Y bueno, después de todo eso llegamos a la Argentina como cualquier hijo de emigrantes.

—Si bien tenías cuatro años, ¿qué recordás de todo aquello?

—Trabajábamos en una feria. Éramos vendedores ambulantes mi vieja, mi hermano y yo. Primero con un manto en la calle y luego ya tuvimos un puesto. Mi vieja confeccionaba ropa y luego cuando se murió, murió joven, cuando yo tenía 15 años, mi hermano fue el que siguió confeccionado la ropa. Crecimos, mi hermano siguió dedicado al comercio y yo me dediqué al teatro. Empecé de muy chico.

—¿Fue una pasión que ya traías?

—No sé… Yo tenía un amiguito que vivía en Villa Crespo, Omar Bisceglia, de la primera camada de Jacinta Pichimahuida, que estaba Evangelina Salazar. Era mi amigo del barrio cuando yo tenía 11 años y fue quien me convenció de ir a estudiar teatro infantil. Ya a los 14 me fui a estudiar con un maestro de teatro: Marcelo Lavalle. En segundo año estaban Claudio Levrino, Huguito Arana, su pareja, Marzenka Novak, Jesús Berenguer; todos ellos estaban en segundo año y yo, en primero. Ahí conocí a Oscar Ferrigno padre y empecé a trabajar con él.

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Edward Nutkiewicz con Andrea Tenuta en la obra Cabaret

—¿En qué parte de Buenos Aires vivían? Imagino que no conocían nada del país.

—Es así: de Polonia salimos cuando murió mi viejo. Salimos todos, incluso mis dos tíos, hermanos de mi viejo, con sus mujeres y sus hijos. Nos fuimos a Israel y vivimos unos meses en un kibutz. Toda la familia por parte de mi viejo se quedó ahí y nosotros fuimos para Argentina porque antes de la guerra, dos hermanos de mi mamá habían salido para allá. Y ahí, como te comenté, empezamos muy, muy de abajo. Primero vivimos en la casa de mis tíos y después nos fuimos a Warnes y Serrano, en Villa Crespo. Ya no exististe más esa casa.

—¿Cómo era con el idioma y el colegio?

—Yo era chiquito y lo agarré rápidamente. Mi vieja nos hablaba en castellano para que aprendiéramos rápido porque era la única manera de adaptarse e insertarse. Nunca más nos habló en polaco. Yo ya hablaba polaco, pero después lo perdí. Muchos años después intenté estudiar el idioma para recuperar las raíces, pero me costó bastante y lo dejé. Mi hermano, que falleció el año pasado en Buenos Aires, lo retuvo un poco más, algo entendía de grande, pero yo no.

—En Argentina tu nombre está ligado a los 90, a las novelas de la siesta, a los culebrones de esa época.

—Sí. Yo entré a la televisión relativamente tarde. A los 24 entré en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y egresé a los 29. Ahí, inmediatamente entré a trabajar en el San Martín como parte del elenco estable. Me tomaron para una obra que dirigía Jorge Petraglia: se llamaba La mujer silenciosa, trabajaba Daniel Fanego. Se inscribieron 600 personas para esa audición, tomaron a seis y entre esos, estaba yo. Estuve en el San Martín del 80 al 87, y no tenía ganas ni tiempo de cine o televisión. Trabajábamos mucho, ganábamos muy bien y aprendíamos mucho. Hoy creo que los actores jóvenes no tienen la suerte de pasar por una experiencia similar. Después del 88 empecé a trabajar en televisión, pero ya era grande. Ahí empecé a hacer novelas…en realidad, hice muchas porquerías. Pero tuve la suerte de trabajar con compañeros estupendos, como (Gabriel) Corrado. Con (Miguel Ángel) Solá hice El oro y el barro, y eso me dio un gran espaldarazo.

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Viejos conocidos: Edward Nutkiewicz con Miguel Ángel Solá y su esposa, la también actriz Paula Cancio

—¿No tenés un buen recuerdo entonces?

—Sí, pero en la televisión es difícil de aprender. Se aprende a hacer televisión, que no es lo mismo. En televisión corrés el riesgo de actuar mal.

—¿El corto recorrido en cine fue por elección?

—No hice mucho cine, es verdad, y me hubiese gustado hacer más. Hice poco y malo. El cine es mi cuenta pendiente porque deliro con el cine, me encanta. Tengo un buen recuerdo de La puta y la ballena, con Solá, con Sbaraglia. Pero soy de los que cree que uno está, estuvo o estará donde tiene que estar.

—¿En ese momento decidieron irse del país con la familia?

—Nos fuimos para Miami. Era algo que ya veníamos planeando: venía frustrándome con la cultura política argentina, no me sentía con la política de ese entonces, con los Kirchner, lo digo abiertamente. Me parecía una demagogia, un populismo insoportable, así que decidimos irnos.

—¿Y por qué Miami?

—Habíamos ido de vacaciones varias veces, mi mujer había trabajado en el año 95. En Miami fue empezar de cero porque afuera no te conoce nadie, y es lo más lógico. Por ahí alguno, por alguna que otra novela que se dio, pero son muy poquitos. Miami es muy especial, tiene una cultura caribeña. En broma, se suele decir que es la ciudad más cercana a Estados Unidos. Entonces para los argentinos, que somos bastantes europeos, yo me considero así, es una cultura distante la de Miami. Al poco tiempo logro trabajar en Telemundo, una de las productoras más importantes, hice varias series, entre ellas Al otro lado del muro.

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Edward Nutkiewicz en El Precio del Poder; de espaldas, Rodolfo Bebán

—¿Cómo se sale a buscar trabajo de actor en una ciudad desconocida?

—Primero fue buscar un representante, que me costó bastante. Luego, hacer castings. En Estados Unidos todos los actores hacen casting, cosa que en Argentina no. Vieron rasgos americanos que les gustaba, hablaba neutro, y ahí empecé a trabajar. Llegó un momento que me empezaron a llamar para hacer de americano, hablar en inglés, y yo, lamentablemente no hablo fluido el inglés. Lo entiendo, pero no para hacer un personaje gringo, gringo; no puedo. Por eso se me fue mermando el trabajo, porque cada vez me llamaban más para esos papeles. Así que paralelamente hice teatro. Me relacioné con un grupo argentino que tiene un teatro, hicimos la obra Cien veces no debo, y después empecé a buscar a amucharme con gente afín, con algunos argentinos, otros latinos, para empezar a proyectar a mediano y largo plazo.

—Otra vez empezar de cero…

—Me fue difícil Miami porque es todo inmediato, todo aquí y ya. No existe el proyecto como tal vez estamos acostumbrados en el teatro independiente de generar a mediano y largo plazo. No logré insertarme de la manera en la que yo quería, de la manera en la que yo estaba acostumbrado a trabajar, con un grupo y un proyecto, y eso me llevó a pensar en España, en Madrid. Conseguimos una nave, como acá le dicen a los galpones, y me vine hace un mes y medio para reciclarla. Pero no un teatro. El ser humano es el único animal que golpea dos veces con la misma piedra, y yo no me quise golpear por tercera vez: ya tuve dos teatros. Por eso ampliamos las posibilidades y será una sala de eventos, empresarial, culturales, artísticos, de todo tipo. Un espacio multiuso. Estaremos inaugurando dentro de un mes, aproximadamente, y veremos qué pasa. Yo soy comunitario así que desde ese punto de vista no tengo problemas. Yo siempre siento empatía con el pequeño empresario, con el que es generador cultural y artístico.

—¿Tu hija está siguiendo tus pasos?

—Natasha tiene 22 años y estudia en Los Ángeles, en la Universidad USC. Fue una gran alumna y muy talentosa. Cuando llegamos ella tenía 12 años y estudió en Miami, en una escuela de arte, y cuando egresó le dieron una beca. Termina el año que viene y supongo que se va a quedar ahí, porque allí está la industria. Si yo hubiera sabido bien inglés me hubiera ido a Los Ángeles.

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Edward Nutkiewicz con su esposa, la periodista Mercedes Martí, y su hija Natasha

—Te fuiste solo a España. ¿Tu esposa va a ir más adelante?

—Por ahora no, por ahora somos una pareja moderna. Va a ir y venir, pero no creo que se establezca acá por ahora. El que sí se va a establecer soy yo. Quiero aprovechar porque España está en un proceso de ebullición hermosa después de lo que fue la pandemia. Hay mucha gente, mucho turismo, más allá de que hay una crisis como la hay en toda Europa por la repercusión de la guerra, pero se viene con todo. Está lleno de argentinos, me estoy relacionado con ellos. Sin ir más lejos, el otro día estuve con Solá, con unos chicos cordobeses que tienen un teatro, está lleno de argentinos.

—¿Existe la posibilidad de regresar a la Argentina a trabajar?

—Estoy yendo poco a Argentina, cada vez menos, porque es una lástima lo que está pasado, estoy al tanto, pero no quiero ir más allá, dejémoslo ahí. Y a trabajar, he hecho algún que otro casting que me ha mandado mi representante de allá, en esta nueva modalidad, que uno mismo se tiene que filmar y mandar… Como todo, ahora uno tiene que trabajar para uno y para los demás. Es verdad que en mi caso me cuesta más viajar para solamente hacer un casting. Pero en Estados Unidos también es igual, no hablo solamente de Argentina. Mi hija la tiene re clara, las luces, donde poner el celular, todo. Yo no y no me gusta eso.

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Edward Nutkiewicz

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