¿Dónde vamos? ¿Puedo comer unas patatas? Estas banales preguntas son habituales en el incierto día a día de decenas de niños afganos llegados a Catar, traumatizados y sin padres tras haber dejado su país.
Alrededor de 200 niños afganos viven desde hace varios días en la capital de este país en un centro de acogida puesto a su disposición tras haber sido evacuados de Kabul.
Allí están protegidos de los periodistas y de todo tipo de traficantes por la Qatar Charity, una organización humanitaria del emirato que se ha hecho cargo de ellos.
Mientras las autoridades les buscan un futuro, los niños y adolescentes de entre 8 y 17 años tratan de establecer nuevas rutinas jugando a fútbol, practicando ejercicio o aprendiendo arte y manualidades.
“Es muy difícil de imaginar el trauma que estos niños han sufrido”, explica un alto cargo humanitario que pide el anonimato.
“Están en un estado de shock y de trauma similar al que hemos visto en lugares como Irak y Siria, entre aquellos que venían de zonas” controladas por el grupo yihadista Estado Islámico (EI).
Poco se sabe de cómo llegaron allí, ni cuál será su destino. La toma de Afganistán por parte de los talibanes desencadenó una huida desesperada de muchos locales que temían un retorno del tiránico régimen islamista entre 1996 y 2001.
Según UNICEF, la agencia de la infancia de la ONU, unos 300 menores no acompañados fueron evacuados de Afganistán a Catar, Alemania y otros países desde el 14 de agosto.
Entre los acogidos en Doha, algunos no recuerdan las circunstancias de su salida y otros dan versiones contradictorias sobre cómo llegaron a Catar.
– Caos y desesperación –
Preguntada al respecto, la embajada de Estados Unidos en Doha no contestó. Pero de los testimonios de algunos presentes en la caótica evacuación es posible imaginar algunas respuestas.
Un policía francés que estaba en la puerta del aeropuerto de Kabul recuerda a una mujer “desesperada que lanzó a su bebé contra la valla alambrada hacia las fuerzas especiales francesas que lo recuperaron y entregaron a médicos estadounidenses”.
“El bebé fue atendido y evacuado a Doha. Todavía era lactante. La madre desapareció entre la multitud”, continúa.
El agente recuerda todavía otra imagen. “Un hombre llegó a la puerta con tres niños que hizo pasar como suyos. Eran huérfanos, probablemente los utilizó para que se abriera la puerta, y también ellos fueron evacuados”, indica.
“Historias como esta reflejan el caos. Son parte de la historia de este fiasco”, añade.
Qatar Charity y otras agencias se encargan ahora del grupo, conformado mayoritariamente por niños de entre 8 y 17 años. Los más pequeños están alojados en otra instalación.
En los alojamientos, a los que la AFP no tuvo acceso, las organizaciones los reparten por edad y por grupo familiar si llegaron juntos. Dentro de lo posible, también tratan de mantener las amistades creadas durante este viaje.
– “Llegará su turno, pero no sabemos cuándo” –
“Pueden apegarse a otros niños muy rápidamente. Sienten las cosas de una forma más intensa que nadie”, dice Fatima-Zahra Bakkari, una marroquí que trabaja para Qatar Charity.
Explica el caso de dos niños de 12 y 13 años que se hicieron uña y carne en menos de una semana. Cuando el mayor supo que pronto marcharán, decidió no dormir más en la misma habitación que su amigo para acostumbrarse a no verse más.
“Todos lloramos mucho”, reconoce Bakkari sobre los voluntarios de la oenegé. Pero “también reímos mucho” cuando, por ejemplo, los niños se levantan para hurtar bolsas de patatas.
Pese a estos momentos pueriles, la situación de los niños es grave y su futuro incierto.
“Les decimos que llegará su turno. Pero no sabemos cuándo”, reconoce Bakkari.
Según la directora de UNICEF, Henrietta Fore, los niños separados de sus padres están “entre los niños más vulnerables del mundo”.
“Es vital que sean identificados rápidamente y mantenidos a salvo durante el proceso de encontrar y reunificar a la familia”, indicó.
En Catar disponen de un techo, de asistencia física y psicológica y de comida. “Entonces llega la parte delicada”, reconoce el responsable humanitario que pidió anonimato.
“El escenario ideal es que encontremos a un familiar de primer grado. Una abuela, un tío, una tía… Pero a menudo no podemos”, lamenta.
Qatar Charity habilitó una línea telefónica para que los niños puedan llamar. Pero algunos, no tienen a nadie a quién llamar.
Para ellos habrá que buscar un plan a largo plazo, hallar un lugar donde pueda continuar el curso de su vida y crecer en una comunidad segura para “convertirse en un adulto normal”, afirma este responsable.
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