Pablo Stefanoni: “Para algunos jóvenes, ser de derecha hoy es algo rebelde y cool”

Pablo Stefanoni
Pablo Stefanoni

El antiprogresismo y la anticorrección política edifican hoy un nuevo sentido común que parece alimentarse de una doble deficiencia de la izquierda: cierta dificultad para encarnar proyectos transformadores y también una incapacidad para imaginarlos, según formula en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? el historiador y periodista Pablo Stefanoni, para quien “hay una cierta superioridad moral del progresismo que le hace creer que no hace falta leer a la derecha”.

Doctor en Historia y jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad, Stefanoni busca desentrañar por qué la izquierda dejó de leer a la derecha mientras las nuevas derechas alternativas, ubicadas a la derecha de los partidos liberal-conservadores convencionales, sí leen y discuten con la izquierda.

“Leer a la derecha es leer los libros y artículos que publican pero también mirar un poco más allá de lo que nosotros creemos que es la derecha, identificar corrientes, tensiones internas y lógicas de acción”, sostiene el autor, que fue a buscar a ese Otro para indagarlo y entenderlo con un puntilloso trabajo que incluyó bibliografía pero también una búsqueda en la deep web, fragmentos colgados en la nube, posteos efímeros en 4chan o Twitter y memes.

Pablo Stefanoni
“¿La rebeldía se volvió de derecha?” (Siglo XXI), de Pablo Stefanoni

En la introducción advierte sobre la “ilusión keynesiana” que abrió la pandemia en 2020 en cuanto a una vuelta del Estado y también a la percepción de que no da igual tener o no un sistema de salud pública. ¿En qué medida esto puede cambiar los márgenes de maniobra de la izquierda que, aun cuando gana las elecciones, se ve imposibilitada de generar cambios?

– Creo que hay ideas muy superficiales sobre el “retorno del Estado” o al menos las había al comienzo de la pandemia. La salud pública puede ser un buen punto de inicio para discutir cómo desmercantilizar una parte de la vida social colonizada por el mercado y cómo construir instituciones de bienestar en América Latina que vayan más allá de la transferencia de ingresos. Ahí hay un déficit muy grande de la era progresista o del “giro a la izquierda” regional: hubo aumento del consumo popular, lo cual está muy bien, pero muy poca discusión y avances sobre cómo construir Estados de bienestar efectivos e instituciones que viabilicen las políticas igualitarias más allá del voluntarismo de los gobiernos.

A un año del inicio de la pandemia, se ha avanzado poco en ese sentido. Es cierto que los gobiernos pusieron sus energías en lo más inmediato, pero quizás debería encontrarse el momento de pensar un poco más allá. En países como Argentina, la clase media en gran medida dejó de utilizar ciertos servicios públicos. Y si se deja de utilizar la salud y la educación pública, los impuestos se van volviendo cada vez menos legítimos. Y la crítica antiimpuestos suele ser una vía de expansión de las derechas.

Quizás necesitemos ser más “socialdemócratas” en el sentido de pensar en instituciones de bienestar articuladas y perdurables, asociadas a una estructura más progresiva de los impuestos.

– ¿Por qué la izquierda dejó de leer a la derecha? ¿Es falta de estoicismo, un problema con la idea del Otro o simplemente la inercia de las burbujas sociales y los algoritmos virtuales en los que nos movemos?

– Hay un poco de todo. Hay una cierta superioridad moral del progresismo que le hace creer que no hace falta leer a la derecha. ¿Para qué, si son los neoliberales de siempre o encarnan nuevas formas de fascismo? Creo que las nuevas derechas expresan inconformismos, insatisfacciones y enojos de parte de la sociedad. Algunos de ellos son frente a avances progresistas que debilitaron jerarquías sociales, de género o sexuales. Pero también hay una reacción a un centrismo que hizo que en muchos países no haya grandes diferencias entre centroderecha y centroizquierda, y a la falta de alternativas y de imágenes positivas del futuro. El futuro se volvió cada vez más sombrío e incluso distópico. Si -como dijo Marx- la revolución debe extraer su poesía del futuro, esto es un gran problema. Frente a ello, se cuela con éxito lo que el sociólogo francés Philippe Corcuff denominó “un hipercriticismo disociado de la idea de emancipación”. Un tipo de crítica a las “elites” y al “sistema” anudados con imaginarios políticos conspirativos y fuertemente antiprogresistas. Entonces, leer a la derecha es leer los libros y artículos que publican pero también mirar un poco más allá de lo que nosotros creemos que es la derecha, identificar corrientes, tensiones internas y lógicas de acción.

El ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, saluda a la gente frente a la Trump Tower, Nueva York, Nueva York (REUTERS / Carlo Allegri)
El ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, saluda a la gente frente a la Trump Tower, Nueva York, Nueva York (REUTERS / Carlo Allegri) (CARLO ALLEGRI/)

– Sostiene que Trump es, en muchos sentidos, alguien que vino a romper más que a conservar. La toma del Capitolio, la escena final de su mandato, le hace justicia a la frase. ¿En qué cuestiones cree que la ruptura fue más determinante?

– Como muestran Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias, Trump atacó muchas de las instituciones informales de la democracia estadounidense. Pero hay un efecto del trumpismo que trasciende a Estados Unidos: un Trump que “rompía todo” (las Naciones Unidas, la organización Mundial de la Salud, el Acuerdo de París) llevó al progresismo a ubicarse en una posición de defensa del statu quo. No está mal defender ciertas instituciones, pero me parece que hay que ser conscientes de que eso puede conllevar una posición excesivamente conservadora, incapaz de canalizar los inconformismos de la sociedad y sobre todo de los de abajo. No digo que no se pueda hacer un frente democrático contra las extremas derechas, pero, al mismo tiempo, hay que tener presentes las consecuencias. Quizás la mayor herencia del trumpismo haya sido habilitar que figuras y discursos marginales o periféricos hayan ocupado una inédita centralidad y ampliar los márgenes de lo decible.

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En la introducción del trabajo, el autor plantea los grises a considerar a la hora de inscribir a Cambiemos en la nueva derecha: el partido hizo de la pospolítica su identidad, adoptaron medidas de tipo progresista en algunos ámbitos de la gestión cultural y abrazan más el new age que el catolicismo. Si bien destaca que tiene una “derecha de verdad” en su seno, aclara que los “anticuerpos del Nunca Más” vienen siendo efectivos para evitar una legitimación más amplia de estas visiones.

Quizás la mayor herencia del trumpismo haya sido habilitar que figuras y discursos marginales o periféricos hayan ocupado una inédita centralidad y ampliar los márgenes de lo decible.

– La escena de las bolsas mortuorias instaladas en la puerta de la Casa Rosada parecieran romper con esta dirección ¿Todavía son formaciones marginales o es más bien embrionario?

Las derechas o centroderechas como Cambiemos están fuera del libro. Me interesé por las derechas “alternativas”, que se asumen sin complejos y dan una batalla cultural antiprogresista desde posiciones contra la política convencional. Hoy hay en Argentina un sector que quiere hacer algo del estilo de Vox en España y viene curiosamente de la mano del fenómeno de los “libertarios”, una tradición inexistente hasta ahora en el país. En Cambiemos está la exministra Patricia Bullrich que sí quiere jugar desde la derecha y eso les dificulta la tarea. Me parece que hay un sector de la sociedad que quiere una oferta de derecha más ideológica y menos culposa, y alejada del discurso de gestión y post-ideológico del larretismo.

Pablo Stefanoni
Pablo Stefanoni (Sebastian Freire) (Sebastian Freire/)

-A lo largo del libro da cuenta de cómo la nueva derecha alteró la función intelectual, amparada en gran parte en plataformas y dinámicas típicas de internet. ¿Por qué los intelectuales de izquierda aún no se animan a “ridiculizar a los ridiculizadores”?

– Lo que hoy está de moda denominar “incorrección política” o “divertido” tiene dimensiones transgresoras frente a lo que aparece como una moralización del discurso progresista. El problema es que hoy esa “incorrección” es el vehículo de todo tipo de derivas reaccionarias, racistas, misóginas, homofóbicas. En Estados Unidos hay muchos programas de humor político progresista, en América Latina, no. Hay una batalla que dar ahí, y pensar cómo deshacernos de ese manto moralizador -que en parte viene de la cultura protestante estadounidense- sin caer en discursos hiperbólicos sobre nuevas inquisiciones e insensateces de ese estilo.

– ¿Por qué las ideas de Agustín Laje y Javier Milei prenden entre los más jóvenes?

– Porque aparecen como transgresoras y contra consensos establecidos. En el primer caso, contra un progresismo muy extendido en la sociedad, la educación, muchos medios, gran parte del Estado; en el segundo contra el consenso keynesiano que ya casi nadie discute. Laje tiene un discurso de batalla cultural muy en línea con extremas derechas como Vox; Milei da la batalla ideológica más desde la economía, desde una posición minarquista (N. de la R. Filosofía política que propone que el tamaño, papel e influencia del Estado en una sociedad libre debería ser mínimo) e incluso anarcocapitalista que entronca con discursos antipolíticos, antiimpuestos, en defensa de la “gente común” contra los “políticos ladrones”. En ambos casos, interpelan en mayor medida a jóvenes varones, hay una dimensión de género también acá. Una diferencia interesante es que los medios no quieren o no se animan a invitar a Laje y a difundir su perorata antifeminista y anti-”ideología de género”, pero sí lo hacen con Milei, que está varias horas por semana en los medios. No obstante, Laje tiene mucha audiencia en Youtube y es invitado a menudo a diversos países de América Latina. Hace unos días, un “debate libertario” sobre el aborto entre Laje y la guatemalteca Gloria Álvarez tuvo más de un millón de visualizaciones y Laje tiene más de 800.000 suscriptores en su canal de Youtube. Ser de derecha hoy, para algunos jóvenes, aparece como algo rebelde e incluso cool.

-El libro cierra con un “Glosario esencial para entender a las nuevas derechas”. ¿Por qué eligió ese detenimiento en las palabras? ¿Qué se juega en ese intento por entender la jerga?

– Está escrito como si fuera el resultado de un viaje a “otros mundos” que uno quiere contar a sus coterráneos. Pese a que están a un clic de la computadora, sabemos poco de ellos. Creo que el glosario ayuda a orientarse en un mundo que para muchos lectores es novedoso. Hay muchas figuras, corrientes e ideas que no son muy conocidas en el mundo progresista. Esas palabras son interesantes porque resumen mucho de lo que recorre el libro, que buscó cartografiar estas galaxias de las derechas, desde algunas más marginales a otras más significativas electoral y políticamente. Desde unos “locos” neorreaccionarios hasta Marine Le Pen, pasando por quienes se radicalizaron en internet, por ejemplo leyendo sobre el “gran reemplazo” (de los blancos) y terminaron cometiendo atentados.

Fuente: Télam

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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