El martes pasado, el sherpa Kami Rita amplió su récord de ascensos al Everest a 24 con su segunda llegada al pico más alto del mundo en menos de una semana. A los 49 años, había hecho cumbre por primera vez el 15 de mayo pero regresó al campo base y volvió a subir a lo más alto de los 8.850 metros con otros escaladores. Rita amplió así la diferencia con los dos sherpas que lo siguen en el ránking, que alcanzaron la cima 21 veces pero que ya se retiraron.
Pero el récord del sherpa nepalés tiene su contracara. Y es que el doble ascenso de Rita en una misma semana está relacionado con otro récord, el que batió Nepal al conceder 381 permisos de ascensos al monte más alto del mundo para la temporada de primavera, al precio de 11.000 dólares cada uno. Se trata de un récord histórico desde la primera ascensión exitosa al Everest en 1953.
Como los escaladores deben subir asistidos por sherpas nepalíes, el número de personas en camino a la cima se duplica, lo que ha generado una suerte de gran atasco en la cima que tuvo como consecuencia la muerte, en lo que va de la temporada, de al menos cuatro de las 10 personas que fallecieron en el Everest. En promedio, mueren entre cinco y diez escaladores en la temporada de ascensiones, pero como aún no ha concluido, los especialistas creen que este año la cifra estará por encima de eso.
Nihal Ashpak Bagwan, un hombre indio de 27 años y procedente de la ciudad occidental de Pune, “murió deshidratado, exhausto y por cansancio tras quedar atrapado en el atasco de montañistas”, dijo Keshab Paudel, de la agencia Peak Promotion, encargada de la logística de los escaladores. “No sabemos cuánto duró el atasco ni cuántos montañistas se quedaron atrapados en una única fila cerca de la cumbre”, señaló Paudel.
El embotellamiento en la llamada “zona de la muerte”, encima de los 8000 metros, es especialmente mortífero: allí los niveles de oxígeno y presión atmosférica pueden causar de manera directa la pérdida de algunas funciones vitales o, indirectamente, accidentes por el estrés y el desgaste físico.
A esa altura, el cuerpo humano consume oxígeno más rápido del que se repone y, al extenderse la permanencia en esas condiciones, puede generar el deterioro de las funciones corporales, la pérdida de la conciencia y la muerte. El abarrotamiento en los ochomiles supone un gran peligro para los alpinistas y sus sherpas, ya que cada minuto es importante cuando uno depende de un tubo de oxígeno para sobrevivir y les puede alcanzar la noche.
Como a finales de mayo termina la llamada ventana de oportunidad -las pocas semanas con condiciones menos extremas-, el número de personas que coinciden en la misma ruta para intentar llegar a la cima de la montaña aumenta a diario. La afluencia es tal que se teme que la concesión de permisos se haya hecho sin tener en cuenta las condiciones de seguridad de los escaladores. A causa de esa afluencia, los equipos deben hacer fila en medio de unas temperaturas glaciales para alcanzar la cima, exponiéndose al congelamiento o al mortífero mal de altura.
La alpinista india Anuja Vaidya, de 21 años, que alcanzó la cumbre el miércoles, dijo que su equipo tuvo que esperar más de una hora en el descenso porque había una fila de montañeros en el camino. “Tuve miedo y estaba preocupada”, declaró Vaidya. “Hacía mucho frío y soplaba mucho viento. Pero no podíamos bajar, porque había mucha gente haciendo fila”, añadió.
Vaidya pudo regresar sin sufrir lesiones, pero afirmó que vio a muchos montañeros afectados por congelación en el campamento base.
El sherpa Lam Babu, que coronó siete veces el Everest, advirtió que tal afluencia puede ser fatal, especialmente si los equipos no llevan oxígeno extra. “Había más de 200 personas en esa fila, y uno no puede adelantarlos. Era muy difícil, vimos equipos esperando durante dos o tres horas” el miércoles, indicó.
Se estima que el viernes unas 600 ya habían alcanzado la cima por el flanco nepalés, según una fuente gubernamental basándose en la información proporcionada por las empresas organizadoras de las expediciones. Al menos otras 140 recibieron permisos para escalar el Everest desde el flanco norte, en el Tíbet.
El miércoles, más de 200 alpinistas hicieron cima, rompiendo el récord de ascensos en una misma jornada. Ese día, el alpinista alemán David Göttler, uno de los más respetados escaladores del Himalaya, intentó hacer cima en el Everest sin llevar oxígeno, pero la multitud se lo impidió. Frustrado, subió un posteo a sus redes sociales en el que lamentaba que “las multitudes han sido un problema en la mayoría de los pocos días de cumbre de esta temporada”.
En el camino de regreso, Göttler vio el cadaver de dos alpinistas. “Es un sentimiento extraño. Intentas hacer una de las cosas más bellas de tu vida, y te cruzas con muertos. Uno entiende lo mortíferas que son las montañas, la importancia de hacer bien las cosas. Viendo esos cuerpos uno recuerda lo completamente perdidos que están aquí arriba la mayoría a poco que falle la mínima cosa”, le dijo al matutino madrileño El País.
En 2012, se produjo una situación similar cuando 260 montañeros trataron de hacer cumbre en un mismo día aprovechando el buen tiempo, lo que causó una acumulación de gente en el famoso escalón Hillary, una roca vertical de 12 metros que supone el último gran obstáculo antes del techo del mundo. En esa ocasión, 179 personas llegaron a los 8.848 metros y cuatro -el chino Ha Wenyi, el alemán Eberhard Schaaf, el canadiense de origen nepalí Shriya Shah y el surcoreano Song Won-bin- murieron por cansancio y mal de altura cuando descendían.
“La cola en la fotografía se produjo debido a que el clima limitó el número de días que se podía escalar la montaña. En una mejor temporada, quizás con algunas semanas más para escalar, las colas no sucederían en la medida en que lo hicieron este año. Pero, incluso cuando hay menos tráfico, la gente sigue muriendo intentando llegar a la cumbre. Si se tratara solo de colas, esto no sucedería. La cola simplemente amplifica el problema de tener gente inexperta, acompañada por sherpas inexpertos, escalando bajo una dirección y organización de la expedición incompetentes”, sostuvo Simon Lowe, director general de Jagged Globe, una empresa de excursiones de montaña, consultado por el New Zealand Herald.
Lowe advirtió que algunos equipos están agregando un número ridículo de sherpas para acompañar a cada escalador a la cima, aduciendo motivos de seguridad. Esta temporada, un equipo envió a 15 escaladores a la cima acompañados por 27 sherpas, lo que puso a unas 42 personas en la cola… “Surge la pregunta: ¿son los que pagan por dos sherpas y el oxígeno que ellos transportarán, quienes crean las colas en las que aquellos que han pagado un equipo barato y no tienen suficiente oxígeno para esperar el retraso mueren? No lo sé, pero una investigación sobre cada muerte podría ayudar a formar una mejor imagen”, sostuvo.
Para Paul Hart, un ex marino y líder de una expedición, el establecimiento de cupos de personas que pueden escalar la montaña puede parecer la respuesta obvia al problema. Sin embargo, ¿cómo regular de modo que el sistema sea justo para todos los posibles escaladores? ¿Los ricos y los menos ricos? “Una respuesta podría ser exigir que aquellos que suban a la cima del mundo hayan adquirido experiencia en niveles inferiores y puedan demostrar un nivel de competencia a través de una serie de ascensos durante un período de años”, afirmó Hart.
Con un costo de entre 29.000 y 130.000 dólares, cerca de 1.000 personas entre escaladores profesionales, sherpas y clientes intentan hacer cima cada año en el Everest. De las 4.833 ascensiones realizadas al monte más alto del mundo, sólo el 4% se hizo sin ayuda de tanques de oxígeno. El año pasado, cuando 802 personas marcaron un récord de ascensiones para una temporada, solo uno lo hizo sin oxígeno.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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