“El caos no es un pozo… es una escalera”, afirmó Petyr Baelish en The Games Of Thrones. Una frase que pinta a la perfección lo que atraviesa el mundo y Argentina como parte de él.
Vivimos semanas más agitadas de lo normal que nos hicieron rememorar situaciones pasadas: una devaluación, saqueos en la provincia de Buenos Aires, en Río Negro, Mendoza, Santa Fe, entre otras, y una candidata a presidenta en un estudio de TV hablando de estado de sitio. Todas experiencias que los argentinos no queremos repetir, espacios superados que no queremos habitar.
Pero no pensemos que esto solo nos toca a nosotros porque estamos signados por una luna nueva retrograda en algún signo. No. El caos es parte de un nuevo ecosistema digital creado por el neocapitalismo para ordenar y disciplinar a las sociedades.
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El pasado 8 de enero, miles de simpatizantes del expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, irrumpieron en los edificios de Gobierno de aquel país en protesta contra el primer mandatario recién juramentado, Lula da Silva. Los disturbios ocurrieron casi dos años después del asalto al Capitolio de Estados Unidos por parte de los partidarios del presidente saliente Donald Trump.
Las similitudes saltan a la vista: la violencia y vulgaridad de los ataques contra las instituciones democráticas y el objetivo de sembrar el caos mientras se pretende ser ley y orden. En ambos casos, los líderes políticos cuestionaron los resultados de las elecciones y, en general, los valores de la democracia. ¿Te suena?
En pleno proceso electoral, en Argentina tenemos candidatos opositores al frente oficial que llaman al estado de sitio, hablan de libre portación de armas, dolarización, ventas de órganos, supresión de la educación pública que les dio la oportunidad de ser profesionales, y de otros tantos derechos. ¿Nuestra sociedad está preparada para carecer no solo de derechos sino de parte de nuestra idiosincrasia cultural?
Más de la mitad de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios, y en las urnas persisten movimientos que claramente cuestionan las libertades individuales y públicas, y fomentan la xenofobia. Pasó en nuestro país hace apenas 11 días. No somos entes aislados -eso es lo que nos quisieron hacer creer-, somos parte de una cultura globalizada que, y sobre todo con la pandemia de COVID 19, perdió definitivamente los límites físicos de las fronteras entre naciones.
Sin embargo, también existen otras tantas razones para esto, pero entre ellas se encuentra un sentimiento de agravio casi universal. Muchos ciudadanos en todo el mundo sufren dificultades económicas mientras que a una parte de la población, los ricos y las corporaciones que poseen y controlan, les está yendo extremadamente bien. Solo quedan sociedades extremas. Tenés o no tenés. Pertenecés o no.
Hace un mes los análisis del Economic Experts Survey (EES), y el de expertos del instituto alemán Ifo y el suizo Swiss Economic Policy Institute, vaticinaron una inflación mundial del 7%. En el tope del ránking de culpables, la suba en los costos de los alimentos, aunque como el cuento del huevo y la gallina, la volatilidad de los precios de las energías durante los últimos 4 años fueron protagonistas del descalabro internacional. Argentina en este marco y con particularidades propias no está exenta. Hay que comprender que en el mundo digital los procesos inflacionarios tienen un carácter de ubicuidad, imposible de ignorar. Solo es cuestión de tiempo.
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Es con estas dificultades que aparecen fenómenos efímeros que parecieran representar los intereses de las mayorías postergadas y excluidas. Quizás el más conocido de ellos sea Donald Trump. Arribó a la presidencia de Estados Unidos en 2016 con el partido tradicional Republicano, aludiendo al viejo y perdido “sueño a americano”. Ganó con el apoyo de aquellos de norteamericanos sin acceso a la educación, sin seguro social y con la casa rematada por una hipoteca imposible de pagar.
Terminó su mandato tras una mala gestión de la pandemia, pero sobre todo por un país que no solo había recuperado viejos lemas de libertad, prosperidad y ascenso social, sino porque exacerbó las diferencias y les recordó a varios que parte de los cimientos de esa nación se levantaron bajo profundas creencias racionales. Pese a ser políticamente incorrecto y representar una parte oscura de la historia de EEUU, Trump con casi el 60% de aprobación está en condiciones de ser nuevamente el candidato republicano el año que viene en los comicios presidenciales. Y posiblemente nuevamente, sea Jefe de Estado.
Sin embargo, lo que pareciera natural para el sistema e incluso más fácil no es lo conveniente para el status quo. El periodo trumpista se caracterizó por salir de las formas de un convencional presidente norteamericano. No solo que mantuviera las formas frente a un par de cámaras de televisión y dijera “que Dios salve Norteamérica”, sino que no fue funcional al establishment al cual pertenece. Fue el primer presidente de EEUU que en la historia moderna no le declaró la guerra a nadie, por consiguiente la gran industria armamentística cayó en desgracia.
Pero para llegar a la oficina oval tuvo que caminar mucho. Entendió en ese recorrido que para lograr su objetivo no era suficiente ser rico, famoso y pertenecer a una parte de la “cream” de su país. Necesitaba del sistema. Necesitaba encantar al status quo. Con sus particularidades y estrategia pero ser disruptivo dentro de los límites establecidos. Abandona el partido reformista con el que alguna vez intento presentarse como candidato y comprendió que su lugar al éxito era un partido con nostalgia.
Aunque a ríos de distancia, Javier Milei es lo que quiso ser Trump en su primer intento de conducir los destinos de su país. Un sin tierra que representa el desasosiego de una sociedad sin ilusión, pero también es lo que no será. Un pistolero sin baranda de contención para quien los argentinos no están dispuestos. Al igual que el exmandatario norteamericano, Milei aprenderá que Argentina está constituida también por sistemas partidarios tradicionales que aún calan en el inconsciente colectivo de la sociedad. Es parte constitutiva de la historia de la nación.
En este sentido, ¿Qué parte del poder estaría dispuesto a perder sus privilegios a manos de un producto del márketing político digital? ¿Qué parte de la sociedad le entregaría derechos adquiridos a cambio de saciar la voracidad del descontento inmediato? Pensar que el pueblo no tiene capacidad de reflexionarse es una arrogancia que puede provocar el fracaso más doloroso.
El tiempo que avecina necesita de un protector, alguien que tenga la red de contención del sistema que se construyó una y otra vez durante más de 200 años. La Argentina del futuro necesita un negociador que dé las certezas de que se construye una patria grande donde están todos. Un visionario que pueda evaluar futuro y proyectar. Un humilde que sepa recostarse en aquellos sabios de la política actual que ya vieron el porvenir.
Argentina necesita estar a la altura del globo. Tener un profesional de la política, un conocido del sistema que de previsibilidad, seguridad y perspectiva. Las peculiaridades del país no permitirán el arribo al sillón de Rivadavia de un candidato atravesado por sombras y traumas, pero por sobre todo el sistema no tolerará a un volátil.
“Poder es poder”, Cersei Lannister, The Games Of Throne.
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