Nora Cárpena (73) sonríe pese al duelo, al dolor que supuso la reciente partida de Guillermo Bredeston (84), su compañero durante 53 años. Toda una vida. El pasado 28 de julio, ese lazo icónico del ambiente artístico vivió su día más triste. Pero, lejos de cortarse, permanece.
Mientras, ella se rearma. Con lo que tiene a mano, que no es poco: el amor de su familia, de sus hijas –Lorena y Nazarena–; de sus nietos –Federico, Solana, Pilar, Estefanía, Milagros, Trinidad y Carmela–; de sus amigos y aferrada a este nuevo rol, que desempeña con tanta lucidez: panelista en Incorrectas, el programa que su querida Moria Casán conduce en América.
“Toda mi carrera la hice estudiando y diciendo letra de autor. Esta vez hablo por mí. Siempre hay que tener cuidado, porque la televisión llega a mucha gente. Meter la pata es bravo, sobre todo cuando uno puede herir, lastimar o aconsejar mal. También me divierte, me parece un desafío. Cuando Moria me llamó y me lo propuso, ni lo dudé”.
–Además, que te llamara ella fue especial.
–Sin dudas, porque le tengo un cariño muy grande, y mucho respeto. Nos llevamos bárbaro en aquellos diez años de Brujas… De hecho, fui yo quien le dijo a Guillermo que me parecía ideal para el papel. Me hace bien estar con ella en Incorrectas: sé que voy a estar protegida.
–¿Cómo te ves en este rol?
–Ahora tengo más soltura… Al principio me costó. Decidí, de alguna forma, hacer la interpretación de una panelista. Trato de pensar y opinar así. Hay días en los que me pongo pelucas, me divierto…
–Te ha tocado hacer de todo en televisión. Hasta de villana.
–Voy a usar una frase que no es mía, sino de una persona que quise y admiré mucho, que fue Ana María Campoy: “A mí me gusta hacerme el ojo”. Maquillarme.
–Es tu vida.
–Sí, es mi vida.
–Y eso viene de familia.
–Sí, porque tuve padres actores (NdeR: los célebres Homero Cárpena y Haydée Larroca) y nunca dudé de este camino. Cuando era chica y me preguntaban qué iba a hacer de grande, yo decía: “¡Qué pavada! ¿Qué otra cosa puedo ser?”.
–¿Te acordás de la primera vez que actuaste?
–Hacía payasadas todo el tiempo, frente a mi familia. Y “debuté” con unas escenitas en una película de mi papá: una nena que jugaba en el piso. Tendría cuatro años.
–¿Añorás la época del teleteatro de la tarde?
–Me encanta haberlo vivido. Lo que me duele es no haberlo sabido disfrutar. Una no se daba cuenta de lo que significaba para el público. Lo tomaba como algo natural… Yo venía haciendo, desde joven, mucha novela a la tarde. Pero había un público que no me conocía, que era el de la noche. Y Rolando Rivas (1973) fue el primer programa fuerte de ficción en ese horario. Formar parte de ese éxito me transportó a otro público.
–¿Cómo tomaste la fama? ¿Te cambió?
–No, no… Mi papá tenía puesto un cuadro, con una frase de John Barrymore, que decía que los actores nos asemejamos a una ola: viene, sube, hace un ruido terrible, se mantiene un rato en la cresta… y al final se la termina tragando la arena.
–¿Sentís que es así?
–Sí, sí. Hablo de actores de otra época, figuras, y veo las caras de mis nietos, y a veces hasta de mis hijas: no los conocen. Siento que todo desaparece, que es efímero…
–¿Lo histriónico siempre se te dio fácil?
–Me gusta más el trabajo dramático, pero normalmente me llaman para hacer comedias. Me hubiera encantado, alguna vez, hacer una tragedia. Intentarlo, bucear en eso… Nunca trabajé en el San Martín, por ejemplo. Ni en el Cervantes. Esas cosas no se me dieron nunca.
–Qué injusticia.
–Mi papá formó parte de la primera compañía de actores dirigidos por Cunill Cabanellas, el elenco estable original del Cervantes. Hay un camarín con el nombre de mi padre, pero nunca pude actuar ahí. Me pasa con el cine: se me niega siempre.
Por Eduardo Bejuk
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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