Las líneas a continuación constituyen, fundamentalmente, un cúmulo de conjeturas. Respetuosas y hasta con algún asidero, pero conjeturas al fin. Lionel Scaloni es de esos personajes del deporte que expone a los periodistas al complejo desafío de la prudencia: suele pasar con las personas cuya grandilocuencia se manifiesta en hechos y no en palabras, que están lejos de hacer las delicias de la patria zocalera, que dan y exigen respeto por igual.
De tal modo, siendo que no solo no tengo trato personal con el sino que apenas pude entrevistarlo en un par de ocasiones –la última, a fines de la pandemia-, sería grosero de mi parte insinuar que tengo una interpretación precisa respecto del por qué de sus declaraciones post-Maracanazo, mucho menos dispongo de información fehaciente respecto de hasta donde corre real peligro su rol como entrenador del seleccionado. Sin embargo, este enunciado que bien podría calificarse como la anti columna, es una salvedad necesaria antes de aportar unos cuantos puntos que, en mayor o menor medida, podrían tener que ver con el inesperado y hasta impactante replanteo anunciado por el vecino de Pujato.
Soy de los cuestionadores de la primera hora de su designación como técnico del seleccionado. Apenas cuento en mi haber con un vago descargo: fui de los arrepentidos de la primera hora, mucho antes de la aventura qatarí. Nada de virtud personal; todo mérito de un entrenador que rompió todos los moldes y, de tal manera, nos dejó a muchos saltando con garrocha cual político ante un nuevo escenario electoral.
Sepan aceptar, entonces, la idea de que todo lo se enumerará a continuación puede o no ser parte del presunto hartazgo de Scaloni. Es más. Les ofrezco la posibilidad de prescindir de la coyuntura, olvidarse de que el involucrado es un técnico campeón mundial y reflexionar si todo lo que sucede con nuestro fútbol no basta para que cualquier protagonista, con algo de peso específico y buen gusto, pegue el portazo.
El listado es más amplio que lo que vendrá a continuación que, por cierto, es una enumeración caótica sin ningún rigor ni cronológico ni de importancia. Más bien, es como van llegando las cosas a la cabeza y de ahí a la computadora.
Solo para empezar y a modo de mirada macro, tengamos en cuenta el abismo que existe entre la excelencia de un grupo de jugadores y cuerpo técnico que trascendió el mérito de sus propios resultados y la realidad de un futbol doméstico infectado de disparates.
A saber.
Torneos con reglamentos gelatinosos. Un ascenso repleto de decisiones arbitrales inexplicables. Campaña proselitista en el tramo final camino al balotaje. El país mismo, con una economía que convierte en apetecible hasta la más modesta oferta laboral desde el exterior. Imposibilidad de potenciar al equipo a través de amistosos que, en su mayoría, fueron ante rivales como Guatemala, Irak, Venezuela, Nicaragua, Estonia, Honduras, Jamaica, Emiratos Arabes Unidos, Panamá, Curacao, Australia e Indonesia (priorización del cachet por encima del proyecto deportivo).
Partido por eliminatorias cancelado cuando un inspector sanitario brasileño decidió suspenderlo acusando a cuatro jugadores argentinos de violar la cuarentena. El precio de las entradas para las recientes eliminatorias con gente que pagó 130.000 pesos por una entrada y terminó siendo echada en tono de amenaza. Violencia impactante contra los hinchas argentinos a los que nadie se encargó de aislar de la masa local.
Tan obvio es lo obvio que no vale la pena complicarse con las versiones sobre incomodidades producidas por una supuesta omnipresencia dirigencial en los vestuarios del equipo. A propósito, muchos de los enormes maestros del deporte argentino llevan más de medio siglo explicando que ese, el del vestuario, es el espacio sacrosanto del deportista. Es más, se sabe de muchos casos en los que ni siquiera los cuerpos técnicos invaden esa zona en determinados momentos.
Imposible minimizar, finalmente, otro sello distintivo de nuestro fútbol como espectáculo. Hemos naturalizado que llevamos más de una década sin poder ir libremente a la cancha. Lo traduzco bien bruto: 15 de los 23 integrantes del plantel campeón no saben lo que es jugar un partido de la liga argentina con hinchadas de ambos equipos. Hasta semejante nivel de deformación hemos llegado.
Insisto. Quizás nada de esto tenga que ver con lo que expresó Scaloni. Ni con la supuesta decisión de no asistir al sorteo de la Copa América el próximo 7 de diciembre. Anuncio que abre un poquito más la rendija que hace sospechar que el asunto viene en serio.
Ojalá sea solo una forma severa y consistente de marcar el territorio y garantizarse otras reglas de juego ante una eventual continuidad. Ojalá aquello de las “energías” no vaya en línea con aquella reflexión que terminó con la salida de Marcelo Bielsa en 2004. Ojalá influya –exista- el “factor Messi” como elemento decisivo en una eventual continuidad.
Ojalá la dirigencia que suele recordar todo lo que ganó la Argentina en estos años, conquiste un nuevo título ya en el terreno de juego en el que sí son protagonistas y le dé al seleccionado de fútbol una continuidad que, en su tiempo, tuvo el básquet con el tándem Lamas-Hernández.
Ojalá se haga todo lo posible para que lo de Scaloni sea definitivamente un proyecto y no quede en una hermosa aventura de un puñado de años.
Sé el primero en comentar en"Que el de Scaloni no sea un paso fugaz… y brillante"