Especial para Infobae de The New York Times.
Los brasileños votaron contra la reelección de su presidente de ultraderecha, Jair Bolsonaro, después de un solo mandato. Lo remplazará el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
BRASILIA — El domingo, los votantes de Brasil despidieron al presidente Jair Bolsonaro tras solo un periodo y, según dijeron las autoridades electorales, eligieron a Luiz Inácio Lula da Silva, un exmandatario de izquierda, para remplazarlo, lo que es visto como un castigo para el movimiento de ultraderecha de Bolsonaro y a sus cuatro años de gobierno divisivo.
La victoria es la culminación de la sorprendente resurrección política de Da Silva —de la presidencia a la prisión y de regreso—, algo que antes parecía impensable. También pone fin al turbulento periodo de Bolsonaro como el líder más poderoso de la región. Es la primera vez en 34 años de democracia moderna del país que un presidente en funciones no logra ganar la reelección.
Durante años, atrajo la atención mundial debido a la aplicación de políticas que aceleraron la destrucción de la selva amazónica y exacerbaron la pandemia, que dejó un saldo de casi 700.000 personas fallecidas en Brasil; al mismo tiempo se convirtió en una personalidad internacional de la ultraderecha gracias a sus ataques a la izquierda, los medios de comunicación y las instituciones democráticas de Brasil.
En fechas más recientes, sus esfuerzos por socavar el sistema electoral de Brasil causaron una gran preocupación dentro y fuera del país y llamaron la atención del mundo hacia las votaciones del domingo, consideradas como una prueba importante para una de las mayores democracias del mundo.
Sin otorgar pruebas, Bolsonaro criticó las máquinas de votación electrónica del país y las calificó como plagadas de fraude e insinuó que no aceptaría una derrota, de forma muy similar al expresidente de Estados Unidos Donald Trump. Muchos de sus seguidores dijeron que saldrían a las calles si él se los pide.
En las horas posteriores a la adjudicación de la contienda, sin embargo, legisladores de ultraderecha, comentaristas conservadores y muchos de los seguidores de Bolsonaro reconocían la victoria de Da Silva. Para las 11 p. m., Bolsonaro no se había pronunciado públicamente.
No todo estaba en calma. En el corazón de la región agrícola central de Brasil, algunos camioneros iniciaron incendios e intentaron bloquear una carretera importante para la industria, según videos publicados en las redes sociales e informes de noticias locales.
Da Silva ganó con el margen de victoria más estrecho para ese mismo periodo, señal de la profunda división que enfrentará como presidente. Consiguió el 50,90 por ciento de los votos válidos, frente al 49,10 por ciento de Bolsonaro con 99,97 por ciento de lo escrutado el domingo por la noche.
“Voy a gobernar para 215 millones de brasileños y no solo para aquellos que votaron por mí”, dijo Da Silva en su discurso de victoria la noche del domingo, que leía de unas hojas que sostenía su nueva esposa, con quien se casó este año. “No hay dos Brasiles. Somos un país, un pueblo, una gran nación”.
Da Silva, un extrabajador metalúrgico de 77 años y líder sindical que solo estudió hasta el quinto grado, lideró a Brasil durante su auge en la primera década del siglo, y dejó el cargo con un índice de aprobación del 80 por ciento.
Pero años después de dejar la presidencia las autoridades revelaron un amplio esquema de sobornos que prosperó durante su gestión. Fue condenado por cargos de corrupción y pasó 580 días en prisión.
El año pasado, el Supremo Tribunal Federal desestimó esas condenas y falló que el juez en sus casos era parcial, aunque nunca fue absuelto. Aún así, se le permitió postular a la presidencia y los votantes respaldaron al hombre conocido sencillamente como “Lula”.
El escándalo lo hizo un candidato imperfecto, y una parte considerable de Brasil considera aún que Da Silva es corrupto. Pero la fuerte oposición a Bolsonaro y a su movimiento de ultraderecha bastó para llevar a Da Silva otra vez a la presidencia.
“No es la solución a todos los problemas. Pero es nuestra única esperanza”, dijo Stefane Silva de Jesus, una bibliotecaria de 30 años, luego de emitir su voto a favor de Da Silva en Río de Janeiro el domingo.
La victoria de Da Silva también inclina a Brasil otra vez hacia la izquierda y amplía una serie de triunfos de izquierda por toda América Latina que han sido impulsados por una ola de repudio a los gobiernos establecidos. Ahora, seis de los siete mayores países de la región han elegido líderes de izquierda desde 2018.
Da Silva, un izquierdista rebelde que desde hace décadas se hizo fama como defensor de los pobres, tendrá que lidiar con grandes desafíos. Brasil enfrenta amenazas ambientales, un hambre que va en aumento, una economía titubeante y una población profundamente dividida.
La propuesta principal de Da Silva a los votantes fue que ayudaría a prosperar a la clase trabajadora, que dijo había quedado olvidada en los cuatro años del gobierno de Bolsonaro. En su discurso del domingo, prometió combatir la discriminación y luchar por la igualdad.
“Esa es la única manera en que podremos construir un país para todos, un Brasil igualitario cuya prioridad es la gente que más lo necesita”, dijo. “Un Brasil con paz, democracia y oportunidades”.
Sin embargo, los planes concretos de Da Silva han quedado en el aire.
Su discurso de campaña giró en torno a la expansión de los servicios para los pobres, incluidos más pagos de bienestar social, un salario mínimo más alto y programas para alimentar y darle vivienda a más personas. Dijo que, para poder costear esos proyectos, aumentará los impuestos de los ricos y también incrementará el gasto público.
No está claro cuántas de esas promesas podrá implementar.
El partido de derecha de Bolsonaro tiene la mayoría de los escaños en el Congreso y un poderoso bloque centrista controla tanto la Cámara como el Senado. El país enfrenta peores condiciones económicas que durante la primera gestión de Da Silva, y las políticas intervencionistas de su sucesora, que fue elegida por él, hicieron que en 2014 el país sufriera una recesión de la que aún no se ha recuperado por completo.
Sin embargo, su elección probablemente será una buena noticia para la selva amazónica, que es vital para la lucha contra el cambio climático. Bolsonaro defendió las industrias que extraen los recursos forestales mientras recortaba fondos y personal para las agencias encargadas de proteger las reservas ambientales. Como resultado, la deforestación se disparó durante su gobierno.
Da Silva tiene un mejor historial en cuanto a políticas de protección forestal, y redujo la deforestación durante su presidencia. Hizo campaña con la promesa de erradicar la minería y la tala ilegales y dijo que presionaría a los agricultores para que empleen zonas del bosque que ya han sido taladas.
El domingo, la votación se llevó a cabo sin contratiempos en las casillas, pero no así el traslado. En todo Brasil, agentes federales de caminos detuvieron a cientos de autobuses que transportaban a votantes a las mesas de votación e interrogaron a la gente, también en las regiones que apoyan mayoritariamente a Da Silva.
El líder del tribunal electoral dijo que las primeras investigaciones de su agencia encontraron que los retenes habían demorado a los autobuses pero que de todas formas habían llegado a su destino. Dijo que ningún votante fue impedido de emitir su sufragio.
En parte, la victoria de Da Silva se debió a una amplia coalición, desde comunistas hasta centristas, cuando el electorado brasileño buscaba estabilidad después del volátil mandato de Bolsonaro, que estuvo marcado por enfrentamientos con los tribunales, escándalos de corrupción y una pandemia que mató a más personas que en cualquier otro país, a excepción de Estados Unidos, así como por ataques frecuentes a la izquierda, los medios de comunicación, los académicos, los profesionales de la salud y las instituciones democráticas del país.
Bolsonaro, de 67 años, ha enfrentado una variedad de investigaciones en el Supremo Tribunal Federal y el Congreso, debido a declaraciones contra el sistema electoral, su manejo de la pandemia y su posible participación en operaciones de desinformación.
Hasta ahora, ha evitado las consecuencias de esas investigaciones, en parte debido a su inmunidad como presidente. Pero cuando deje el cargo el 1 de enero, esas investigaciones podrían ganar fuerza.
Bolsonaro también ha mantenido gran parte de su actividad como presidente protegida de las leyes de transparencia gubernamental porque su administración clasificó como secretos muchos registros hasta por 100 años, incluyendo su estado de vacunación.
Da Silva ha prometido deshacer el secreto oficial de dichos registros una vez que sea presidente. “Cuando levantemos la alfombra, verán la podredumbre debajo”, dijo en el debate del viernes.
El año pasado, Bolsonaro le dijo a sus seguidores que las elecciones solo podrían tener tres resultados: ganaba, lo mataban o lo arrestaban. Luego añadió: “Díganle a los bastardos que nunca seré apresado”.
Ese tipo de retórica generó preocupación ante la posibilidad de que Bolsonaro no aceptara los resultados. Fue uno de los últimos líderes mundiales en reconocer la victoria del presidente Biden en 2020, repitiendo las afirmaciones falsas de Trump de que la elección de Estados Unidos fue robada, incluso dos días antes de su primera reunión con Biden de este año.
El domingo, los auditores federales inspeccionaron 601 lugares de votación para verificar que su conteo de votos fuera reflejado de forma precisa en el conteo nacional. La auditoría no encontró errores.
No hay evidencias creíbles de fraude en las máquinas de votación electrónica de Brasil desde que se introdujeron en 1996. Sin embargo, Bolsonaro ha cuestionado el sistema durante años.
A principios de este año, sus críticas adquirieron nueva gravedad cuando las fuerzas armadas de Brasil las respaldaron. Los líderes de las fuerzas armadas presionaron a los funcionarios electorales para que cambiaran el sistema, sacudiendo a un país que sufrió una dictadura militar de 1964 a 1985.
Pero, finalmente, los funcionarios militares y electorales acordaron cambiar algunas pruebas de las máquinas de votación el día de las elecciones, y desde entonces los líderes militares han sugerido que están satisfechos con la seguridad del sistema.
En las últimas semanas, los líderes militares también dijeron en privado que no apoyarían ningún esfuerzo de Bolsonaro para cuestionar los resultados.
En la semana previa a las elecciones, Bolsonaro dejó en gran medida de hablar sobre las máquinas de votación y comenzó a denunciar otros tipos de fraude. Su campaña dijo que varias estaciones de radio habían reproducido muchos más anuncios de Da Silva, lo que violaría las leyes electorales. Pero la evidencia que produjo la campaña fue incompleta y defectuosa, y el jefe electoral de Brasil rápidamente desestimó la denuncia.
El viernes, en una entrevista posterior al debate final, le preguntaron a Bolsonaro si aceptaría los resultados de la votación, independientemente del resultado.
“No hay duda”, dijo. “Quien obtiene más votos, se la lleva. Esa es la democracia”.
Flávia Milhorance y Ana Ionova colaboraron con la reportería desde Río de Janeiro, André Spigariol desde Brasilia y Laís Martins desde São Paulo.
Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía del Times en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Antes cubría tecnología desde San Francisco. Antes de unirse al Times, en 2018, trabajó durante siete años en The Wall Street Journal. @jacknicas | Facebook
Flávia Milhorance y Ana Ionova colaboraron con la reportería desde Río de Janeiro, André Spigariol desde Brasilia y Laís Martins desde São Paulo.
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