La decadencia no soporta al disidente, es uno de los rasgos que más la delata. Y la pequeñez se corresponde con el fanatismo, con ese muro que describe y protege la pobreza del espíritu. El marxismo murió de solemnidad en Rusia y en Cuba, agoniza en Venezuela; los que piensan distinto son delatados, perseguidos, encarcelados. La codicia de los ricos fue más lúcida y eficiente que el autoritarismo de los supuestos revolucionarios. El capitalismo es liberal en las palabras y autoritario en los negocios y las ganancias. Se puede duplicar el dólar, aumentar con desmesura las tarifas, bajar sin rumbo ni sentido los ingresos y el consumo, eso sí, no se permite cuestionar a un ministro.
Lilita Carrió supo ser la expresión coherente de la rebeldía, muy votada para legisladora con ausencia de apoyo en la contienda presidencial. Ella fue imprescindible en el triunfo de Cambiemos, dio vuelta la historia cuando salió de la eterna izquierda testimonial para decidir apoyar a Mauricio Macri, y su jugada fue definitoria porque su aporte desempataría en una sociedad donde las caras de la grieta son de simétrica dimensión. Se me ocurre que estaba dispuesta a acompañar un proyecto, no a extraviarse en un sinsentido. Y que como a todos los que caminamos la calle siendo conocidos, la queja nos carga de una responsabilidad difícil de esquivar, sobre todo si uno ama la política y no nació para burócrata. Y Macri es hoy un amontonamiento de promesas fracasadas, de frustraciones sin rumbo ni sentido, de soberbia mezclada con impericia, un nuevo gestor impostado en el imperio de la desesperanza. La mediocridad no es una ideología, ni se encubre con esa pretensión, el problema no es si son estatistas o liberales, el drama es que son brutos y generan en consecuencia daños enormes y la mayoría de las veces carentes de sentido.
Y Lilita aporta la riqueza del disidente, del que no quiere ni puede transitar el fracaso en silencio. A veces, muchas, con excesos de palabras y acusaciones mueve la modorra de los oficialistas, de esos que hacen silencio por el cargo, la secretaria, el coche y el chofer. Y como en todo lo que hace suele exagerar, a veces no cuestiona al hombre sino al sistema, a la misma institución. Pero en una sociedad en caída libre y sin rebeldías coherentes, son los silencios y no los alaridos los que merecen ser sancionados.
Los Kirchner tenían un aceitado aparato para perseguir disidentes con radio, televisión y diarios que estaban inoculados por el virus de la izquierda sectaria y fanática, oscura y agresiva. Aquel asesinato de Trotsky en México es el paroxismo del odio al que opina distinto. Perón conducía disidencias, las contenía, se reservaba la última palabra solo en los casos en que era necesario. Gobernó diez años, estuvo 18 exiliado y hasta prohibieron nombrarlo, esos que lo describen como fascista, de esos muchos gobiernan hoy y la mayoría piensa como lo hacían ellos.
El gobierno que se fue y el que llegó son diferentes expresiones del fracaso y su principal sostén es la falta de opciones, una cárcel que no tiene salida.
La burocracia se abroquela ante el miedo a perder las prebendas, así fue con los tristes seguidores del turco Carlos Menem, así fue en buena parte de los Kirchner, así sigue siendo en una sociedad que se acostumbra a la caída sin ser capaz de forjar la salida.
Cuando los gobiernos fracasan como este y el anterior, el problema no es la ortodoxia, sino la ausencia de rebeldía en el oficialismo, de cuestionamiento. Lilita es la vanguardia, esperemos que muchos la sigan. En ellos está depositada la vitalidad de una sociedad y en consecuencia en toda estructura política también se asienta la obligación y la capacidad de encontrar la salida. No imagino esta crisis sin disidentes, no es para coincidir o no con Lilita sino solo para festejar todos y cada uno de los que hablen para expresar su divergencia, porque en ella y solo en ella se refugia la esperanza.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
Sé el primero en comentar en"Para Elisa"