Es llamativo, pero en el debate público lo que menos se discutió fue el contenido constitucional. El interés de electores y elegidos estaba centrado en cuál sector político ganaría la elección, incluso quien predominaría en la derecha o en la izquierda.
Como en otras partes, en Chile las elecciones más que ganarse o perderse, se explican, y sus políticos actúan como comentaristas o entrenadores de fútbol, más que asumir responsabilidades. De hecho, nadie renuncia por un mal resultado, a diferencia de lo que ocurre en las mejores democracias.
Pero algunas cosas quedaron tan claras que permiten al menos definir a quiénes les fue bien y a quiénes les fue mal, según sus expectativas y sus propios dichos. Fue un tsunami, una debacle del gobierno y un fuerte voto de castigo. Marca la posible desaparición como actores relevantes de grupos políticos claves de la ex Concertación, como la Democracia Cristiana y el Partido por la Democracia. Sobre todo, fue un gran triunfo de la derecha cuyos dos sectores lograron el control total del Consejo Constitucional. Y al interior de este sector, el más votado fue el Partido Republicano de Kast que no se sumó al acuerdo para la nueva constitución, lo que sin duda es una derrota del sector más dialogante. La raya para la suma es que con el 95,13% escrutado, el bloque de derecha obtiene el 56,5%.
También muestra el buen pie de las elecciones chilenas, donde el resultado se conoce siempre al par de horas, y no es cuestionado por nadie.
Es el fin de una etapa para toda pretensión refundacional y un rechazo a quienes intentaron quemar Chile. También una expresión de lo bueno de la democracia, que quienes perdieron pueden ganar la elección siguiente.
Si. Fue otro giro de la política chilena, y es posible que los cálculos de las fuerzas políticas que iniciaron este nuevo proceso constitucional no resulten como lo esperaban. Chile ha tenido los suficientes giros en poco tiempo como para concluir que el único camino duradero pasa por un gran acuerdo nacional.
Todo aconseja precaución. Chile ha tenido varias elecciones, una detrás de otra en los últimos años, y cada vez los electores han variado de opinión, en lo que ha sido una verdadera lotería electoral. Así fue como en la elección para los constituyentes de la fracasada Convención, se eligieron aquellos más a la izquierda de la oferta para al final rechazar su propuesta con el 61,87%% de los votos.
Después, en la elección presidencial le dieron la primera mayoría a José Antonio Kast quien reivindicaba sin complejos la obra del gobierno militar, para en la segunda y definitiva vuelta transformar a Gabriel Boric en el candidato más joven y votado de la historia, aunque compensaron dándole buena votación en el Congreso a la oposición, incluyendo casi la mitad del Senado a la derecha.
Boric trajo consigo un programa de cambio profundo para Chile y de crítica total a lo que se había hecho en los 30 años del retorno a la democracia post Pinochet. Unió la suerte de su gobierno a la Convención y el masivo rechazo lo dejó prácticamente sin programa; su gobierno ha ido de problema en problema, de crisis en crisis, muchas autoprovocadas.
Al igual que otros similares de la región ha tenido un serio encontronazo con la realidad. Llegaron hablando desde una supuesta superioridad moral en relación con el pasado y trajeron la incompetencia propia de quienes no tenían experiencia en el gobierno, incluyendo las relaciones internacionales. Ante la fuerte baja en las encuestas y un deterioro de las expectativas creadas, se vieron obligados a reconocer que no era verdad aquella afirmación, tan repetida que en Chile (casi) nada bueno se había hecho en 30 años, y debieron invitar a hacerse cargo de importantes ministerios a los socialistas de la denostada Concertación.
Sin embargo, no hubo cambio en lo fundamental del discurso rupturista, sin entender que, al no tener mayoría en el Congreso, como en toda democracia, se necesitaban acuerdos previos con sus adversarios para poder aprobar leyes.
Lo que ha pasado en Chile es un obvio contraste con el periodo post 1990, donde se turnaron la centro izquierda y la centro derecha. No hubo allí cambios bruscos, pero le dieron a Chile lo que se reconoce en el exterior como sus mejores años.
La pregunta obvia es como la acusación que nada se había hecho fue creída por tantos votantes en lo que se ha impuesto en muchas elecciones en América Latina, donde ha predominado la narrativa por sobre los hechos y la emoción sobre la razón. También, porque ha existido en Chile tanta renuencia a defender lo mejor de la democracia, cual lo es la búsqueda de acuerdos entre adversarios y la resolución pacífica del conflicto, con la excepción del expresidente Lagos en la ex Concertación, coautores de aquel verdadero mini milagro chileno.
Chile sufrió de lo que se ha dado en llamar el “octubrismo” por el mes en que tuvo lugar, ya que el 2019 apareció una violencia aguda en sus calles, donde la policía fue sobrepasada y pudo haber derribado al gobierno, más bien renuente a aplicar los instrumentos de los que disponía. Es lo que en Chile los críticos han llamado, para diferenciarse, la derecha cobarde.
El resultado del rechazo del plebiscito debió haber conducido a lo que indicaba la propia reforma constitucional que lo hizo posible, es decir, que se volvía a la ley y constitución anterior, por lo que, como en toda democracia, le correspondía toda reforma futura al Congreso, además uno recién electo.
Sin embargo, se impuso esa antigua desviación de la democracia que es la partidocracia, es decir, que el soberano es reemplazado por la opinión de directivas partidarias.
Comparo al respecto dos resultados que coincidieron, a pesar de que en ninguno había una obligación legal de convocar a referéndum. En el Reino Unido, en el del Brexit, una pequeña diferencia fue suficiente para que toda la clase política dijera que el pueblo había hablado con el de Colombia donde el gobierno de Juan Manuel Santos no oyó a la mayoría que rechazaba su acuerdo con las FARC.
En Chile, en una errada interpretación, ese casi 62% no fue escuchado y se convocó a lo que podría ser un proceso sin fin, toda vez, que, para materializarse, esta visión tendría que ser continuada hasta que hubiera una nueva constitución.
En definitiva, lo que predominó fue un sector de la derecha, mayoritario en el Congreso, que se puso de acuerdo con la ex concertación y el Frente Amplio de Boric para una nueva convocatoria, que sirviera, sobre todo, a los grupos políticos.
Así, para el Frente Amplio en vez de su derrota, el gobierno tiene por delante la posibilidad de una constitución, que, de ser aprobada en el plebiscito de salida, va a tener la firma del presidente Boric en vez del expresidente Lagos, cuya firma había reemplazado desde el 2006 a la de Pinochet, en las substanciales reformas que encabezó y que la convirtió en una plenamente democrática.
Para la ex Concertación es el tiempo que cree necesitar para reorganizarse y llenar un espacio hoy ausente, deseo al que se unen otros grupos como Amarillos o Demócratas, que nacieron para reponer al hoy desaparecido centro político.
El entusiasmo de este sector de la derecha provenía de la idea que así se clausuraba definitivamente la difundida afirmación que esta constitución era todavía la de Pinochet, idea compartida por la mayoría.
Pero ¿qué pasa si fracasa este nuevo proceso constitucional? Además, en un contexto donde el resultado de esta elección hace difícil la gobernabilidad para un gobierno deteriorado, a no ser que renuncie a su proyecto original.
Chile volvió a cambiar y lo hizo con rapidez. La ley del péndulo demostraba que nadie tiene clavada la rueda de la historia, la que sigue en movimiento. Por cierto, ahora en un escenario muy influenciado por el fracaso de la gestión del gobierno, y, por la cantidad de errores no forzados cometidos, quizás por la arrogancia de querer refundar el país.
Lo que se pierde muchas veces no regresa, y si lo hace rara vez es igual. Entre otros factores, al éxito de Chile en esas criticadas y hoy añoradas tres décadas, contribuyeron la estabilidad en sus políticas y los amplios y mayoritarios consensos que se encontraron.
No existe otra receta exitosa en democracia. Al contrario de lo que muchos chilenos piensan, no existe en su historia ninguna “excepcionalidad” en relación con otras naciones de América Latina, lo que hay es una tendencia que reaparece una y otra vez de institucionalizar sus conflictos y a valorar el orden hoy perdido.
El problema es que no siempre la canalización del conflicto lo resuelve. Es lo que quizás sigue ocurriendo con el debate constitucional, en el que continúa empantanando al país, hoy, un verdadero fetiche al cual cada opinante le da un significado diferente.
De partida, a pesar del voto del 61,87%, los partidos mantuvieron abierta la compuerta detrás de sus propias necesidades e ilusiones, con el agregado que la solución encontrada por sus dirigentes fue muy extraña.
Más aun, en esta elección figuraron muchos temas de la contingencia y de lo menos que se discutió fueron propuestas constitucionales. Curioso. Pocos candidatos lucieron sus credenciales de saber constitucional. Como si la Convención y su fracaso no hubiera existido.
Cincuenta constituyentes del Consejo Constitucional acaban de ser electos, que en realidad no van a redactar una “nueva” constitución, sino pronunciarse sobre una propuesta que les va a presentar una Comisión” Experta” de 24 integrantes, tan designados por los partidos como los 14 del Comité Técnico, una comisión de control que puede rechazar toda propuesta presentada por los electos si considera que se aleja de las 12 bases constitucionales ya convenidas. Comisión y Comité, ambos ya en funciones, y trabajando.
¿Saldrá algo bueno de todo esto? La búsqueda de consensos siempre es positiva, pero el problema es que buscando evitar el delirio constitucional vivido en la Convención, los partidos nominaron gente parecida a ellos y fiel a cada dirigencia, por lo que la percepción pública o la contrapropaganda en redes habla de “funcionarios” más que de expertos o técnicos. Y fieles a sus mandantes lo han sido, huella que les puede pasar la cuenta a esos partidos, si algo sale mal.
De lo que se sabe de la labor de la Comisión y del Comité está claro que, aunque muchos elementos ya existen, Chile se va a mover hacia el Estado Democrático de Derecho, el que pasaría a ser constitucionalmente la forma de organización jurídica del aparato estatal chileno, en reemplazo del actual Estado subsidiario.
Así se respondería al fuerte deseo de un Estado de Bienestar, pero se incorporaría un elemento que puede ser negativo para el cambio radical, ya que va a ingresar al texto constitucional la realidad existente en temas como salud o pensiones, por lo que en el futuro se va a hacer más difícil un cambio refundacional y las promesas de una coalición de gobierno como la actual. Y no estoy seguro de que ellos se den cuenta de cómo se dificulta que se confíe en su narrativa de cambio.
El producto final va a ser una constitución semejante a la que hoy existe, pero con la legitimidad de haber sido plebiscitada en democracia, ya que el pecado original fue que el plebiscito de 1980 no reunió ningún requisito de limpieza.
¿Pondrá fin al tema constitucional? Esa es mi gran duda, ya que no creo que el octubrismo y su violencia estén muertos en Chile. Ni el gobierno de Boric fue la “tumba del neoliberalismo” como lo aseguraron como tampoco un acuerdo mayoritario en este nuevo proceso y su probable aprobación en plebiscito, podrían ser el final de la “cuestión” constitucional que ha perseguido a los chilenos. Mis dudas: ¿Qué pasa si vuelve, a pesar de todo, la polarización? ¿Cómo se actuará con un nuevo estallido violento?
De ahí la responsabilidad politica de quienes idearon este camino. Puede haber existido el mismo error que el de quienes hicieron la constitución en dictadura, o el del extremismo de la Convención, la de pensar que se “acababa” un cierto problema, que por fin dejaba de girar la rueda de la historia. Esta vez la inundación puede hundirlos, toda vez que Chile parece estar en otra sintonía, más preocupado por temas de crisis económica y delincuencia.
Más aun, por el problema de las expectativas, tan malo como intentar cambiarlo todo es que después (casi) nada cambie, legitimado eso sí, pero en una situación de crisis puede ser insuficiente si reaparece la búsqueda de culpables.
Siempre habrá insatisfacciones, por ejemplo, algo que fue pésimamente abordado en la Convención, es un tema que siempre ha figurado en forma prioritaria para mi persona y el problema es que, aunque su momento histórico en democracia ha llegado hace ya tiempo, no hay indicación mayor que el tema de la regionalización y la descentralización figure como prioridad en este nuevo proceso constitucional.
Yo sigo convencido que Chile necesita una invitación no a cualquier texto, sino a grandes consensos, aquello para lo cual hoy todavía no existe el presupuesto mínimo, cual lo es el reconocimiento de la legitimidad del adversario político, algo que es muy difícil de aceptar para grupos como el Frente Amplio o el comunismo.
Para mí, la gran tarea inconclusa de esta etapa sigue siendo la construcción de un Gran Acuerdo Nacional que lleve a Chile al desarrollo, recordando que mejores cosas se han conseguido en Chile por el consenso que a través de la imposición.
Por ahora, la probable nueva constitución va a llevar la firma del presidente Boric, con un contenido que seguramente lo va a avergonzar más que enorgullecer.
¿Qué puede salir mal entonces? ¿La propia legitimidad del proceso?
@israelzipper
Abogado, Ph.D. en Ciencia Politica, ex candidato presidencial en Chile
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