Perdió a su única hija en la AMIA y durante muchas noches alguien llamó a su casa: "Mamá buscame, estoy viva"

Una pesadilla recurrente. Durante muchas noches, incluida la madrugada anterior al día del atentado, Andrea Guterman soñó que hombres sin rostro la querían matar.

El día anterior, durante la final de la Copa del Mundo que en 1994 se jugó en Estados Unidos, se lo contó a su mamá, Sofía, que a la distancia no puede dejar de verlo como una premonición.

“Meses antes del atentado empezó con pesadillas. Mi hija me decía que soñaba que personas sin rostro la querían matar”, rememora con dolor Sofía (Adrián Escandar)
“Meses antes del atentado empezó con pesadillas. Mi hija me decía que soñaba que personas sin rostro la querían matar”, rememora con dolor Sofía (Adrián Escandar)

“Ella hacía meses que estaba soñando, por lo menos una o dos veces por semana que la querían matar. Y siempre me comentaba ‘anoche lo volví a soñar’ y yo le preguntaba ‘¿Pero qué te hacen?’, y ella me decía ‘No lo sé porque no tienen cara”, le cuenta Sofía a Infobae, en el living de su casa de Villa Crespo.

En estantes de madera a su espalda se descubren, entre adornos en los que se distingue un menorá y animales de cerámica, seis portaretratos. En todos hay fotos de Andrea con 28 años.

A 25 años del atentado a la AMIA, Sofía no puede evitar pensar que su hija, que en 1994 tenía 28 años, tendría hoy la misma edad que ella cuando explotó la bomba. Lo hace mientras prepara el discurso principal para el acto de este jueves 18, que le tocará dar.

Durante ese último partido en el que Brasil venció a Italia por penales, donde Roberto Baggio erró un tiro clave que obligó a la azzurra a esperar por su cuarto Mundial, Andrea -que era maestra jardinera, pensaba casarse a finales de ese año y buscaba trabajo- le comentó a su mamá que al día siguiente iría a dejar su currículum en un jardín de infantes de Tucumán y Callao.

La noche anterior al trágico atentado Sofía no durmió. Tenía un mal presentimiento, tanto que apenas se levantó el 18 de julio de 1994 llamó a su hija para decirle que no saliera a la calle
La noche anterior al trágico atentado Sofía no durmió. Tenía un mal presentimiento, tanto que apenas se levantó el 18 de julio de 1994 llamó a su hija para decirle que no saliera a la calle

Cuando lo dijo, mientras los hombres miraban absortos la definición de la final del mundo, le propuso probar suerte en la bolsa de trabajo de AMIA, que le quedaba cerca, a apenas cinco cuadras. “Nunca fui”, respondió Andrea y su mamá contestó que ella tampoco, a pesar de que durante años habían sido vecinas de la mutual.

Esa noche Sofía casi no durmió. Tenía un mal presentimiento. Tan fuerte era la sensación que apenas se levantó ese lunes 18 de julio de 1994, llamó a su hija para decirle que no saliera a la calle. El teléfono sonó varias veces en el departamento, pero nadie atendió.

Semanas después, al reconstruir ese día junto a su marido, Sofía supo que Andrea abandonó el jardín de Tucumán y Callao cerca de las 9:30. Apenas puso un pie en la calle se debatió entre probar suerte en la bolsa de trabajo o ir a avenida Corrientes a comprar regalos por el Día del Amigo. Exactamente 23 minutos más tarde explotó el coche bomba.

El cuerpo de Andrea entró una semana después a la morgue. “La cartera estaba partida en dos como por un hachazo”, recordó una primera imagen. Luego describió: “No alcanzaban los velatorios en la ciudad de Buenos Aires, entrábamos con un ataúd para hacer un entierro y salían otros, y llegaban más… era un ir y venir de ataúdes, una cosa impresionante. Una pesadilla”.

A las 9.53 del 18 de julio de 1994 la explosión en la AMIA dejó 85 muertos y más de 300 heridos (NA)
A las 9.53 del 18 de julio de 1994 la explosión en la AMIA dejó 85 muertos y más de 300 heridos (NA)

A 25 años del horror, Sofía no busca culpables ni insiste con pedidos de justicia. Invierte todas sus energías en lo único que cree capaz de generar una onda expansiva lo suficientemente potente como para proyectarse en el tiempo y hacer una diferencia: la memoria.

Un día caminando por la calle a apenas cuatro meses de la explosión, Sofía, que siempre fue maestra, sintió la necesidad de entrar a un colegio y preguntar si la dejaban hablar con los chicos de los grados superiores sobre la AMIA. Le respondieron que sí y desde entonces no paró nunca más.

Durante seis meses fue al departamento en el que Andrea vivía con su novio. Limpiaba, abría las ventanas, recorría las habitaciones y después se sentaba en silencio a escribirle. Esas cartas se convirtieron en su primer libro: “Más allá de la bomba”. La escritura fue su refugio.

Hizo un poema por cada decisión difícil que le tocó enfrentar. “Mataron a mi hija”, así de crudo y de cierto se llamó el primero. Le siguieron “Hoy regalé tus muñecas” y “El nieto que nunca tuve”, entre muchos otros. Fueron parte de su segunda publicación, “Poemas del corazón al cielo”.

En el juicio, entre 2001 y 2004, tuvo un rol protagónico. Habló, reclamó, dio entrevistas, no se calló. Eso le trajo experiencias inesperadas. Amenazas, llamados de madrugada en los que reproducían la marcha fúnebre al otro lado de la línea
En el juicio, entre 2001 y 2004, tuvo un rol protagónico. Habló, reclamó, dio entrevistas, no se calló. Eso le trajo experiencias inesperadas. Amenazas, llamados de madrugada en los que reproducían la marcha fúnebre al otro lado de la línea

Psicólogos y psiquiatras llevaron sus poemas a congresos en el exterior, traducidos a distintos idiomas y tres de ellos fueron musicalizados. Hizo otros tres libros: “En cada primavera renace la alegría de vivir”, “La gran mentira” y “Detrás del vidrio”, sobre el juicio oral y público.

En el primer acto al que los familiares llevaron pancartas, en el que le pusieron rostro a las 85 víctimas con sus fotos, Sofía conoció a la abuela de Sebastián Barreiros, con 5 años, la víctima más joven que tuvo el atentado a la AMIA.

“Paseaba con la pancarta de un lado para el otro, le pregunté qué le pasaba y me dijo que no sabía  donde poner la foto de su nieto “, recordó Sofía, que le dijo entonces: “Póngalo cerca de Andrea que era maestra jardinera y ella lo va a cuidar”. “Ese mismo día empecé a escribir un poema para ellos”, confió a Infobae.

Sebastián Barreiros tenía 5 años en 1994
Sebastián Barreiros tenía 5 años en 1994

“No se conocían en la vida terrenal,
Maestra jardinera ella,
con muchos niños a quien amar,
con muchos sueños de un hijo propio,
travieso, bueno y con una mirada angelical.
Él, pequeñito, muy apegado a su mamá,
hilaba sueños y fantasías,
mientras jugaba en su lugar.
Los asesinos, con su maldad,
hicieron volar sus almas
al inmenso campo celestial,
a la misma hora, y en el mismo lugar.
Desde aquel entonces, siempre juntos van,
mi hija Andrea y el pequeñito de Sebastián.
En un jardín de infantes del Más Allá,
juega tranquilo, con mucha paz,
el pequeñito de Sebastián.
Una maestra sin delantal,
le cuenta cuentos, lo hace jugar,
caminan juntos, no sufren ya
porque en el cielo no hay maldad”.
(Fragmento del poema Andrea y Sebastián)

“Yo creo que los de mi hija fueron sueños premonitorios. Porque pasó así, las caras no las vio, armas tampoco. Ellos sabían que se morían y no sabían por qué. Creo que existe un destino y cuando llega el momento algo lleva a las personas al lugar equivocado, a la hora equivocada”, reflexiona Sofía.

En el juicio, entre 2001 y 2004, tuvo un rol protagónico. Habló, reclamó, dio entrevistas, no se calló. Eso le trajo experiencias inesperadas. Amenazas, llamados de madrugada en los que reproducían la marcha fúnebre al otro lado de la línea. Un juego psicológico que llegó a su mayor perversión el día que alguien se hizo pasar por su hija.

“Me llamaban, dejaban mensajes en el contestador, se escuchaban sollozos y una chica de pronto gritaba: ‘Mamá buscame, estoy viva'”
“Me llamaban, dejaban mensajes en el contestador, se escuchaban sollozos y una chica de pronto gritaba: ‘Mamá buscame, estoy viva’”

“Me llamaban, dejaban mensajes en el contestador, se escuchaban sollozos y una chica de pronto gritaba: ‘Mamá buscame, estoy viva’“, compartió con Infobae la escena. Ella nunca vio el cuerpo de Andrea, sólo le dieron sus cosas. La esperanza, las ganas de que fuera cierto admite que la hicieron dudar durante un tiempo, que se encontró buscándola muchas veces en la calle.

Entre otras intimidades del dolor, esas que crecen hacia dentro de las casas en las que también explotó la bomba, desde 1994 ni ella ni su marido volvieron a decirse “feliz cumpleaños”.  Esos días sólo se abrazan y no hacen falta palabras, o no alcanzan.

“Es como que algo destiñe los colores”, define Sofía su vida después del atentado. A pesar de los años, del dolor, está convencida de que en la Argentina no hay conciencia de que no fueron sólo 85 las víctimas. Recuerda la charla con un chiquito de primaria en un pueblo de Santa Fe, que le preguntó desconcertado por su historia:

-¿Por qué nos viene a contar esto si eso pasó en Buenos Aires?

-Porque sos argentino y a vos te tocó también.

 

Fotos: Adrián Escandar
Video: Lihue Althabe y Matías Arbotto
Producción: Nicolás Spalek

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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